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Uno juega para ganar, pero la victoria solo tiene un nombre y desde hace tiempo en el fútbol femenino el del F. C. Barcelona suele figurar en las placas adheridas a cada trofeo. ¿Es la derrota entonces un fracaso? En absoluto porque de lo contrario todos estaríamos condenándonos a ponernos esa etiqueta en casi cada ámbito de la vida. El triunfo es la excepción, el culmen a una trayectoria brillante como lo fue la Copa conquistada en Granada en 2019. El camino, los pasos que cada uno va dando, son los que definen en este caso a un equipo, a un club, y la Real hace tiempo que camina con paso decidido y mirada al frente por la senda correcta. Aquella Copa y la final de la Supercopa de 2020 significaron un enorme espaldarazo para el proyecto txuri-urdin y para el fútbol femenino en Gipuzkoa, pero el éxito corre riesgo de ser flor de un día si no se riega convenientemente y, en ese sentido, la Real ha sabido mimar y trabajar el terreno para que su proyecto se fortalezca por encima de resultados puntuales, ofreciendo cada poco tiempo posibilidades de soñar en grande. Como lo ha hecho estas semanas previas y durante la disputa del partido de ayer.
Esta final, con su derrota, es otro aldabonazo y la confirmación de que el fútbol femenino guipuzcoano es mucho más que una moda pasajera. Lo demuestra el notable incremento de licencias en el territorio, unas 4.400, que suponen ya el 20% del total y el 7% de las del Estado. Hay más jugadoras, más equipos, más categorías, más entrenadoras, más árbitras y más aficionados. Ese es el verdadero éxito de esta Real que se nutre del territorio para representarlo en finales como la disputada ayer.
Entre Granada y Zaragoza solo han pasado cinco años, un lustro que en el fútbol son una vida, como lo demuestra el hecho de que solo Nerea Eizagirre y Ane Etxezarreta permanezcan de aquella plantilla campeona. Ambas son el hilo conductor entre Los Cármenes y La Romareda y ellas mejor que nadie saben que entre esas dos finales la sección ha crecido y se ha fortalecido buscando acercarse a ese Barça que muchos desprecian, pero que debe ser el modelo a imitar, cada uno con sus peculiaridades y sus limitaciones. El Barça es la vanguardia, esta temporada serán autosuficientes económicamente, y todo lo que no sea acercarse a ellas será retroceder o, como poco, no avanzar y el fútbol femenino todavía es una ola que no ha roto.
La Real siempre lo ha tenido claro y buscando esa aproximación, dos años después de aquel éxito copero en Granada, el club entendió que aquella generación que ya es histórica debía dar paso a savia nueva tanto dentro como fuera del terreno de juego. Llegó como entrenadora Natalia Arroyo y se emprendió una profunda renovación de la plantilla con la tranquilidad de saber que lo que venía por detrás ofrecía suficientes garantías. Diez jugadoras, algunas con una gran ascendencia en el vestuario, salieron del club y aunque hubo que importar talento del exterior, Zubieta siguió abasteciendo al primer equipo. Nerea Eizagirre y Amaiur Sarriegi asumieron los galones de Nahikari, Quiñones o Baños y en torno a ellas fueron asomando promesas como Elene Lete, Mirari Uria o Cecilia Marcos.
El resultado demostró que el riesgo asumido estaba más que calculado y la Real logró una histórica segunda posición que le permitió clasificarse por primera vez en su historia para disputar la Champions League, así como volver a disputar una nueva final de la Supercopa que evidenció los dos mundos en los que habitaban la Real y el Barça (1-10).
Paralelamente, el club txuri-urdin siguió fortaleciendo su estructura con la creación de un tercer equipo sénior y anunció la construcción a futuro de un nuevo campo para el equipo femenino con capacidad para 4.000 espectadores. Más recursos, más posibilidades. El rumbo estaba claro.
La temporada siguiente la Real no pudo repetir semejante éxito y tampoco pudo superar al Bayern Munich en la previa de la máxima competición continental para entrar en la fase de grupos. Repitió, eso sí, presencia en una final de Supercopa para caer en Mérida por 0-3 ante el Barça en una final que sin duda dejó mejor sabor de boca que aquella de El Helmántico.
La competición liguera en la presente campaña tampoco ha deparado grandes alegrías, siendo más bien decepcionante, pero la Copa ha vuelto a generar esa ilusión que se ha ido convirtiendo en habitual en los últimos años. Eliminatoria a eliminatoria la Real fue alimentando el sueño hasta llegar a Zaragoza, donde la cruda realidad ha vuelto a imponerse como lo hiciera en las dos finales de Supercopa. Algún día se le ganará al Barça. Algún día.
Mientras tanto toca seguir construyendo, seguir alimentando, seguir fortaleciendo un proyecto que tiene en el edificio Izan otro motivo del que enorgullecerse. Toda la ilusión que se ha ido generando con las finales, con el subcampeonato, con la participación en la Champions han abierto los ojos a muchas niñas que hoy piden como regalo la camiseta de la Real con el '10' de Nerea Eizagirre, con el '7' de Amaiur o con el '1' de Lete, síntoma inequívoco de que algo ha ido germinando en la sociedad.
Mirari Uria, Olatz Santana, Nahia Aparicio, Izarne Sarasola, Elene Viles, Nora Sarriegi, Elene Guridi... La rueda no se detiene. La próxima temporada muchas serán importantes -alguna ya lo es- porque se va a agitar nuevamente el proyecto con la salida de Natalia Arroyo y el adiós de alguna futbolista importante. Ya se ha ido Ane Tejada, pero lo harán algunas jugadoras más.
Y con el nuevo entrenador o entrenadora, con la gente de Zubieta y con algún refuerzo exterior, la Real volverá a competir buscando dar nuevas alegrías, buscando ilusionar otra vez a un territorio que ha encontrado también en el equipo femenino otro motivo de orgullo. Lo ha demostrado con el desplazamiento masivo que ha realizado a Zaragoza y lo seguirá demostrando en 2025 cuando pueda ver a sus jugadoras en su nuevo campo de fútbol. En ese campo jugarán muchas de esas niñas que hoy piden la camiseta de Amaiur dando sentido a un proyecto que no depende de ganar finales, sino de seguir avanzando en el camino marcado.
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Patricia Rodríguez | San Sebastián
Amaia Núñez
Miguel González | San Sebastián y Oihana Huércanos Pizarro
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