Al fondo, Emi. Con el vaso de café con leche, Raquel. Apoyada en la barra, Hebe. Estamos en Landabe. ARIZMENDI

Gente de la ciudad

Raquel Blades, Hebe Meyer: «No somos diferentes a otros cafés pero la galleta de lacasitos nos sale...»

Una es virgo y la otra tauro. Astrológicamente compatibles

Begoña del Teso

San Sebastián

Sábado, 4 de octubre 2025, 08:16

Raquel se apellida Rico de segundo, estudió Psicología, conoció la dureza de trabajar con quienes viven en pisos tutelados y tras años como autónoma juró no volver a serlo. Hebe es Flores de segundo. Natural de Santa Fe, provincia argentina donde existe una gran colonia alemana. Soñaba con tener una cafetería desde los quince años cuando en su país la serie 'Pan caliente' (una tahona donde se tomaba café, se leía el periódico y se charlaba lindo) arrasaba en la televisión. Trabajó aquí en varías panaderías. Conoció en una de ellas a Raquel. Decidieron abrir una cafetería. Lo hicieron seis meses antes de la pandemia. Sobrevivieron. De hecho, hoy Landabe, en la calle Karmelo Etxegarai, es uno de los grandes puntos de encuentro y picoteo dulce-salado de Antiguo Berri.

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– Terminad, por favor, la frase del titular, ¿qué pasa con vuestras galletas de lacasitos?

– Empezamos a hacerlas pensando en los críos, naturalmente. Pero pronto nos dimos cuenta de que también se las comían las madres. De hecho, se las llevan a casa de seis en seis. Claro que eso también pasa con las de jengibre y limón. Y con las de avena.

«El secreto está en el buen trato al cliente. Sin melosidades. Respetando su espacio. Cuando llega alguien adusto, piensa sin más 'vaya, me tocó el alegre'. Y cuando alguien golpea la barra para que le atiendas antes que a otra, niégate. Tenemos una clientela espectacular»

– Sin embargo, aunque sois astrológicamente compatibles, una de vuestras grandes discusiones fue sobre si instalar o no un horno. Para hacerlas. Las galletas. Y los bizcochos.

– Es verdad. Mira, yo (Raquel) soy segurola y Hebe está siempre muy segura de lo que puede hacer. Ella es muy intensa y yo mucho más tranquila. Aparece con cien ideas a la vez y yo le doy tiempo y espacio para que vaya ordenando, clasificando, rechazando. Lo del horno sí que fue tremendo. Yo no había hecho un bizcocho en mi vida. Aprendí, como tanta gente, durante la pandemia. El primero que hice (un básico, el de yogur) me pareció toda una obra de arte. Hasta que Hebe me dijo que para nada, que era una porquería. Ahora hasta la tarta de queso nos sale de maravilla.

– Pero insistís, casi con orgullo, en que no sois diferentes a otras muchas cafeterías. No os consideráis ni premium ni top ni ofrecéis café de especialidad.

– Ni hacemos dibujitos en la crema del café. No sabemos hacerlos. Podríamos aprender, por supuesto pero no queremos. No somos realmente especiales. Si nos preguntas por qué tenemos la Casa del Café y no un Honduras Bourbon cultivado a 2.500 metros te diremos que el nuestro te va acostar 1,70, está bueno y te lo servimos con una sonrisa.

– Creo que empiezo a estar harta de que me sonrían en todas partes. Y más aún de que me llamen 'cielo' y 'corazón'.

– Pues si no tienes día para una sonrisa, no sonreímos. O acaso sí. Pero discretamente. Puede que necesites esa sonrisa y no te hayas dado cuenta. No llamamos a nadie 'corazón' pero sí conocemos el nombre del 90% de nuestros clientes. Lo entendemos como una forma de respeto. Si vienes a menudo, he de conocer tu nombre. Si no quieres que lo sepamos, nos parece perfecto. Sin más. Permítenos siempre, eso sí, un primer contacto visual.

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– ¿Para qué? ¿Por qué?

– Puede que estemos a tope, que haya incluso cola. Y puede que tú hayas entrado y no sepas si te hemos visto o no. Seguro que lo hemos hecho pero te haremos un gesto, una señal, para que sepas que eres bienvenida pero que vas a tener que esperar.

– Algunas, algunos, no saben hacerlo. Se merecen una lección.

– Una vez ya se la dimos a unas clientas. Estaba yo (Raquel) dentro, preparando unos zumos para otras clientas. Las que acababan de llegar empezaron a pedir. Les dije que enseguida salía. De pronto oí cómo golpeaban la barra, reclamando ser atendidas. Les repetí que estaba ocupada, que ya iba. Siguieron golpeando la barra. No quise servirles....

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– Bien hecho. ¿Cómo se os ocurrió coger Landabe?

– Coincidimos trabajando en una de las panaderías Lekuona, la de Duque de Mandas. Nos caímos bien. ¿Por qué arriesgar recuperando un local que ya llevaba muchos años abierto? Ilusión y osadía. Y luego el susto del confinamiento. Nos protegió el barrio. Porque lo que son los bancos...

– Acabad la frase.

– Al poco empezaron a llamar preguntándonos qué íbamos a hacer. Les tuvimos que recordar que aún no habíamos devuelto ningún recibo, que no incordiasen.

– Por cierto, ¿cómo es el Antiguo Berri de hoy? ¿Habéis roto la barrera psicológica que os separa de la calle Matia?

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– Matia sigue siendo Matia y cuando vamos a hacer gestiones tenemos que abrirnos paso entre el gentío que se toma un vino, charla en las terrazas o hace compras. Pero también es verdad que otra gente, 'expulsada' de zonas tensionadas como la Parte Vieja o Gros empieza a refugiarse en los bares de este barrio.

– ¡Dos números de lotería de Navidad! A la venta uno de Arraun Lagunak y otro de Martu Jaiak.

– Mi hija Aymara Jauregi rema en Arraun. Y tanto Raquel como yo vivimos en barrios obreros. Ella en Altza. Yo en Martu(tene).

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