El 'tsunami' que arrasó la costa de Gipuzkoa
Se cumplen cinco años del temporal que el 2 de febrero de 2014 castigó con gran virulencia la costa de Gipuzkoa. El episodio causó daños que fueron valorados en 35 millones de euros. Lo único positivo fue que no se cobró ninguna vida.
Javier Peñalba
Lunes, 4 de febrero 2019, 13:12
Jokin Gilisagasti jamás podrá olvidar la madrugada del 2 de febrero de 2014. Tampoco pueden hacerlos otros muchos guipuzcoanos que vieron cómo el mar se llevaba por delante sus negocios embarcaciones, sus propiedades... Jokin pasó aquella noche en vela, en el puerto de San Sebastián. El temporal que se anunciaba le obligó a mantenerse a pie de muelle, atento a lo que pudiera acontecer. Allí estaban él junto otros pescadores, entre ellos Borja Isturiz, el de las motoras de la Isla. «Fue una madrugada de mucha tensión. Concurrían todos los elementos para que sucediera lo que luego todos vimos. Eran mareas vivas, soplaba viento muy fuerte y las olas que llegaban eran de gran altura. El mar terminó por entrar al puerto y lo hizo con tal energía que se llevó parte del espigón, rompió pantalanes, hundió varias decenas de embarcaciones... Fue dantesto», afirma Gilisagasti, un arrantzale con cerca de cuarenta años de experiencia y curtido en no pocas batallas contra los elementos atmosféricos.
Ayer se cumplieron cinco años desde que aquel temporal barriera como un tsunami la costa de Gipuzkoa. Fue uno de lo más violentos que se recuerdan. «En los 37 años que llevo como profesional en la mar, no había visto nada semejante», dice Gilisagasti.
José María Ayestarán regentaba entonces, al igual que lo hace hoy, la joyería del mismo nombre situada en la calle 31 de Agosto, en la Parte Vieja de la capital guipuzcoana. «El agua de las olas que venía desde el Paseo Nuevo había alcanzado una altura de un metro y veinte centímetros en el exterior de la tienda. Cuando llegué, dentro del local no había más que un manto de arena. Parecía una playa. Y en el almacén, que está en una planta un poco más baja, había cerca de medio metro de agua. Fue desolador ver el negocio en aquellas condiciones», relata. «Tardamos más de un mes en recuperarnos. Hubo gente que nos ayudó en las tareas de limpieza. Había relojes de pie que los tuvimos enviar a Alemania para restaurarlos y recuerdo también que teníamos unas 4.000 medallas que nos había pedido la Diputación que también quedaron dañadas», señala.
Las cifras
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40 embarcaciones se fueron a pique en el puerto de Donostia, donde las olas pasaron por encima del espigón de abrigo exterior.
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200 kilos fue el peso que tenían algunas de las rocas que fueron escupidas por el mar y que cayeron sobre el Paseo Nuevo donostiarra
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105 metros del grueso pretil de arenisca del primero de los espigones del puerto de San Sebastián fueron desencajados por el embate del mar.
Aquel temporal de mar dejó un balance de más de seiscientos afectados en Gipuzkoa y daños por una cuantía de 35,2 millones de euros. La cifra provenía de las indemnizaciones de los bienes asegurados (9,6) y las obras de reparación de las infraestructuras destrozadas por el mar, que fueron sufragadas casi en su totalidad por el Gobierno central, a través del Plan Litoral (15,3). Hubo que sumar también las inversiones, de menor importe, que fue aportado los ayuntamientos -3,8 en el caso de Donostia- y las obras realizadas en los puertos dependientes de Gobierno Vasco que ascendieron a 6,5 millones. Lo único positivo fue que no hubo víctimas mortales.
Alerta máxima
El temporal estaba más que anunciado. Las autoridades habían decretado el máximo nivel de alerta: el rojo. Había motivos más que fundados para ello, toda vez que las previsiones vaticinaban olas de una altura media de siete metros. La víspera, el mar ya había castigado el litoral y los responsable de Protección Civil solo estaban pendientes de lo que la madrugada del 2 de febrero pudiera deparar. Lo que sucedió es de sobra conocido. Los peores presagios se cumplieron: la costa guipuzcoana no se salvó de la devastación. Lo más destacado fue la impresionante elevación que alcanzó el mar producto de las mareas vivas que se registraban. «Me acuerdo de que en el puerto, el agua rebosaba y cubría los muelles. Era impresionante», explica Gilisagasti.
El patrón de pesca donostiarra Jesús Puerta nunca había visto nada semejante. En el puente de mando de su barco, 'Ozentziyo', con las máquinas en funcionamiento observaba de madrugada la fluctuación del mar en el puerto donostiarra. A las 4.00 de la madrugada, los bomberos de Donostia tomaban posiciones en los puntos críticos. Lo mismo hacían los agentes de la Guardia Urbana. El puesto de mando se situó en la confluencia del Boulevard con el paseo de Salamanca.
El mar irrumpía con mucha más fuerza que el día anterior y sobre las cinco de la mañana, una hora antes de la pleamar, el nivel del agua, sin contar siquiera la elevación de las olas, rozaba la altura de las calles. No se podía hacer nada, sólo esperar y confiar en que los daños no fueran catastróficos.
