
«Los profesores hacemos en clase puro teatro»
Confesiones de... un profesor de secundaria ·
Sebas Galdos segura que a él le apasiona lo que hace y que es esa precisamente «la diferencia entre un profesor bueno y otro malo»Secciones
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Confesiones de... un profesor de secundaria ·
Sebas Galdos segura que a él le apasiona lo que hace y que es esa precisamente «la diferencia entre un profesor bueno y otro malo»JAVIER GUILLENEA
San Sebastián
Martes, 28 de agosto 2018, 16:17
Sebas Galdos puso un día bajo arresto a una silla. Estaba en clase de 3º de ESO cuando un ruido molesto lo desconcentró. Uno de sus alumnos se balanceaba sobre dos patas de su silla, que emitían un desagradable sonido. Le pidió que se estuviera quieto, pero él no hizo caso. «Me respondió 'no soy yo, es la silla', así que la cogí y como era ella la que hacía el ruido la saqué al pasillo arrestada. El chaval se quedó de pie en mitad de la clase sin saber qué hacer».
Él ya había olvidado la anécdota hasta que un día se la recordó un antiguo alumno. En los colegios hay historias que se mantienen en la memoria de los estudiantes con más frescura que la tabla periódica de los elementos. Hay lecciones que van más allá de los libros de texto y que perduran por los años de los años. Hay cosas que se aprenden sin necesidad de estudiar o, al menos, sin que dé la sensación de que se estudian.
La verdadera lección de Sebas no fue su rapidez de reflejos al echar de clase a la silla. Llegó después, cuando enseguida se arrepintió de lo que había hecho. «A aquel alumno le pedí disculpas delante de toda la clase», dice.
Él lo ve como una «cuestión de coherencia», una manera de explicar a los alumnos el valor del respeto mutuo. «Esto es importante –explica–. Ellos tienen que ver que tú puedes pedir perdón delante de todos, tienen que ver que el profesor es capaz de decir 'perdona, he metido la pata contigo', que vean que yo también soy de carne y hueso y meto el remo como todos».
«Hace treinta años no te hablaría así», admite Sebas Galdos en un despacho del instituto Lizardi de Zarautz, donde imparte clase de Lengua y literatura vasca a jóvenes adolescentes desde hace 22 años. Con su título de Filología vasca y su certificado de aptitud pedagógica aún tiernos, el 1 de octubre de 1984 se enfrentó por primera vez a solas ante cuarenta alumnos de primero de BUP. «Fue en Arrasate y me pareció terrible. Eran varios grupos, tardé una eternidad en ponerles caras y nombres».
Dio después clases en Errenteria, localidad en la que reside, en Arrasate de nuevo y luego en Beasain, hasta que se asentó en Zarautz. A sus 57 años le quedan dos cursos para jubilarse y tiene la sensación de que el tiempo ha pasado de una forma extremadamente rápida.
Aquel primer día en el que compareció aterrado ante un batallón de desconocidos dispuestos a examinarle para encontrar sus puntos débiles, Sebas se dio cuenta de que, «además de saber mucho euskera, había que saber más cosas». Fue así como empezó a aprender y todavía lo sigue haciendo. «Ellos te enseñan, los alumnos nos van cambiando como personas», afirma.
Aprendió «desde el minuto uno» a mirar a los estudiantes como individuos y no como un conjunto más o menos compacto. «Ves que no son plantas, que tienen vida propia y se mueven, que cada uno lleva su mochila con sus problemas, que cada uno tiene su vida y a lo mejor les puedes echar una mano».
Sebas Galdos es responsable de calidad de Lizardi, centro del que fue director en su día, y coordina la red de calidad de 54 institutos de Gipuzkoa y Bizkaia. Ahora que llega al final de su carrera profesional da tres horas de clase a la semana a chavales de 4º de ESO y durante ese tiempo se siente feliz. «A mí me gusta lo que hago, esa es la diferencia entre un profesor bueno y otro malo», asegura.
