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Los cuencos de Axtroki, de entre los siglos VIII-VII a. de C., hallados en Eskoriatza.

Historias de Gipuzkoa

Los buscadores de oro que soñaron con 'El Dorado'

Durante siglos miles de cazadores de riquezas han codiciado el metal precioso explorando montes, dólmenes, cuevas, históricos palacetes y monumentos

Antton Iparraguirre

San Sebastián

Lunes, 2 de octubre 2023, 06:45

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Ya advirtió Heráclito de Efeso: «Los buscadores de oro cavan mucho y hallan poco». Eso es lo que ha ocurrido en Gipuzkoa durante siglos. En el territorio no todo lo que reluce es oro. Pero haberlo, haylo, aunque ciertamente no haya sido 'El Dorado' soñado por miles de cazadores de riquezas subterráneas. Una prueba de la existencia de metales preciosos en el territorio han sido siempre las historias personales de éxitos y fracasos, las leyendas que han sobrevivido de una generación a otra y los documentos que así lo atestiguan.

Los guipuzcoanos buscadores de oro se han afanado por dejar atrás la pobreza para convertirse en ricos hacendados. Invocando a todo tipo de entes terrenales y divinos, en busca del codiciado metal dorado han excavado dólmenes, entrado en cuevas, construido kilómetros de galerías en minas, profanado antiguos monumentos y hasta echado abajo paredes de las imponentes casas de los 'jauntxos'.

  1. Los dos cuencos de Axtroki, las piezas en oro más espectaculares de la arqueología vasca

Las piezas en oro más espectaculares y excepcionales de la arqueología vasca se hallaron en Eskoriatza. Se trata de dos cuencos del periodo hallstático, entre los siglos VIII-VII a. de C. Se encuentran en el Museo Nacional de Arqueología, en Madrid, desde 1974, una vez restaurados. No se exponen en Euskadi porque en 1972 el Gobierno Vasco todavía no contaba con las competencias necesarias.

Los dos cuencos fueron hallados por el vecino de Ezkoriatza Teodoro Martínez Ansorena el 17 de agosto de 1972. Los encontró de forma casual en las faldas de la peña de Axtroki, cerca de los barrios de Eraña y Bolibar. El descubrimiento fue cuando realizas labores de retirada de un desprendimiento de tierra, una dentro de otra, sin contexto arqueológico alguno.

Los dos cuencos fueron encontrados hace cincuenta años, uno dentro de otro. Arizmendi

Ante la posibilidad de que pudieran tener valor histórico, el trabajador llevó los dos objetos, que estaban bastante aplastados por los golpes de la excavadora, al párroco de Bolibar, Kruz Abarrategi. El sacerdote quería saber de qué material eran, por los que consultó a un amigo suyo que era químico en la empresa Patricio Echeverría, en Legazpi. Este le dijo que era oro puro.

Consciente de que se trataba de un descubrimiento excepcional, el cura se presentó a los pocos días en una excavación en Irun donde se encontraban los arqueólogos Jaime González Alize, Ignacio Barandiaran y Fermín Leizaola. Portaba los dos cuencos en una caja de zapatos y envuelto en papel de periódico. Todos se levantaron del susto cuando vieron el contenido.

Los dos cuencos poseen un tamaño y morfología similar –'Axtroki uno' tiene 9,5 centímetros de altura y 19, 7 de diámetro y 'Axtroki dos', 10,5 por 21,3 centímetros. De forma semiesférica y realizados en oro laminado bastante puro (88%), tienen una decoración trabajada en falso repujado por martillado desde el interior. Dada la calidad y exactitud de su repertorio decorativo –bandas horizontales y concéntricas compuestas por motivos geométricos que quizás representen al sol, la luna, las estrellas y también a distintas aves–, se piensa que son piezas realizadas en un taller de orfebrería especializado, por parte de artesanos con considerable especialización.

ras estudiarlos, los cuencos de Axtroki se dataron entre la Edad del Bronce final y la Primera Edad del Hierro, asociados a fechas entre 800 y 500 años antes de Cristo. Prueban que existía un comercio y una conexión cultural con toda Europa. A diferencia de otras piezas arqueológicas, los cuencos no se pueden vincular a ningún yacimiento cercano a donde fueron localizados.

  1. Las primeras joyas de oro en monumentos megalíticos

La primera referencia sobre la presencia ancestral de oro en el subsuelo de nuestro territorio se encuentra en los hallazgos llevados a cabo en monumentos megalíticos. Es el caso del túmulo de Trikuaizti, en Beasain y el dolmen de Ausokoi, en Aralar. En el primero se encontraron dos colgantes en lámina de oro, de forma de cuenta tubular, con decoraciones incisas. En el segundo, un anillo en espiral de alambre de oro aplanado en tres vueltas.