En la Parte Vieja, las calles próxima al Paseo Nuevo canalizaban el agua procedente de los arrebatos marinos. En la segunda planta del parking de Zuloaga, el nivel del agua alcanzó dos metros de altura. Tiendas, bares, restaurante y sociedades gastronómicas de esta calle y de otras próximas sufrieron importantes daños. El agua también entró al museo de San Telmo. A causa de las inundaciones, numerosas calles quedaron sin suministro eléctrico. En el paseo de Salamanca, el oleaje lanzó contra las fachadas de la manzanas de los números altos, los más alejados al Boulevard, rocas y piedras, algunas con un peso cercano a 200 kilos. Comercios, portales y el restaurante Kaskazuri sufrieron los efectos.
El 'tsunami' se llevó por delante parte de los pretiles y barandados de los paseos Salamanca y Nuevo. En el Paseo Nuevo, el mobiliario urbano quedó destrozado así como partes del pretil y de las barandillas, algunos de cuyos trozos fueron arrastrados hasta la plaza de Zuloaga.
Impacto en la Zurriola
El agua subió también hasta el paseo de la Zurriola y se adentró en varias calles del barrio de Gros. Imanol Andonegi, actual jefe de Bomberos de Donostia, era entonces oficial del cuerpo. Se incorporó al servicio por la mañana. «Lo que realmente me impacto fue ver cómo estaba la Avenida de la Zurriola, con importantes destrozos, llena de arena y flotantes empujados por el mar. El agua había llegado hasta el paseo de Colón. También me produjo un fuerte impacto ver cómo habían quedado los puentes por mucho que estuviésemos más habituados a verlos con daños, al igual que nos sucede con el Paseo Nuevo. Y luego, cuando acudimos a la zona del Tenis fue también impresionante. Estaba todo destrozado, los muros derribados, todo lleno de agua...», afirma Andonegi, quien reconoce que «no pensaba que el temporal fuera ser iba a ser tan fuerte. Creía que sería como otro que se había producido un par de años antes y que reventó el Paseo Nuevo. El de hace cinco fue el más grave que me ha tocado vivir», indica el máximo responsable de los bomberos de la capital guipuzcoana.
En La Concha, los golpes de las olas rompieron tramos de las barandillas en la primera rampa, así como en el Pico del Loro. Las instalaciones de la Talasoterapia, el Atlético San Sebastián, el gimnasio Hegalak y la discoteca y La Rotonda sufrieron graves daños.
La penetración del Cantábrico sobre el cauce del Urumea fue de tal intensidad que los cincos primeros puentes -Zurriola, Santa Catalina, María Cristina, Mundaiz y Lehendakari José Antonio Agirre, quedaron cerrados. Este último, situado a la altura del plaza Pío XII en Amara, a un kilómetro de la desembocadura, perdió parte de las planchas de madera que sirven de paso para los peatones. En los otros pasos elevados el oleaje arrancó elementos de sus estructuras. También en Txomin Enea, varios locales se vieron afectados por la crecida del mar.
Pero no solo Donostia sufrió los efectos de aquel episodio. Zarautz, con un arenal de más de un kilómetro de longitud y un paseo marítimo plagado de cafeterías y restaurantes, también sufrió las consecuencias del mal estado de la mar. El Spa Gym fue uno de los más castigados. «Estuvimos desde las tres de la madrugada hasta el amanecer viendo cómo el mar entraba con fuerza por el paseo. Lo veíamos desde la balconada que hay encima del spa. Tuvimos la mala fortuna de que una de las tablas que protegía la fachada se rompió. El empuje de las olas hizo el resto. Los daños fueron muy elevados. Fue un desastre. Los trabajos de limpieza y reparación de las instalaciones se prolongaron seis meses», afirma un responsable del complejo.
La fuerza del mar rompió también varias decenas de metros del muro del puerto zarauztarra y la carretera N-634 sufrió un gran socavón en uno de los carriles a la altura del primero de los túneles en el sentido a Getaria. En esta última localidad, el oleaje se llevo el restaurante que había sobre la playa y produjo daños muy importantes en otro, el Ketarri, orientado hacia la playa de Gaztetape, una zona muy expuesta a los temporales.
En Zumaia, el elevado nivel del mar hizo que, por momentos, el agua rebosara y se adentrara por algunas calles del casco urbano. En Deba, el bar Itxas-Gain, situado en primera línea de la playa, quedó también destruido por los embates del mar. Y en Mutriku, el pantalán instalado en la zona de los surtidores quedó al garete. También algunas anillas de los propios pasillo flotantes se salieron de los postes que los sujetaban. En Hondarribia, la carretera que une al faro de Higer sufrió desprendimientos. Las piedras y la tierra caída impactaron en las viviendas de Iterlimen. Pasaia tampoco se salvó del temporal. Los mayores daños se produjeron en el distrito de Donibane, donde el agua entró en el caso antiguo. La única calle de la localidad se convirtió en un río que en algunas partes alcanzó un metro de profundidad.
Se midieron olas de trece metros de altura
El temporal de hace cinco años dejó registros para los anales de la oceanografia. Frente a la costa guipuzcoana se midieron olas que alcanzaron los 13 metros de altura máxima. La ola significante, la media aritmética de las más altas, fue nada menos que de 8,5 metros.
2014 fue un año en el que los temporales se sucedieron con una frecuencia inhabitual. En total fueron nueve los que se registraron durante el invierno, según contabilizó Aemet. Fue algo excepcional que, de acuerdo a los registros de las últimas décadas, se produce con una periodicidad aproximada de treinta años. Lo normal es que cada año haya entre tres y cinco situaciones de estas, de ahí que los nueve contabilizados constituyesen un valor extraordinario.
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