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Historias de Gipuzkoa

Planchadoras, un oficio duro y poco valorado

Familias pudientes y hoteles recurrieron durante décadas a abnegadas mujeres que transmitían a sus hijas sus conocimientos sobre el planchado y hasta sus clientes

Antton Iparraguirre

San Sebastián

Lunes, 21 de agosto 2023, 06:41

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¿Sabías que según varias encuestas planchar es la tarea doméstica más odiada en un hogar? Encabeza el ránking con respecto a otras actividades cotidianas como quitar el polvo, limpiar los baños, fregar los platos y sacar la basura. Es conocida la frase «llevar ropa planchada es un lujo y un objeto de deseo».

¿Quién no ha deseado contar con un dispositivo inteligente que planchara y doblara pulcramente la ropa? Se libran de ese incordio las familias que cuentan con servicio doméstico, ya sea una interina o una empleada por horas, o los turistas que se alojen en un hotel con estrellas. Delegar ese trabajo en otra persona ha desembocado desde hace siglos en un oficio duro y muy poco valorado relegado a abnegadas mujeres.

Ya a los antiguos egipcios de familias pudientes les gustaba salir de casa 'de punta en blanco'. Introducían las piezas de lino en una sustancia de agua con harina y la mantenían al exterior, con los pliegues marcados para que con el calor del sol se 'plancharan'.

Los griegos dieron un paso más, con el uso de una barra de hierro cilíndrica calentada, similar a un rodillo, que pasaban sobre las ropas para marcar el drapeado. Los romanos, por su parte, plisaban con un mazo plano, metálico, que literalmente martilleaba las formas deseadas en las túnicas y mantos. ¿Llegarían a ejecutar Julio César o Nerón al encargado de plancharles las túnicas si veían una arruga en sus prendas? Es una cuestión digna de una tesis doctoral.

Sea como fuere, todas las planchas primitivas empleaban la presión como vía para conseguir el deseado efecto de estiramiento del tejido. Eran de hierro, piedra, mármol y hasta de vidrio. Una buena táctica que ha estado vigente durante siglos ha sido calentarlas para eliminar las arrugas o formar pliegues en las prendas recién lavadas. Además, se debían tener conocimientos básicos sobre las telas, materiales y las formas de las prendas. La lucha contra la arruga requiere técnica, arte y paciencia.

Durante siglos el de planchadora fue un oficio incómodo y no suficientemente valorado

No fue hasta el siglo XV, aproximadamente, cuando las familias comenzaron a utilizar una especie de plancha que era conocida como «caja caliente». El avance más significativo fue que contaba con un compartimiento para colocar en el mismo carbón o un ladrillo previamente calentado. Pero este artilugio solo estaba al alcance de los hogares más pudientes.Al menos, supuso un alivio para sus sufridas criadas.

Una plancha antigua.

Durante siglos el de planchadora ha sido, y sigue siendo hoy en día a pesar de los avances tecnológicos, un oficio incómodo y no suficientemente valorado. También en los hogares guipuzcoanos. Sin horario fijo ni días de descanso, todo el tiempo de pie y aguantando el sofocante calor que desprendían aquellas viejas planchas de carbón o de hierro fundido puestas encima de la chapa de la cocina o de la estufa. Hasta no hace tantas décadas esta era una estampa habitual en las cocinas de casi todas las casas. El agarradero o manilla, fuera de madera o de metal, se cubría con un paño para no quemarse las manos. Además, previamente se debía limpiar la plancha. Generalmente se utilizaban para ello viejas sábanas, al igual que para que no se quemara ni manchara la prenda.

Y todo ese largo y tedioso proceso finalizaba siempre con un insoportable dolor de espalda debido a la inclinación y la curvatura que se mantiene de forma prolongada de la columna. Para rematar, el uso del carbón dejaba secuelas en la salud de esas sufridas mujeres. Todo esto provocaba un ambiente familiar muy tenso en muchos hogares y, como dijo Ramón Gómez de la Serna, «cuando una mujer te plancha la solapa con la mano ya estás perdido».

En el padrón de oficios de San Sebastián de 1871 estaban inscritas un total de 17 planchadoras. En 1912 ascendían a 29

Los conocimientos sobre cómo planchar, y hasta los propios clientes, se transmitían de madres a hijas. A finales del siglo XIX y principios del XX llegó una auténtica revolución por el auge del turismo tanto en San Sebastián -no hay más que pensar en la Belle Epoque- como en localidades del interior de Gipuzkoa que contaban con sanadores y rejuvenecedores balnearios de renombre a nivel nacional e internacional, caso, por ejemplo, de los existentes en Zestoa. En hoteles, fondas y familias veraneantes se volvió una práctica cada vez más creciente el encargar el planchado de la ropa a terceras personas especializadas en esta actividad.

A principios del siglo XX en el barrio donostiarra de Ondarreta, que entonces era de clase obrera, existían unas planchadoras muy famosas, conocidas como 'las Larrea', que incluso planchaban la ropa de la realeza. En San Sebastián se produjo un auténtico 'boom'. Un ejemplo es que en el padrón de oficios en talleres de planchado y almidonado de 1871 estaban inscritas un total de 17 planchadoras. En 1912 ascendían a 29. En otras localidades de Gipuzkoa, como por ejemplo Eibar, no figuraron en el censo hasta 1955, y aparecían siete. Tres años después en el de Ordizia figuraban solo cuatro.