Dolmen de Ausokoi, en Aralar

Los investigadores afirman que el oro necesario para crear esas primarias joyas debió de recogerse bajo la forma de pepitas en los lechos y en los depósitos aluviales de los ríos. En el Eneolítico y Bronce Pleno las pepitas de oro eran martilladas en frío o a temperaturas no excesivas, para luego transformarlas en alambres o en chapas que se acondicionaban como elementos de adorno personal.

  1. Leyendas sobre yacimientos en cuevas y bajo dólmenes

También ha existido durante siglos la creencia, vigente hoy en día, de que hay tesoros con joyas y monedas de oro enterrados en lugares concretos de Gipuzkoa. Un ejemplo son las leyendas que sitúan espléndidos tesoros en la cueva de Lamiñen-Eskaratza, en Arrasate, y de la de Putterri, en Aralar, y de otras existentes en Hernialde. También bajo un dolmen arruinado ubicado en el alto de Arantzamendi, en Ataun. Curiosamente se llama 'Urrezuloko-armura' (majano del hoyo del oro).

El menhir de Arribiribilleta, en Elgoibar DV

En Soraluze se asegura que el metal precioso puede hallarse bajo tierra entre el pico de Irukuutzeta y en Elgoibar que hay una campana de oro, e incluso, once cajas enterradas en otros tantos dólmenes. Esta leyenda revela que varios hombres comenzaron a remover un túmulo para hacerse con ese apetecible botín, y movidos por la avaricia, pero huyeron despavoridos tras ser sorprendidos por un monstruo que tenía cuerpo de figura humana, cuernos en la cabeza y piernas como las de una cabra.

Otra vieja leyenda, que se divulgó al calor de la chimenea en las frías y largas noches de invierno, revela que un vecino de Gaztelu sacaba oro de una mina de la que jamás reveló su ubicación. Por eso, cuando murió nadie pudo dar con ella. La única pista que dio a sus envidiosos y ávidos vecinos fue que estaba en Illurre, delante de la cima de la montaña frente a la iglesia de Berastegi. Al parecer, estaría en el monte Larte. Tampoco faltan las historias de minas de oro puro entre Artikutza y Goizueta, y en la pradera de Errolbide, en Peñas de Aia.

  1. 'Motil bildurgabea' o 'Juan sin miedo', ¿uno de los precursores de la 'fiebre del oro'?

Otros relatos orales antiguos y curiosos son los que tienen como protagonista a 'Motil bildurgabea' o 'Juan sin miedo', un muchacho que, si existió realmente, sería uno de los precursores de la 'fiebre del oro'. Se enfrentó valientemente a un alma en pena dentro de una casa vacía y se hizo con un tesoro. Su historia de valor ha sido narrada de una generación a otra por los habitantes de Ataun, localidad en la que precisamente nació el aita Joxe Migel Barandiaran, uno de los mayores investigadores sobre la existencia o no de oro en Gipuzkoa. También es conocida una versión similar en otros muchos municipios, y no solo guipuzcoanos.

Una vista del barrio San Gregorio de Ataun. DV

Sin abandonar Ataun, sus vecinos siempre han escuchado de sus mayores que hay un odre de buey repleto de oro en Erreberentzileku, en una falda junto a la iglesia de San Gregorio.

  1. Enigmáticas inscripciones en los montes con la ubicación de minas de oro

Existen leyendas que hablan de inscripciones en montes. La persona que sea capaz de descifrarlos se hará, teóricamente, poseedor de ingentes cantidades de oro enterradas como parte de espléndidos tesoros. Este caso se da en Aizkorrondo, en Zegama, y en Piñuri, Bergara. Hay, incluso, historias como las atribuidas a la señora del caserío Garagarza, en Arrasate, referentes a la entrega de oro por parte de un genio.

La historia oral de algunas casas solariegas pertenecientes a familias nobles o 'jauntxos' mantiene que existen enterradas tantas monedas de oro que llegan puestas en fila hasta la iglesia de la localidad. En familias de antiguos palacetes rivales, más alejados del templo, se asegura que en su caso se trata de monedas de plata. No faltaron moradores que rompieron paredes, cavaron en terrenos de la propiedad y derribaron muretes de piedra que delimitaban la finca.

Lo que sí son reales son documentos de los siglos XIII y XIV que hablan de la existencia de este tipo de explotaciones en Elgoibar y Zestoa.

  1. La leyenda de 'El Dorado' llega de Ecuador a los pueblos guipuzcoanos

En el siglo XVI se origina en Ecuador la leyenda de 'El Dorado', un legendario reino o ciudad donde se creía que existían abundantes minas de oro. A buen seguro que el sueño de encontrarlo enganchó a muchos guipuzcoanos que emigraron a América en busca de fortuna. A lo mejor, esto posibilitó una historia que ha perdurado en la memoria colectiva de los habitantes de Zaldibia, y de la que existen variantes similares en otros municipios guipuzcoanos.