En su currículum destaca su dedicación a la música. Ha cantado con la coral Andra Mari durante cuarenta años y todavía sigue haciéndolo cuando se lo piden. Ahora está ensayando la ópera Carmen y son las tablas que ha adquirido entre actuación y actuación las mismas de las que se ha servido en muchas ocasiones en sus clases.
Un profesor se ve obligado a utilizar todos los trucos posibles para que sus alumnos le hagan caso. Uno de los más socorridos es el de alzar la voz en mitad de una explicación para resucitar a los dormidos, aunque eso se llevaba más antes, cuando el profesor «era el centro de la clase, el transmisor de conocimientos», y se dedicaba a dar largas charlas magistrales. Ahora eso ha cambiado. «Ya no aguanta nadie oyendo una chapa más de diez minutos seguidos», afirma Sebas.
Hay que mantener vivo el ánimo y encendido el interés de adolescentes de 14 y 15 años a los que se les supone un ardiente deseo de salir lo antes posible a la calle para poner en práctica la socialización aquella que les inculcaron en la guardería. Y para eso nada mejor que el truco definitivo al que tantos y tantos docentes recurren en las aulas. «Lo que hacemos es puro teatro. En un momento podemos transmitir a los alumnos la imagen de que estás enfadado y no es verdad porque estás feliz, y al revés, si tienes un mal día porque has tenido un disgusto tienes que aparentar tranquilidad».
A Sebas en ocasiones le puede la vena escénica. «A veces pego un salto en clase y se ríen; con eso consigo romper el ritmo». Un día que daba una explicación y vio que nadie le atendía, optó por disolverse. «Me fui poco a poco al fondo de la clase, me agaché y me quedé quieto hasta que se dieron cuenta de que allí delante no había nadie». «Soy muy de teatro», dice. «Me gusta leer poesía en alto en mitad de la clase. Al principio les entra la risa, pero luego empiezan a darle vueltas al poema».
Un aula es una extraña máquina del tiempo, al menos para los profesores. Después de tantos cursos dando clases –«siempre distintas»–, Sebas habla de lo que supone estar «continuamente entre gente de la misma edad mientras que tú siempre tienes un año más». Los docentes, cada vez más viejos, se ven obligados a adaptarse a los alumnos para «estar al día» con ellos. El resultado es una suerte de eterna juventud. «Te sientes joven continuamente, al menos yo me siento así».
Adaptarse y estar al día no significa ser como ellos, eso lo tiene muy presente el profesor del instituto Lizardi. «De lo que se trata es de aprender pasándolo bien pero sin confundirse. Un colegio no es un balneario, allí se va a estudiar y a adquirir los recursos necesarios para enfrentarse a un futuro en continuo cambio.
Eso es algo que Sebas intenta inculcar a sus alumnos, y lo hace de dos maneras. «Me gusta mucho decirles que intenten ser lo mejor posible en lo que vayan a ser, y para eso yo tengo que ser coherente. Si yo les pido una cosa pero no cumplo con mi parte, se quedan desorientados». Y también les recuerda a menudo que «todo ser humano tiene un lado bueno y otro malo pero que hay que mostrar la parte positiva. Por eso es importante reforzar lo que hace bien cada chico y no empeñarnos en sacar lo malo de los que no son brillantes».
Muchas veces se cruza en la calle con antiguos alumnos que no dejan de saludarle. Quizá no todos hicieron uso de las lecciones de Sebas, pero es seguro que la mayoría las recuerda. «Al final se trata de que sean gente de provecho. Son ellos los que van a dirigir la sociedad del futuro, los que van a tirar de ella», dice el profesor.
La silla. Cuando le pidió que dejara de hacer ruido, el alumno contestó que no era él sino la silla. Al oír esta respuesta, Sebas cogió la silla y la sacó «arrestada al pasillo». Enseguida pidió perdón al desconcertado adolescente y levantó el arresto.
La poesía. «A veces lee poesías en voz alta. Al principio les entra la risa, pero luego empiezan a darle vueltas al poema»
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