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Entre las diversas formas de pasar la Nochebuena, una es, o más bien era, hacerlo cenando con otros dos centenares de jubilados, prácticamente todos desconocidos.
En los años 90, el departamento de Servicios Sociales de la Diputación Foral de Gipuzkoa tuvo la iniciativa de organizar durante la Navidad unas breves jornadas de convivencia para jubilados sin compañía, en el balneario de Zestoa.
EL DIARIO VASCO publicó el 24 de diciembre de 1994 un reportaje sobre la llegada de los veteranos al balneario, algunos y algunas con muy buen humor.
«Vengo a llevarme un novio rico', reconoció la donostiarra Dolores, de 73 años, nada más bajar del autobús que trasladó a 210 jubilados de toda la provincia a pasar la Nochebuena al Balneario de Zestoa».
Así empezaba el reportaje, firmado por Álvaro Olavarría, en el que se informaba de que 1994 era «el tercer año que la Diputación de Guipúzcoa viene celebrando estas Jornadas de Convivencia Navideña. Gracias a ellas los jubilados que se encuentran solos podrán pasar en compañía las fiestas de Navidad y disfrutar en estas fechas tan señaladas, junto con otras personas mayores, en el guipuzcoano Balneario de Cestona».
Si en la primera edición, la de 1992, pasaron las Navidades juntos 186 jubilados guipuzcoanos, la demanda hizo que se aumentase el número de plazas hasta las 210 en 1994. Les atendían el personal del balneario y voluntarios de la Cruz Roja.
El plan era atractivo: «Los jubilados podrán disfrutar de billares, futbolines, ping-pong y juegos de mesa. También podrán utilizar las piscinas termales y del gimnasio con los que cuenta el Balneario. En cuanto a espectáculos, se proyectarán tres películas diarias. Además, habrá actuaciones del coro Gure Ametza, de Azpeitia, así como las canciones de la Jaiotza, también de Azpeitia. Además del baile en la discoteca, los mayores podrán disfrutar de una de sus adiciones favoritas: el bingo».
El momento central de aquellas 'Jornadas de Convivencia Navideña' era la cena de Nochebuena, que en 1994 tuvo el siguiente menú: «Jamón de Jabugo, foie, espárragos, tartaletas de txangurro y langostinos como entrantes. Lomos de salmón de Noruega a la parrilla, de segundo y turrones, mazapanes y pastel de manzana como postres. Todo esto estará acompañado con vino de Rioja, tinto y rosado; más el cava tradicional de estas fiestas».
El escollo de compartir las fiestas con un montón de desconocidos se solventaba con la buena predisposición general y con el hecho de que algunos de los participantes se apuntaban con amigos o encontraban allí a conocidos.
La animación de las fechas ayudaba a establecer lazos. Así, «Petra llegó con su amiga Benita, vecina suya de toda la vida, pero que nunca habían hablado hasta que coincidieron aquí el año pasado». Lo explicaba Benita: «Fue muy gracioso porque yo a Petra la conozco desde hace mucho, pero nunca nos habíamos parado a charlar. Vive al lado mío y tan solo nos saludábamos. El año pasado nos pusieron en la misma mesa y empezamos a hablar de nuestras cosas, y ahora somos muy amigas».
El reportaje de Olavarría recogía la ebullición del aterrizaje de los 210 jubilados en Zestoa: «Estoy contentísimo. Pienso pasarme toda la noche cantando», prometía Ángel.
«En una esquina se podía ver a un grupo de hombres que departían amigablemente». Patxi, donostiarra asentado en Irun, comentaba que «estamos haciendo las parejas para el campeonato de mus relámpago. Somos un grupo de amigos que solemos coincidir mucho en actos de este tipo«.
La actividad, que la Diputación dejaría de organizar, era una forma de conjurar la soledad, como en el caso de Encarna de Andoain: «Desde que murió mi marido hace dos años vengo a pasar la Navidad aquí. Nos lo pasamos muy bien y entre todos hacemos que la tristeza de estar solos se transforme en alegría».
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