En 1787 el párroco José Ignacio de Echave llevaba el mensaje de Dios a los trabajadores de la mina que se estaba abriendo en el monte Aitzarte, en Aralar. En esas estaba, cuando, tal vez por gracia divina, vio brillar aureas piritas en las rocas calizas. La sociedad que explotaba la instalación minera, interesado por el descubrimiento, le permitió que una cuadrilla de 16 hombres con su capataz le ayudaran en su empeño por buscar oro. En dos meses sacaron tres onzas y dos ochavas de peso. El sacerdote estaba orgulloso, aunque la empresa le había costa 40 onzas de oro; es decir, once veces más del valor de lo que había extraído en la mina.

  1. La mina del fundador de una fábrica de boinas de Tolosa

Casi un siglo después, en 1877, un reputado empresario de Tolosa llamado Antonio de Elósegui. Fundó en 1859 la famosa fábrica de boinas 'La Casualidad' y fue alcalde de la antigua capital foral. Descubrió junto a dos amigos una supuesta mina de oro en la orilla del río Oria, en el término de Anoeta.

Se abrió una galería de 100 metros debajo del cauce, a una profundidad de 30 metros, con un gasto total de 70.000 pesetas. Toda una fortuna en aquella época. Se aseguró que se había extraido del subsuelo una importante cantidad del ansiado y valioso metal. Esto hizo que un grupo de ingenieros franceses adquirieran la explotación. Un inversor galo llegó a invertir 40.000 francos. Se trajeron incluso especialistas de Sudáfrica, país que era ya el primer productor mundial de oro. Al final todo fue un fracaso.

Lo mismo había ocurrido antes, pero parece que los buscadores de oro nunca escarmientan. Corría el año 1829 cuando se creó en Irun una sociedad compuesta por prohombres locales y belgas para la explotación de dos minas de plata y otros metales en Oiartzun y otra en la localidad fronteriza. Tras gastarse un millón de reales, se pudo comprobar que fue un auténtico fiasco. No faltaron las denuncias de particulares que habían perdido una parte de su patrimonio en la empresa.

  1. De los atraídos por la 'fiebre del oro' de California a los que se quedaron en el caserío

Estos casos prueban que en nuestro territorio existía en el siglo XIX una auténtica 'fiebre del oro', aunque ciertamente no de la magnitud de la que estalló en California, en 1848, y que también atrajo a miles de guipuzcoanos que quisieron probar a miles de kilómetros de sus casas la suerte que no habían tenido en su terruño. Tal vez conocedores de este 'boom' en el Lejano Oeste, los buscadores que se quedaron en el caserío se multiplicaron como setas por los principales montes de Gipuzkoa.

Una pepita de oro.

Muchos de ellos caían, movidos por la codicia, en las garras de ingeniosos embaucadores que les prometían el 'oro y el moro', como en el caso de Irun. Cuando acabó el siglo XIX había muchas más minas cerradas que abiertas. De oro ni rastro, y de otros productos mineros lo justo, y siempre dependiendo del precio de mercado en ese momento. La última mina que funcionaba en Gipuzkoa, aunque no era de oro lógicamente, fue Troya, que se cerró en Mutiloa en 1993.

  1. «Nuestra sociedad ha llegado a un momento en que ya no adora al becerro de oro, sino al oro del becerro»

También contribuyó a esa 'fiebre del oro' a la guipuzcoana el inicio y desarrollo de las obras del ferrocarril del Norte en el siglo XIX. Y es que había una creencia general que los desmontes y apertura de túneles posibilitarían la aparición de minas de oro u otros metales de gran valor. Pero nadie tuvo éxito. Lo mismo ocurrió cuando se construyeron nuevas vías férreas y carreteras, o se abrieron canteras ya entrado el siglo XX, y en el que según Antonio Gala «nuestra sociedad ha llegado a un momento en que ya no adora al becerro de oro, sino al oro del becerro».

Obras de construcción del ferrocarril en Gipuzkoa. Archivo EuskoTren / Museo Vasco del Ferrocarril

En la década de los 80 apareció en el yacimiento de Casas de don Pedro, en Talarrubias (Badajoz), la mayor pepita de oro conocida hasta la fecha en la península. Se la conoce como Pepita Doña Josefa y tiene 218 gramos de peso. Nada comparado con la más grande jamás encontrada en todo el mundo. Se la conoce como 'Welcome Stranger`. Es de 72 kilos y fue encontrada por dos mineros australianos en 1869.

¿Y qué ocurre en pleno siglo XXI? Aunque ya nadie piensa en abrir una mina, algunos buscadores de oro todavía confían en las leyendas. Otros optan por métodos más prácticos y menos costosos. Son las personas que acuden a las playas provistos de un detector de metales cuando el sol se pone en el horizonte o a primera hora de la mañana.

Como conclusión, Gipuzkoa será siempre 'El Dorado' soñado, aunque por ahora con poca fortuna. Habrá que quedarse con la frase del escritor y periodista británico de inicios del siglo XX Gilbert Keith Chesterton: «La edad de oro retorna a los hombres cuando, aunque sólo sea momentáneamente, se olvidan del oro».

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