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Desde mediados del siglo XIX, las principales ciudades españolas derribaron sus murallas y se expandieron en amplios ensanches donde se irían erigiendo representaciones monumentales de los personajes más notables tanto de la historia nacional (Cristóbal Colón, Diego Velázquez, Isabel la Católica, el general Prim), como de la local (Jovellanos en Gijón, Zorrilla en Valladolid, Güell en Barcelona...). Una 'política memorialística', diríamos hoy, a la que se anticipó en varias décadas Getaria. Pues en fecha tan temprana como 1783, el escultor murciano Alfonso Giraldo Bergaz recibió encargo del Real Consejo de Castilla para labrar de cuerpo entero a Juan Sebastián Elcano (o 'del Cano', como firmó en su testamento) con destino a su villa natal.
El proyecto se demoró, probablemente por las convulsiones políticas de finales del siglo XVIII y/o por razones económicas, dado que no se inauguró hasta 1800 y solo gracias a que su entonces alcalde, además de navegante y científico, Manuel de Agote y Bonechea, puso el dinero necesario.
Giraldo Bergaz no era un cualquiera: director de escultura de la Academia de San Fernando y escultor de cámara del Rey, había inmortalizado a Carlos III en bronce para la plaza Mayor de Burgos y aquí mismo, en Errenteria, ejecutó el relieve de La Asunción del retablo mayor de la parroquia. Su Elcano, en mármol blanco sobre pedestal de tres gradas, aparecía erguido con el pie izquierdo adelantado, las cartas de navegación en una mano, espada al cinto y la capa volteada sobre el hombro izquierdo.
Esta obra pionera de la escultura monumental española superó indemne la guerra napoleónica, pero no así la primera carlistada durante la cual Getaria fue pasto de las llamas. Los cañonazos destrozaron el pedestal y mutilaron su brazo y nariz. El maltrecho Elcano fue retirado a un nicho sobre la puerta principal de la muralla de tierra donde permanecería desde 1836 hasta 1861, cuando se entregó a los descendientes de Manuel de Agote en Zestoa. Pío Baroja, que sirvió como médico en la villa balnearia, cuenta en sus memorias que «en la casa del secretario había una estatua de piedra blanca metida en un cuarto, que se veía como un fantasma. Era de Juan Sebastián Elcano. La había mandado hacer un lejano pariente mío, según me dijeron, y no sé por qué había llegado allí». En 1906 sería devuelta a Getaria en cuyas dependencias el macizo marmóreo acabaría extraviándose.
Murciano como Giraldo Bergaz y catedrático de escultura de la Escuela de Bellas Artes de Zaragoza, ciudad donde desarrolló una amplia producción tanto de imaginería religiosa como de escultura civil y ornamental, a Antonio Palao Marco se debe el monumento a Ramón Pignatelli que desde 1859 preside el parque zaragozano que lleva su nombre.
Aunque no hay datos sobre las razones que movieron a su elección, todo indica que la magnífica efigie del artífice del Canal Imperial de Aragón actuó como credencial para que la Diputación de Gipuzkoa encomendase a Antonio Palao Marco en 1860 el nuevo monumento a Elcano. Así parecía corroborarlo ese mismo año la prensa aragonesa al destacar, a la vista del modelo en yeso expuesto en un convento de la capital maña, que «la estatua de Sebastián de Elcano será no menos bella que la de Don Ramón Pignatelli». En ambos casos, la conocida fundición de arte Eck et Durand de París se encargó de su vaciado en bronce. Nuestro paisano pesó a su nacimiento 21 quintales y tuvo un coste de «7.000 duros».
En una profunda investigación sobre la trayectoria de Palao recientemente publicada, Wifredo Rincón García, historiador del arte, miembro del CSIC y profesor del Instituto de Historia en Madrid, apunta a que pudo inspirarse en el precedente de Bergaz que conocería por un grabado publicado en 1846, además de en otros retratos idealizados del marino. «En una actitud tan bella como arrogante», con expresión de arrojo, inteligencia y nobleza, Elcano se levanta 2,25 m sobre pedestal de dos cuerpos, el superior de mármol y de piedra caliza el inferior. Este último fue encomendado por el Ayuntamiento al vecino Lino de Ostolaza, junto con el acondicionamiento de la plazuela llamada en el contrato 'Catraponachiquia' o 'Catraponabekoa'. También se construyó un nuevo arco que conectaría dicho emplazamiento con el muelle.
Esa ubicación sería criticada por Nicolás de Soraluce y Zubizarreta. El ilustre zumarragarra, durante años presidente de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Gipuzkoa desde la que animó a que los nuevos ensanches urbanos se embellecieran con representaciones de nuestros más preclaros antepasados, hizo posible que en San Sebastián se alzara un primer monumento urbano en 1894, el de Antonio de Oquendo. Unos años antes, en 1881, Soraluce se pronunció contra el nuevo Elcano de Getaria por hallarse «mirando al Oriente, debiendo mirar al Occidente, campo principal de sus glorias». Como solución, propuso su desplazamiento al pie de la isla de San Antón (el conocido 'Ratón'), en un punto visible para los buques que navegasen por la costa. Nada se hizo.
La de Palao, inaugurada solemnemente el 28 de mayo de 1861, pasa por ser la escultura pública conmemorativa más antigua de cuantas se conservan en territorio vasco, así como relevante expresión del arte monumental de época isabelina. En atención a su calidad, fue seleccionada para la Exposición Internacional de Londres de 1862, pero se ignora si el modelo en yeso finalmente viajó y, caso de hacerlo, si se expuso o no. Wifredo Rincón cree que sí «llegó a Londres, aunque no figura en los Catálogos que conocemos de obras presentes en esta muestra internacional».
A la entrada en Getaria de los sublevados en 1936, la efigie se trasladó a San Sebastián quizá con la intención de fundir su bronce para la fabricación de proyectiles, lo que a la postre resultaría inviable porque la obra era hueca (dato aportado por el historiador Ramón Serrera y que Rincón García recoge en su libro).
Acabada la Guerra Civil, en 1941, la Comandancia de Marina junto con el Ayuntamiento donostiarra y la Diputación guipuzcoana promovieron la edificación en el Paseo Nuevo de una capilla a la memoria de los casi 800 marinos, 34 de ellos guipuzcoanos, que perecieron en el crucero Baleares en marzo de 1938. Y allí fue a parar la escultura de Elcano.
Los trajines de Elcano terminarían en 1978, ya durante la Transición política, cuando la corporación municipal solicitó de manera reiterada la devolución del monumento a su localidad de origen sin obtener satisfacción. Según relata José María Unsain Azpiroz en un muy documentado artículo publicado en el boletín de la RSBAP, ni cortos ni perezosos, cuatro getariarras cargaron la estatua en un camión con cabrestante y se llevaron al marino «de vuelta a casa». No hubo litigio, y el 28 de mayo de 1978 (en el 117 aniversario de su primera exposición pública) se reinauguró en su primitivo emplazamiento sobre un nuevo pedestal.
La última de las representaciones de Elcano se alza frente al Ayuntamiento y es hoy uno de los emblemas de Getaria. Ejecutada en mármol blanco de Carrara por el artista Ricardo Bellver en 1881, fue cedida la villa por el Ministerio de Asuntos Exteriores el año 1934.
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