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La talla de madera de la Virgen lactante de Elizamendi es del siglo XVII. Mikeo
Historias de Gipuzkoa

La singular Virgen lactante de Angiozar

En la ermita Nuestra Señora de Elizamendi, en el barrio bergaratarra de Angiozar, se venera una de las imágenes marianas más originales y valiosas de Euskal Herria y de las pocas con esta temática en España

Antton Iparraguirre

San Sebastián

Lunes, 15 de enero 2024, 06:40

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La Virgen de Arantzazu es una de las advocaciones marianas más veneradas por los católicos guipuzcoanos. No en vano es la patrona del territorio desde 1918. Su festividad se celebra el 9 de septiembre, y aparece marcado en rojo en el calendario laboral del territorio. Pero la ermita de Nuestra Señora de Elizamendi, en el barrio bergaratarra de Angiozar, alberga desde hace siglos una de las imágenes marianas más originales y valiosas de Euskal Herria, al igual que de las pocas tallas de madera policromada existentes en España en las que María aparece amamantando a Jesús. Elixamendiko Amabirjina es una Virgen lactante que ha sido honrada por fieles del territorio, pero también de Bizkaia y Álava, e incluso por cristianos de la península y del extranjero. Lamentablemente, en la actualidad no es muy conocida fuera de la comarca del Alto Deba, a pesar de su singular historia.

La escultura de la conocida también como Nuestra Señora de Elizamendi está realizada en madera de peral, tiene 0,89 metros de altura y data del siglo XVII. Está catalogada como de la época tardía del gótico florido. Se desconoce quién fue su autor y cómo llegó a la humilde ermita de Angiozar. Es considerada una de las primeras tallas de madera de una Virgen de Euskal Herria, al igual que una de las imágenes marianas más originales y valiosas.

  1. Ante la imagen rezan mujeres preocupadas por su embarazo y madres con hijos que tienen dificultades para hablar o que lloran mucho

Todavía hoy rezan ante la imagen mujeres preocupadas por cómo se desarrollará su embarazo y madres con hijos que tienen dificultades para hablar o que lloran mucho. Los fieles también encienden velas para pedir su ayuda y protección. El 25 de marzo se celebra una romería en su honor, que incluye la bendición. Vivió años de esplendor con cientos de personas en misa y luego de fiesta en la campa con unos bailes que en ocasiones enojaron al párroco, hasta el punto de que en 1895 pidió al obispo de Vitoria que fueran prohibidos, y así ocurrió para disgusto de los vecinos.

Los entendidos en arte religioso destacan que en la talla de madera se aprecia cómo María, que está sentada sobre un trono de estilo gótico florido con algunos rasgos de la época renacentista, al igual que el retablo, aprieta su pecho izquierdo para alimentar a Jesús, que aparece desnudo y sentado sobre su mano derecha. La Virgen observa a su hijo con ternura y dulzura, una expresión acentuada al tener los ojos semicerrados. Su boca es fina y pequeña, y llaman la atención, asimismo, sus pobladas cejas, su cuello largo y su cabellera rubia y rizada que le cae por los hombros. Sujeta al pequeño por el lado de las nalgas y no por la espalda, como es habitual en imágenes de Virgenes lactantes. Indican que el Niño Jesús está lleno de movimiento. Parece que chupa el pezón con ansia y mueve las piernas como un gesto de felicidad. Su cuerpo es rechoncho, tiene el pelo del mismo color que su madre y destacan sus mejillas sonrosadas, que supuestamente son señal de buena salud.

La devoción traspasó las fronteras vascas y se pedían postales y fotos desde la península y el extranjero

Religiosos guipuzcoanos han descrito el conjunto de la talla como «un grupo sublime, de estampa típicamente humana, elevada a recato de pudorosa unción». También han remarcado que «con sólo mirar a tan simpática escultura, animada de inenarrable unción piadosa, puede aplicársele la nota de milagrosa. Esta deliciosa Andra Mari es una de las más tiernamente veneradas de Guipúzcoa».

Este rasgo de dulzura de Elixamendiko Amabirjina contrasta con la mayoría de las tallas de la Virgen con niño en la Edad Media y siglos después. María aparecía sentada en el trono o simplemente de pie, de frente con el niño en sus brazos, con una actitud totalmente hierática. Ambos personajes no expresaban sentimiento alguno, sus rostros reflejaban severidad y distanciamiento con respecto a los fieles.

La advocación mariana se fue expandiendo gracias a que al igual que ocurría en otras localidades guipuzcoanas, la serora de la ermita, junto con un ayudante, se trasladaba por los pueblos cercanos, incluso de Bizkaia y Álava, con una pequeña imagen de la Virgen dentro de una caja de madera con la parte delantera transparente. Daba a besar la imagen y entregaba una estampa con la novena a Nuestra Señora de Elizamendi. A cambio recibía comida y algo de dinero.

Una vista general del barrio de Angiozar. DV

La fama de esta joya del patrimonio religioso de Gipuzkoa también llegó a traspasar las fronteras vascas y a la ermita llegaban cada año numerosas cartas procedentes tanto de la península como del extranjero solicitando postales o fotografías de la imagen.

