Denuncia con responsabilidad

Las legítimas protestas contra el genocidio que está cometiendo Israel en Gaza, siempre que sean pacíficas, no pueden derivar en un juicio sumarísimo que extienda las sospechas, trivialice las sanciones o los boicots de manera irresponsable en lugar de poner el foco en el gobierno ultranacionalista de Netanyahu

Domingo, 21 de septiembre 2025, 02:00

La masacre que el Gobierno de Israel está provocando en la franja de Gaza es una ignominia que ha despertado la indignación de la opinión ... pública mundial, conmocionada por los asesinatos de decenas de miles de civiles inocentes, muchos de ellos niños que simplemente buscaban comida. Este genocidio ha despertado el nervio moral e interpela las conciencias, pero también abre un debate serio sobre los límites de las respuestas más eficaces para denunciar semejante atrocidad. Corremos el riesgo de banalizar determinadas protestas y convertirlas en arietes demagógicos de protagonismo político que desvirtúan la crítica, por radical que sea a una 'ocupación' ilegítima, que Netanyahu quiere convertir en 'limpieza étnica' para completar sus afanes ultranacionalistas. No es de recibo activar una nueva Inquisición que determine qué es lo moralmente correcto y que entre en el territorio de qué debe prohibirse. Las llamadas al boicot en eventos deportivos o culturales plantean dilemas complejos. Puede alentar a demonizar a ciudadanos, no solo a gobiernos, como ha apuntado el propio director del Zinemaldia donostiarra, José Luis Rebordinos. Supone entrar en un jardín en el que aparecen siempre contradicciones difíciles de soslayar. Los trazos gruesos imperantes hoy impiden los obligados matices.

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Por eso sorprendieron en su momento las palabras del lehendakari Imanol Pradales sobre el contrato de la empresa CAF para construir un tranvía en Jerusalén. En su debate del jueves, Pradales cambió de registro al posicionarse crítico con los 'señalamientos'. Él mismo se corregía cuando días antes se había deslizado hacia un terreno imprudente cuando planteó una recomendación ética a una empresa sobre su estrategia a seguir. Y en esa discusión sería ilógico que el lehendakari no tuviera también en cuenta otras variables como el objeto y fecha del contrato en cuestión, y las consecuencias a futuro en una economía global de determinadas decisiones. Ese mismo sentido de la responsabilidad afecta por supuesto al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que lanzó unas declaraciones sobre las movilizaciones pro-Palestina en plena Vuelta que se adentraban en un terreno resbaladizo porque ya se conocía el riesgo de que pudieran generarse incidentes en la llegada a Madrid. La línea divisoria entre el legítimo derecho a la protesta y la coacción o el alimento de la polarización es muy fina y hay que tener mucho cuidado en que nadie las rebase, sobre todo si se tiene una responsabilidad institucional. En esa línea de llamamiento a la contención debiera situarse la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que comparaba la capital de España con Sarajevo en un exageración ridícula en quien ostenta un cargo público. Esta hipérbole permanente lo contamina todo y tampoco nos debe hacer pasar por alto una consideración. No hace muchos años, algunos de los que se desgañitan hoy criticando a Israel –el miércoles miembros de Ikasle Abertzaleak intentaron reventar un acto en la EHU– no movían un músculo de la cara cuando ETA cometía asesinatos atroces en su tierra. Hoy estamos aún esperando que muchos en algún momento digan que aquellas muertes fueron injustas. Ponerse hoy en primera fila de la denuncia a la vulneración de derechos humanos frente al clamoroso silencio del pasado es un fácil ejercicio de doble rasero. Por eso que algunas denuncias nunca debieran derivar en un juicio sumarísimo ni en cazas de brujas por determinada presión social o ventajismo político. Denunciar la masacre que el Gobierno de Israel está provocando en la franja de Gaza exige responsabilidad para no perder credibilidad en un mundo tan lleno de grises como el actual.

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