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Historias de Gipuzkoa

El Waterloo del duque de Mandas

Fermín Lasala y Collado no ocultaba su admiración por Napoleón en sus cartas a la duquesa

Martes, 10 de junio 2025, 00:05

Fermín Lasala y Collado nace en San Sebastián en el año 1832, justo cuando la ciudad espera el fin de la España que había surgido tras la derrota de Napoleón un 18 de junio de 1815. En Waterloo. Y sobre las mesas de negociación de Viena primero y de la ciudad italiana de Verona después.

Así cuando el hijo de Fermín Lasala y Urbieta y de Rita Collado, ve la primera luz en lo que hoy es la Parte Vieja donostiarra, quedan apenas meses para que Fernando VII deje este mundo. Un rey convertido durante las guerras napoleónicas en ídolo, admirado o denigrado sin muchos matices y con una fama histórica pésima que, todavía hoy, cuesta deslindar de esos retratos que Goya -y otros maestros- pintaron de su poca agraciada cara que le valió motes como el de 'Narizotas'.

Para el recién nacido Fermín Lasala y Collado en ese callejón del destino en el que su vida se cruza con la de ese monarca tan odiado y deseado, los acontecimientos en los que Fernando VII es protagonista serán (a futuro, cuando llega a la edad adulta) sólo Historia. Más aun después de obtener uno de sus títulos universitarios en esa materia.

El hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma es pues, para Lasala y Collado, sólo una figura más de aquellos reyes y políticos que se verán zarandeados por el genio y por el capricho de Napoleón que él plasma en libros de Historia como 'La separación de Guipúzcoa y la paz de Basilea' o 'Vicisitudes de la monarquía constitucional en Francia'.

Duque de Mandas, por Malempré (1905); y Duquesa de Mandas, por Palmaroli San Telmo Museoa

Pero en las largas series de correspondencia escritas por Fermín Lasala y Collado que conservamos hoy, emerge -de vez en cuando- el recuerdo emocional de aquellos tiempos a medida que se van convirtiendo en aniversarios.

Así ocurre con la carta -una de cientos- que cruza con su mujer Cristina Brunetti y Gayoso de los Cobos cuando todavía faltan unos años para que ellos dos ostenten sus títulos de duque y duquesa. Esa carta estaba fechada en 18 de junio de 1879 y hoy se conserva en el Archivo del Museo San Telmo de San Sebastián.

En ese pedazo de papel, con la total precisión propia de los muchos admiradores que Napoleón tenía en aquella Europa (que lo veía ya en perspectiva histórica), Fermín Lasala y Collado dice a su mujer que ese día en el que le escribe, 18 de junio, es el mismo en el que 64 años antes había empezado -a las 11 de la mañana- esa batalla que él describe para ella como el «drama de Waterloo».

Después de eso el futuro duque decía a la futura duquesa que en Francia (donde él se encontraba en esos momentos) se había dicho en la Cámara Legislativa, reunida en Versalles, lo mismo que había dicho el general Cambronne en esa famosa batalla. Es decir: que la Guardia Imperial moría pero no se rendía. Lo cual para Fermín Lasala y Collado indicaba que ese país, Francia, volvía a la normalidad tras las convulsiones de ocho años atrás, con la invasión prusiana después de la derrota del Segundo Imperio y la revolución socialista de París conocida como la Comuna.

Tras esto Fermín Lasala y Collado pasaba en esa carta a otros asuntos menos históricos y más domésticos (para él). Sin embargo, años después, cuando ya ostenta rango de duque, una visita -inesperada- de la reina Victoria a San Sebastián, lo devolverá a ese campo de batalla cuando sus pasos se crucen con el descendiente de no uno, sino dos oficiales presentes en aquel drama del año 1815 al que él se refería en su carta.

Los Ponsonby y el duque de Mandas

Los hechos ocurrirán en 1889, entre el 25 y el 28 del mes de marzo. En esos momentos las autoridades donostiarras directamente -y el duque de Mandas en un segundo plano- tendrán trato con sir Henry Ponsonby para preparar la breve visita que la reina Victoria rinde a su homóloga española, la reina regente María Cristina, que recientemente había enviudado de Alfonso XII.

Caricatura de sir Henry Ponsonby, publicada en la revista 'Vanity Fair' el 17 de marzo de 1883. Por Théobald Chartran

Henry Ponsonby era y sería el fiel secretario de Victoria, hasta su muerte, ocurrida en 1895. Provenía de una familia que se había ganado la estima de la realeza británica. Él, por ejemplo, había combatido por la Corona británica durante la Guerra de Crimea, siendo propuesto incluso para una alta condecoración. Algo bastante lógico, por otra parte, en quien era hijo y sobrino de dos oficiales que habían defendido a esa misma corona británica en el campo de batalla de Waterloo.

Y en condiciones trágicas. O cuando menos accidentadas. Trágica, en efecto, será la muerte de su tío segundo, William Ponsonby, inmortalizada incluso en la célebre película «Waterloo» del año 1970, y que ha dado lugar a ciertas controversias sobre si realmente murió alanceado por los polacos que sirven en las filas napoleónicas. Cosa que parece no ser cierta, pues todo apunta a que en realidad fue muerto en el fragor y la confusión de la batalla por lanceros franceses -no polacos- cuando fracasa la famosa carga de Caballería de la Brigada de la Unión que estaba bajo su mando.

William Ponsony, tío segundo de sir Henry Ponsonby, muerto en acción en la Batalla de Waterloo. Por Georges Maile. Grabado por B McQueen (1817)

El padre de sir Henry, Frederick, tuvo una participación no menos accidentada en esos hechos. El regimiento de Dragones Ligeros número 12 del que formaba parte, tenía que servir de apoyo a esa carga lanzada por William Ponsonby, que era, en efecto, primo segundo de Frederick Ponsonby. Esa operación también fracasara recibiendo esa unidad de Dragones severas pérdidas. Entre ellas estará Frederick Ponsonby, herido en ambos brazos. Derribado de su caballo será sucesivamente atacado por un lancero francés, utilizado como parapeto por un tirador francés saqueado por escaramuceadores franceses y prusianos, casi aplastado por la Caballería prusiana en los últimos momentos de la batalla y salvado in extremis primero por un oficial francés de Dragones y finalmente por un soldado de Infantería del 40 de linea que cuidó de él hasta que pudo ser evacuado a Bruselas donde a punto estuvo, según se dice, de morir a causa del tratamiento habitual en esos hospitales de campaña.

En 1889, pues, el descendiente de esos dos oficiales británicos que tanto habían destacado en el campo de batalla de Waterloo, se encontrará frente a frente con aquel historiador vasco, Fermín Lasala y Collado, que en 1879 había descrito, sin siquiera aludir a todas estas circunstancias de los Ponsonby, la Batalla de Waterloo como un verdadero drama. Algo sobre lo que, en aquellos tiempos de calma bélica de la «Belle Époque» donostiarra, sir Henry podría haberle contado muchas anécdotas familiares mientras se preparaba la corta, y algo misteriosa, estancia de la reina Victoria en San Sebastián.

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