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La atmósfera opresiva de 'La tía Tula'.

'La tía Tula', una adaptación magistral

Una mirada incisiva, interior y exterior, a un tiempo oscuro de doble moral en el que la vida buscaba sus ventanas a otro paisaje

Guillermo Balbona

Jueves, 5 de mayo 2016, 18:54

El cineasta Mario Camus, uno de los exponentes europeos más lúcidos a la hora de adaptar a la pantalla los mundos literarios más dispares, subraya siempre que el neorrealismo fue el gran credo de esa generación que en los 50 y 60 encabezó los esbozos de una necesaria renovación. En un resquicio controlado de la dictadura y siempre con la censura en el cogote empezó a configurarse un lavado de cara bajo la etiqueta de 'nuevo cine español'. En esa corriente asomó por ejemplo el Camus de 'Los farsantes' y 'Young Sánchez' y una serie de cineastas que comenzaban a aportar aire fresco y a contar las cosas de otra manera.

En los sesenta se produjo el celebrado debut de Miguel Picazo con una adaptación magistral de la novela de Unamuno, 'La tía Tula'. Un retrato de mujer entre la represión sexual, el orgullo y el melodrama que abre grietas con inteligencia en las obsesivas conductas de la censura franquista. El destino y el azar han querido que este mes de abril, apenas unas horas después de que la televisión pública revisara y reivindicara esta magistral mirada de Picazo, el cineasta falleciera el pasado día 23.

Inteligente retrato del dolor, negro y luto de una atmósfera cotidiana, el filme mantiene como toda obra maestra su sello de modernidad, su honda inmersión en un tiempo de grisura y puertas cerradas, de asfixia y cerrazón emocional. Prototipo de la maternidad espiritual y posesiva, Tula simboliza el dominio, el triunfo de la voluntad. Picazo, que traza un retablo de la sociedad provinciana española, logra un sólido perfil femenino y se mueve como pez en el agua en un hábitat dramático riguroso e intenso.

El filme su director fue premiado en San Sebastián fue un revulsivo, un surco de cine audaz, una disección valiente que mezcla lo sociológico con la hondura dramática con un trabajo magnífico de Aurora Bautista. La educación religiosa, la represión, el sentimiento maternal son factores que se combinan y entrecruzan en la obra de Picazo, aunque el deseo reprimido es el latido de esta historia. Lo cotidiano, el retrato doméstico, las cosas pequeñas enmarcan un escenario de tensión, de atracción, de seducción aplazada. Sutileza e inteligencia, silencios frente a palabras, sugerencias, y un angustioso universo claustrofóbico donde la voz tajante de Tula impone una ley no escrita mientras la vida parece discurrir fuera, alejada, ajena a todo.

La soltera de provincias que convive con su cuñado, que acaba de enviudar, y sus sobrinos revela en cada fotograma una atmósfera dramática y pese a los cortes destaca por su sencillez narrativa y solidez formal. Buñuel consideraba que 'La tía Tula' era la mejor película española "que había visto nunca" y el propio Picazo desveló que pensó en rodar una segunda parte con sus protagonistas. A contracorriente, como una luz pasajera de libertad y modernidad, de aire fresco, es junto con 'El verdugo' de Berlanga, quizás la obra más emblemática a la hora de aportar un mirada que rompía los moldes establecidos.

Surcos profundos

Asombrosa opera prima, como sucediera en paralelo con el debut literario de Carmen Laforet en 'Nada', la película de Picazo, quien masacrado por la censura apenas pudo rodar cuatro cintas más, exprime las entrañas dramáticas y revela siempre un surco profundo bajo el ángulo superficial de las cosas. Serenidad y sensibilidad que el cineasta de 'Extramuros' (rodó mucho para televisión) destila en cada plano de una cinta que tomó de manera respetuosa la novela unamuniana pero a la que actualizó y modificó sus arcos espacio temporales para focalizar la radiografía de una sociedad cargada de miedos.

En las miradas, en las estancias domésticas, en lo no visible, en la sutileza de lo cotidiano, en la mediocridad y en la miseria moral, la cámara de Picazo hace de la ficción una crónica documental de lo opresivo. Sobriedad, precisión y distancia, a veces irónica, presiden esta mirada incisiva, interior y exterior, a un tiempo oscuro de doble moral en el que la vida buscaba sus ventanas a otro paisaje. Esta isla narrativa, retrato lacerante en femenino singular, es un ojo de cerradura que permite mirar hacia dentro. El deseo y la represión sexual, la crítica a la religión machista y represora, la tensión psicológica, lo no contado, el deseo reprimido, la oscuridad tras la luz de la normalidad y los silencios reveladores y expresivos de un universo íntimo conforman el microcosmos delicado mediante el cual Picazo respeta la novela unamuniana pero la lleva hasta los terrenos áridos y pantanosos que le interesan como retratista de un tiempo de dolor.

El trabajo con el fuera de campo, con las elipsis y miradas compone un material imperecedero sobre una mujer a la que el entorno trata de cosificar y que preserva sus emociones y deseos como un duelo emocional a la espera que todo caduque y asome un nuevo relato del mundo. Por eso la grandeza de Picazo reside en que su elegante y precisa disección se sitúa tanto en esa mujer que plancha, callada, evitando la tentación, como en la voz en off, el sonido del afuera y lo ajeno, en la extrañeza de las costumbres congeladas, en la desazón permanente. Un perfil sociológico, seco y contundente, que aún permite seguir abriendo los ojos al espanto.

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