Otra prueba de la amplia devoción que se le tenía es que la Virgen de Angiozar recibió a lo largo de los siglos valiosos mantos como regalo de humildes feligreses de las comarcas vecinas, pero también enviados por importantes aristócratas, populares bailarinas y 'americanos', los que regresaban a su localidad natal tras hacer fortuna en las Américas y se convertían en grandes benefactores del municipio. En 1899 Doña Jesusa de Orue donó una corona, pero con los años desapareció y fue reemplazada por otra semejante pero de menor valor artístico. El manto que le cubre en la actualidad es dorado y de amplios y pronunciados pliegues.

Tanto la ermita como la imagen de la Virgen fueron restaurados en 1899 por iniciativa de los hermanos Legorburu, uno de ellos emigró a México para hacer fortuna y en el país azteca llevó a cabo una colecta. Entregaron mil reales cada uno. Además, construyeron una casa-vivienda al lado oriental de la iglesia y contaban con un acceso al templo por medio de una pequeña puerta interior.

  1. Una ermita destrozada al ser almacén bélico y alojamiento para las tropas Nacionales en la Guerra Civil

En cuanto a la ermita de Angiozar, existe documentación sobre la misma fechada en el año 1563, y en ella se la llama Nuestra Señora de Ellexamendi, y también Elejamendi. Pertenece al término de Bergara después de que en 1927 uniera a su territorio los barrios de Angiozar y Ubera, fundados en 1335 y que hasta entonces había pertenecido a Elgeta.

Exterior de la ermita de Elizamendi en 2015. Migura

Al encontrarse en un punto estratégico, conocido también como Mirandao, cerca de la muga entre Gipuzkoa, Bizkaia y Álava, sufrió graves destrozos durante la invasión de las tropas francesas, en las guerras carlistas y sobre todo en la Guerra Civil. Durante los siete meses que duró el frente en Angiozar, sirvió de almacén bélico y alojamiento para las tropas Nacionales, mientras tanto la Imagen de la Virgen para mejor custodia se trasladó a la vecina parroquia de San Miguel Arcángel. La ermita volvió a ser restaurada en 1942. A finales del siglo XX volvía a sufrir graves daños, por lo que se decidió proteger la talla de la Virgen en esa iglesia y se encargó una réplica a un especialista de Pamplona para su colocación en el altar del pequeño templo.

A finales del siglo XX la talla se custodió en la parroquia de San Miguel Arcángel y se encargó una réplica por el mal estado de la ermita

Algunos archivos detallan que junto a la ermita había un roble de desmesurada corpulencia. Destacan que en su hueco cabían cómodamente bastantes personas, sentadas alrededor de una mesa de piedra que había en medio. Otras teorías señalan que también podía dormir en su interior una decena de hombres. Una creencia popular asegura que los vecinos de Marindao trataron de cortarlo para hacer carbón. Entonces la Virgen decidió castigarlos. No se ha logrado concretar si fue ella la autora de la destrucción del enorme roble por medio de un incendio o si desató el fuerte vendaval que provocó su estruondosa caída.

  1. La representación de María amamantando a Jesús, de muy popular a ser limitada por razones de pudor

La representación de la Virgen María amamantando al niño Jesús es una imagen que contó con muchos adeptos dentro de la iconografía cristiana. Es conocida con los nombres de Virgen de la Leche, Virgen del Reposo, Virgen Nodriza o Virgen de Belén. En la tradición bizantina, donde tiene especial relevancia, la denominan Galactotrofusa. En el latín medieval tuvo el nombre de Virgo Lactans o Madonna lactans.

El tema específico de la lactación del niño Jesús no es mencionado en las Sagradas Escrituras. Sólo se encuentra una referencia aproximada en el Evangelio de San Lucas: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!« (Lc 11,27-28).

Virgen de la Lecha con el niño Jesús y San Juanito, obra de Luisa Roldán, La Roldana (Sevilla, 1652-Madrid, 1706) Museo Nacional de Escultura, Valladolid

A pesar de que las primeras tallas de la Virgen lactante surgen a lo largo de la Edad Media, su antecedente procede de las diosas-madre de las antiguas religiones del mundo mediterráneo. Esta temática aparece tanto en las civilizaciones más tempranas, como la Sumeria o la Mesopotámica; donde existe la figura de las diosas generatrices, identificadas con Nammu o Ishtar, respectivamente; como en las grandes civilizaciones que dominaron el Mediterráneo: la griega con la diosa Cibeles o la egipcia con la diosa Isis.

Durante los siglos XIII y XIV fue un tema iconográfico difundido ampliamente en el arte italiano y llegó a España por la corona de Aragón. En la actualidad se pueden admirar tallas de la Virgen lactante en iglesias de Cantabria, Sevilla, Burgos, Valencia, Asturias, Galicia y Tarragona, entre otras provinciales.

La Reforma Católica impulsó una moral más estricta, lo que derivó en que esta iconografía mariana que durante los siglos XV y XVI se había caracterizado por mostrar de manera generosa los senos de la Virgen, fue siendo paulatinamente ocultada en los templos. Este tipo de imágenes y tallas pasaron a ser consideradas inconvenientes y poco decentes. Expertos en arte mantienen que su representación se limitó a partir del Concilio de Trento (1545-1563) por razones de pudor, como por ejemplo evitar la representación de la Virgen María con el pecho desnudo.

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