Pero en esta lista solo aparecían planchadoras asalariadas. A ellas había que sumar a cientos de mujeres que planchaban, en silencio y en precarias condiciones en sus hogares. Aunque su esfuerzo no estaba bien pagado, era una forma de mejorar la paupérrima situación económica de la familia, tanto en los núcleos urbanos como rurales. Muchas recogían la ropa y procedían a su recuento en la vivienda de sus clientes. Luego se la llevaban a la suya para plancharla y al finalizar la tarea la repartían por los domicilios de sus propietarios. A veces se ordenaba a las hijas esa labor. No era raro ver a niñas de hasta seis años llevando a los céntricos hoteles de San Sebastián los cestos con la ropa pulcramente planchada y doblada.

En ocasiones se ahorraban un viaje. En algunos establecimientos hoteleros eran sus empleados de menor categoría laboral los encargados de enviar las prendas a las casas de las planchadoras en cestas especiales. Cada prenda era debidamente marcada para poder identificar al que había solicitado en recepción el servicio de planchado, y que cada vez era más exigente.

Planchadoras hacia 1920 Fototeka Kutxa

El recuerdo del oficio tradicional de planchadora sigue vivo en la actualidad en los desfiles de Inudeak eta Artzainak en varias localidades de Gipuzkoa, y que en el caso de Donostia se celebra el domingo más cercano al día de la Candelaria que es día 2 de febrero.

La creciente demanda de personal para el planchado de prendas posibilitó conforme pasaban los años la creación de talleres de planchado que empleaban a varias mujeres. Actualmente el entorno laboral se centra en lavanderías/tintorerías, grandes empresas textiles, talleres de costura y lavanderías industriales asociadas a hoteles o centros de salud.

Ya no se ven por la calle a planchadoras portando un enorme cesto con prendas de todo tipo arrugadas que piden a gritos un planchado. Esa forma de oficio ya no existe. Pero todavía son miles las mujeres, y en Gipuzkoa no es una excepción, que acuden a planchar a domicilios por horas. Por lo menos ya no se llevan el trabajo a casa, pero lo que no ha variado es que prácticamente en todos los casos lo hacen 'en b' o 'en negro'. Se trata de un salario no regulado, pero, como desde hace muchas décadas, ayuda a llegar a final de mes.

La evolución de las planchas

De las muertes por electrocución al vapor 'milagroso'

Volviendo al pasado, la evolución de las planchas hizo que el oficio de planchadora fuera cada vez más llevadero. Las antiguas se exponen como reliquias en muchos domicilios, bien por motivos decorativos o bien sentimentales.

A finales del siglo XIX salieron al mercado las planchas de carbón. En su cavidad se introducían carbones o briquetas incandescentes. Sin embargo, muchas prendas quedaban destruidas por agujeros de quemaduras o sufrían otros daños irreparables.

A primeros del siglo XX comenzaron a comercializarse las planchas de gas. Se conectaban directamente a la tubería de gas mediante mangueras. No era un método muy seguro en casa, por lo que con los años fue utilizado principalmente por las tiendas de planchado y no por las planchadoras particulares.

Planchadoras hacia la década de los 60 del pasado siglo. Fototeka Kutxa

El norteamericano Henry Seely presentó el 6 de junio de 1882 en la oficina de patentes de Nueva York los planos para construir la primera plancha eléctrica. Su generalización en los hogares fue muy lenta. Había muchos domicilios sin conexión a la red eléctrica y todavía no se había inventado el termostato, por lo que había que comprobar la temperatura con un paño húmedo. Pero luego se popularizó y, además, cada vez costaban menos dinero. Un anuncio en la prensa de la época destacaba: «Planchad eléctricamente con los nuevos modelos de planchas económicas». Añadía: «No desarrolla calores molestos ni gases perjudiciales para la salud; se maneja cómodamente, estando siempre dispuesta para el servicio; trabaja sin manchar; por su calentamiento continuo ahorra mucho tiempo, realizando doble trabajo».

Las planchas de vapor no chamuscaban la ropa debido a que rodeaban la prenda de una humedad uniforme

Lo que no se decía era que existía el peligro de electrocución. En los diarios se publicaron informaciones sobre accidentes mortales causados por cortocircuitos o por mal uso o funcionamiento de planchas eléctricas. Las víctimas eran no solo mujeres amas de casa, sino también sus hijas adolescentes. Y es que los comerciantes aseguraban que «hasta un niño puede utilizar una plancha eléctrica». Las crónicas de sucesos también recogieron numerosos incendios en viviendas, talleres de costura y comercios textiles por causa de planchas enchufadas que se dejaban sin supervisión por descuido u olvido.

Tres tipos de planchas del siglo pasado. Museo de la Industria Armera de Eibar

Hubo que esperar hasta 1926 para que la compañía Eldec lanzara al mercado las primeras planchas de vapor para uso doméstico, ¡y con rociador!. Todo un adelanto. No chamuscaban la ropa debido a que rodeaban la prenda de una humedad uniforme. Suponía algo 'milagroso'.Las primeras unidades comercializadas sólo tenían un orificio de salida. En la década de los 40 pasaron a ser dos y años después a tener cuatro y hasta ocho. Este aumento sirvió como reclamo y marketing.

Para finalizar todo este periplo sobre el planchado, un consejo: «Tiende bien y guarda ordenadamente la ropa, plancharás menos»

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