Gente elegante paseando por La Concha. KUTXATEKA
Calle de la memoria

1893 | Veraneo barato en San Sebastián

Javier Sada

San Sebastián

Domingo, 6 de agosto 2023, 09:17

Han pasado 130 años desde aquel comienzo de agosto de 1893 en el que los donostiarras se preguntaban: «¿Habrá este año más veraneantes que el ... pasado?». El ambiente decía que sí: el 2 de agosto de 1889 hubo 8.743 forasteros; 8.392 el mismo día de 1890, 9.236 en el 91 y 8.508 en el 92… Este año de 1893, el día 2 se contabilizaron 8.946.

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Ayudaba mucho que Francia estuviera en vísperas de unas elecciones y que el Gobierno hubiera suspendido las vacaciones de todos sus empleados. Las playas francesas estaban vacías. En 'La Época' se escribía que «en Hendaya solo hay una familia española y en San Juan de Luz no pasan de seis», quedándose todos en San Sebastián. Se salvaba Biarritz porque «siendo estación de moda, contaba con clientela rica procedente de Francia e Inglaterra a la que poco afectaban las disposiciones gubernamentales».

Desde el 19 de julio pasado, fecha de su inauguración, el palacio de Miramar era un atractivo más para los visitantes, y todo colaboraba para que el negocio del hospedaje hiciera el agosto. Melitón González, cronista de 'La Voz de Guipúzcoa', escribía que «dar con una casa de huéspedes es cosa facilísima. Se mete uno en la primera casa que se le antoja y, no siendo el Ayuntamiento, Gobierno Militar o Teatro, es casi seguro dar con una». Comentaba que cuando llegó llamó a un primer piso de la calle Legazpi. «Salieron a recibirme tres señoras, al parecer respetables, y pregunté: ¿Hay habitación? ¿Qué hacer, pues?, me respondieron, si no haber, y si no hubiera, pondríamos pues».

1893

Gabinete con cama, desayuno, tres platos a la noche y cocido con dos principiosal mediodía, por veintidós reales | La inauguración del palacio de Miramar, el 19 de julio, fue un nuevo aliciente para quienes veraneaban en la ciudad

Acto seguido, continúa el comentario, «se pusieron las tres a hablar en vascuence, hablando las tres a la vez como cotorras enfurecidas. Yo no entiendo el idioma pero, por las miradas, los gestos y demás, comprendí que no les había caído en gracia, tal vez por parecerles pequeño el equipaje y sospechar que estaría pocos días. Gracias a la más vieja, que se había fijado en que gasto un alfilerito de corbata bastante vistosillo, la discusión terminó y fui conducido a un gabinetito muy aceptable con una desvencijada cómoda y unos jarrones con flores de mariscos».

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Fijado el precio de 6 pesetas diarias con manutención, cuando don Melitón usaba la jofaina «entraron las tres mujeres y, mientras me quejaba porque el jabón se me metía en los ojos, me agarraron y me pasaron a otro gabinete porque, me dijeron, ha venido un matrimonio por más días».

Tras protestar sin éxito y salir de la casa amenazando con «dar parte», apenas pisada la escalera se abrió la puerta del piso de al lado, que también era de huéspedes, y un señor que le anunció tener tratamiento de Usía, por veintidós reales le ofreció cama, desayuno, tres platos a la noche y cocido con dos principios al mediodía.

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Relatado el hecho, Melitón González extendió la idea de que San Sebastián no era, como se decía en Madrid, la ciudad más cara. El secreto de veranear en la capital guipuzcoana por poco dinero era fácil, escribió: «Consiste en no salirse de la esfera a la que cada uno pertenece, no querer ser más, no aprovechar el verano y la playa para codearse con personas a las que jamás verían en Madrid, ni acudir a lugares que nunca irían como el teatro, casino o bailes».

En San Sebastián había restaurantes donde se comía mejor y más barato que en Madrid. Por dos pesetas diarias, y hasta por 1,50, se podía encontrar una casa decente en el centro. Vivir en San Sebastián, a una familia forastera, le costaba 16 pesetas diarias.

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