25 Día contra la Violencia Machista
«No le denuncié por miedo a que me matara»Durante las más de dos décadas que duró su matrimonio, Ane sufrió violencia psicológica, pero lo normalizó. Con el divorcio llegaron los golpes. Pidió ayuda a los servicios sociales e ingresó en un centro de acogida. Temía por su vida
Ane sufrió violencia psicológica durante más de dos décadas, el tiempo que duró su relación con su ahora exmarido. Los primeros años, de forma más sutil. Podían ser episodios de celos o humillaciones, pero por aquel entonces ella los justificaba. No le parecían «para tanto». Tienen dos hijas en común y nunca quiso alertarlas. Eran pequeñas. Hubo una ocasión en la que siendo aún marido y mujer él le «cogió del cuello». Pasó inadvertido. Ella no le dio más importancia. Se asustó pero «se quedó en nada». Al tiempo, la relación se desgastó. El amor se acabó porque, en parte, se sentía «infravalorada, humillada, denigrada». Le costó saber que, en el fondo, lo que le había hecho pedirle el divorcio a su pareja de entonces y padre de sus hijas era la violencia psicológica que él ejerció sobre ella durante tiempo. Pero lo que siguió a la separación le hizo replantearse todo lo vivido, y también lo que le quedaba por vivir. Con el divorcio llegaron los golpes. Un día, tras recibir una paliza y «con el cuerpo lleno de moretones», pidió ayuda a los servicios sociales de la Diputación de Gipuzkoa. «No le denuncié por miedo a que me matara», dice. No se sentía con fuerzas para alertar a la Ertzaintza del maltrato que estaba sufriendo. Sin embargo, sabía que necesitaba «apoyo para salir adelante». Las trabajadoras sociales le derivaron al centro de acogida inmediata para mujeres víctimas de violencia machista. Fue con lo puesto. «Me han salvado la vida», reconoce después de haber pasado varios meses en este recurso, donde, entre otras cosas, ha recibido ayuda psicológica, que «tan necesaria» le era.
Como ocurre en la mayoría de casos, Ane «nunca en la vida» se hubiera imaginado que iba a sufrir violencia machista. Pero la padeció. En todas sus formas. Si bien intentó hacer «un convenio regulador de divorcio», su ya expareja no le puso las cosas fáciles. Optaron por el sistema llamado casa nido, esto es, cada semana entraba uno de los progenitores al hogar que tenían en común y el otro salía, de tal modo que sus hijas no tenían que moverse. Querían «lo mejor» para ellas. Las primeras semanas «lo cumplió», pero hubo un momento en el que «dejó de respetarlo. Ponía excusas. Decía que se ponía malo y que no podía irse... Todo empezó a complicarse», rememora echando la vista atrás. Ha pasado un lustro, pero lo recuerda como si hubiera sido ayer.
«Perjucio psicológico sí que ha habido. Desde dentro no lo ves, pero la gente de fuera, sí»
Poco a poco, surgió en ella una sensación de «miedo» hacia él que hasta entonces no había sentido. «Me empezó a seguir por la calle», apunta. «Se vestía de un modo en el que me costara reconocerle, me insultaba y me decía cosas realmente ofensivas», dice. Cuando estaban casados «ya sufría maltrato psicológico. Pero cuando estás dentro no lo ves».
A ella le costó mucho. No detectó ese tipo de violencia hasta que se divorció. Sin embargo, sus amigas y su familia «hacía tiempo que le advertían» de comentarios y actitudes que veían en él y no les gustaban. «Creo que por ese maltrato llegué a la conclusión de que quería divorciarme, pero aún cuando tomé esa decisión no tenía bien identificados los motivos», reconoce. Después los detectó, cuando a la violencia psicológica se le sumó la física. «Empezaron los empujones, los golpes... Me lanzaba por los aires. Me insultaba, me seguía... Yo ya no entendía muchas cosas. ¿Por qué tenía que actuar de aquella manera? Nada tenía sentido».
«La primera vez no reacciones. Con los primeros empujones te quedas bloqueada»
Estaba confundida. Su exmarido le estaba agrediendo cuando ni siquiera seguían siendo pareja. Una de esas veces, estuvo a punto de matarla por celos. Ella había estado esa tarde tomando un café con un amigo y él les vio. Esa noche fue a casa. Le tocaba a Ane estar con las niñas. «Sin tiempo para reaccionar entró y me pegó», explica. Estaba sentada en el sofá, no se lo esperaba. «Le solté patadas para defenderme. Hay momentos que todavía tengo en blanco. Estoy trabajando con la psicóloga para recordar todo lo que me pasó porque me salieron heridas que no recuerdo cómo me hice. Me lanzó contra la pared, por suerte las niñas estaban en la habitación y no vieron lo que estaba pasando en el salón», donde la puerta estaba cerrada. Él cogió un cuchillo de la cocina y fue hacia ella. «Me puse frente a él y me atreví a quitárselo. No sé cómo lo hice. Estaba pidiendo socorro y me tapaba la boca. Estoy aquí porque unos vecinos lo escucharon y entraron». Tocaron el timbre y sus hijas les abrieron. Le salvaron la vida. «Yo creo que si no, no hubiera parado».
Fotos para que constara
Ane tiene que hacer un parón antes de seguir relatando el calvario que ha vivido a manos de su expareja. Se queda bloqueada cuando recuerda ciertas situaciones. «Es muy duro», dice. Toma aire y continúa. Ese día fue a casa de sus padres y se sacó «fotos para que quedara constancia». La mañana siguiente, acudió a trabajar «toda golpeada» y, después, a la casa de las mujeres. «No sabía qué hacer». Enseguida aparecieron tres mujeres que trabajaban en la Diputación de Gipuzkoa y, tras contarles lo vivido, le llevaron al centro de acogida para víctimas de violencia machista. No quiso denunciar «por miedo a represalias. Lo he hablado a posteriori con mis amigas y mi familia, pero creo que si lo hubiera hecho él se habría vengado. Aparte, estás reventada y no te ves con fuerzas. Es todo muy difícil», se sincera. «Temía por mi vida».
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«Si no le hubiera denunciado, me habría matado»
Una vez en el centro se sentía «perdida, medio volada», si bien quiere agradecer al equipo de profesionales que le atendieron porque «sin ellas, no habría podido salir adelante». Aunque estaba «destrozada», ellas le iban «orientando y cuidando. Llegas con la autoestima muy baja sin entender por qué te pasa eso a ti. Al final te llegas a creer que no vales nada, después del machaque sufrido durante tantos años, y sin ayuda es muy complicado salir adelante».
En todo este tiempo Ane ha llorado «mucho». Durante meses, lo primero que se le venía a la cabeza nada más despertarse eran las agresiones sufridas a manos de su exmarido. «Todavía hay miedos», señala, «pero cada vez te sientes más fuerte». Cuando entró en el centro de acogida, ella quiso seguir trabajando, pero llegó un momento en el que empezó a bajar de peso y tocó fondo. «Tuve que cogerme la baja y cuidar de mí misma. Era la única forma de volver a estar bien».
Cada vez está «más tranquila», pero se le ha quedado una espinita y quiere aprovechar el 25-N para reivindicar los derechos de «todas» las mujeres que han sufrido maltrato. «Puse una demanda. He tenido un recorrido institucional como víctima, tengo informes, pero al no haber denunciado no me cubre la justicia gratuita. Si hubiera denuncia, sí. Si hay constancia, no entiendo por qué la ley no nos ayuda en ese aspecto. Si no he denunciado es por miedo a que me mate, no por falta de ganas. No es por el dinero, pero me da rabia esa distinción».
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