Los guipuzcoanos de 1620 y la fiesta de la Inmaculada
Del Puente de la Inmaculada a una fiesta barroca
Aunque parezca una obviedad, el hoy famoso «Puente de la Inmaculada» tuvo un desarrollo muy diferente para los guipuzcoanos de hace 425 al que tiene ... hoy día para los que lo disfrutan en algún famoso parque de atracciones, en un spa o en un hotel rural «con encanto».
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Los documentos de archivo nos dicen que para aquellos antepasados de hace cuatro siglos y cuarto, el asunto de la festividad de la Inmaculada era algo mucho más serio. De hecho un asunto casi de carácter militar. Las deliberaciones de Domingo de Aramburu y Pedro Sanz de Gaynça -los alcaldes hondarribiarras elegidos para el año 1620- señalaban, por ejemplo, que la celebración de una gran fiesta en esa plaza fuerte para solemnizar el voto de conmemorar todos los años la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, era algo capital para esa villa (el título de ciudad solo llegaría años después) que hacía frontera con el reino de Francia. El gran enemigo en ese momento y al que se iba a mostrar, con esa decisión, que tanto la villa como la provincia se sumaban a la ola de fervor por esa devoción mariana, fruto de un hecho de armas ocurrido en diciembre de 1585 en los territorios de Flandes rebeldes a la autoridad del rey de España. Cuando, rodeados los tercios en la isla de Bommel, cerca de Empel, una bajada de temperaturas espectacular heló las aguas que los rodeaban, permitiéndoles desplegarse en una de sus temibles formaciones y derrotar a las tropas de los holandeses que los habían cercado allí.
Un suceso en el que se descubrió en el campamento español una imagen de la Inmaculada que, evidentemente, habría sido ocultada o abandonada allí durante uno de los episodios de furia iconoclasta puesto en marcha por los rebeldes holandeses de confesión puritana. Enemigos jurados de imágenes como esa que consideraban «idolatrías papistas».
Así es como en ese año de 1620 se planteó al Ayuntamiento hondarribiarra hacer un gran festejo para solemnizar que, tanto la villa como toda la provincia, iban a hacer voto de celebrar solemnemente cada año el día de la Inmaculada.
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Para organizar esa fiesta, por supuesto tan distinta a la actual, fueron comisionados por las autoridades provinciales aquellos dos alcaldes hondarribiarras electos para ese año, Domingo de Aramburu y Pedro Sanz de Gaynça, que, ayudados por otros ediles, hicieron un preciso listado de lo que sería necesario para celebrar ese voto a la Inmaculada Concepción y así idearon una festividad propia de la Europa del Barroco -similar a las descritas, minuciosamente, en estudios como el publicado por Uwe Schultz- para sumarse a esa devoción que desde 1585 se estaba extendiendo en las tropas españolas o que luchaban bajo su bandera.
La Junta General de 1620 y el voto a la Inmaculada
Entre los documentos del archivo municipal hondarribiarra espigados por Florentino Portu en su día, se recogen los detalles del porqué y el cómo se organizó aquella fiesta para solemnizar que cada año se celebrase la Inmaculada.
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La iniciativa, dice ese documento, había partido del padre Fray Francisco de Cerayn que trató de interesar en ella a los municipios guipuzcoanos y a las autoridades provinciales. A partir de ahí, como la siguiente Junta General del territorio debía celebrarse en plaza tan delicada como la villa de Fuentarrabía, su cabildo municipal decidirá en las sesiones de 13 y 18 de noviembre de 1620 las medidas para celebrar esa festividad religiosa. Se redacta así esa larga lista de ideas firmada por los alcaldes hondarribiarras que llegará también hasta la Diputación de la provincia, que todavía hoy la conserva en un legajo de su Archivo General con la signatura JD IM 4/1/14.
El acta de 13 de noviembre de 1620 decía que Fray Juan de Ugarte, del convento de San Francisco en San Sebastián, enviado a leer los sermones preceptivos ante la Junta General que iba reunirse en la sede hondarribiarra, les había manifestado que su superior creía conveniente que la provincia hiciera en ese momento el voto de celebrar la festividad de la Concepción Inmaculada de la Virgen. Tal y como ya lo habían hecho en otras provincias como Valladolid y Álava y el propio rey y otros grandes y caballeros de España. Algo que finalmente, decía esa acta, redundaría en que reinos vecinos, como el de Francia, siguieran ese mismo ejemplo.
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Completamente de acuerdo con el clérigo, los dos alcaldes hondarribiarras y los restantes ediles convinieron así, en otras actas del 16 y 18 de noviembre, en que se celebrase esa decisión con medidas tales como que el domingo día 22 de noviembre, reunida ya la Junta General, se hiciera el voto de guardar la fiesta de la Inmaculada Concepción. Para ello el sábado víspera del juramento y voto se debían hacer «hogueras y luminarias» que durarían hasta el domingo.
Ese mismo domingo elegido para esos fastos se haría además una solemne procesión en la que participarían el corregidor y los junteros. Y en la que se les darían velas de cera blanca de la que, si sobraba algo, se debía utilizar para iluminar el Santísimo Sacramento en la parroquia de aquella villa.
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Aparte de esas y otras ceremonias religiosas -siempre muy imbricadas en esa Europa barroca con las civiles- los gobernantes hondarribiarras para aquel año de 1620 pedían que se trajesen músicos desde San Sebastian y cantores del convento de San Francisco de Tolosa. Dentro de ese capítulo musical también se mandaba que viniera el que llaman «biolon de Vidaxun» y los tambores de la Infantería acantonada en San Sebastián así como tamboriles.
Igualmente mandaban que el «Caporal» Martín Antonio de Aynciondo y sus hijos hicieran los fuegos de artificio necesarios y que se les trajese ayuda desde San Sebastián si era necesario para que esos ingenios estuvieran preparados para los festejos.
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En ese mismo orden de cosas los ediles hondarribiarras también ordenaban que se avisase a don Bernardino (sin otras señas) y al contador don Antonio de Ubilla, para que se permitiera disparar la Artillería de la plaza, pagándose para que hubiera pólvora y acudieran las tropas de Infantería a hacer salvas con sus mosquetes y arcabuces.
Asimismo ordenaban esas autoridades que se hiciese una corrida de novillos para la que la Tauromaquia de la época indicaba que se usasen perros («lebreles») que se traerían desde San Sebastián.
Con esto, con la indicación de que el cabildo hondarribiarra añadiera cualquier otra medida para mejorar aquella fiesta y un aviso que se debía dar al clero guipuzcoano para que acudiera a los festejos, se daba por acabado el listado para exaltar y celebrar ese voto guipuzcoano de guardar con solemnidad la fiesta de la Inmaculada de allí en adelante. Como así ha sido hasta hoy. Aunque bajo formas que, el paso de los siglos, obviamente, ha ido cambiado mucho en 425 años...
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