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Historias de Gipuzkoa

El disparo que se oyó en todo el mundo (y en San Sebastián)

El nacimiento de Estados Unidos y los guipuzcoanos

Martes, 21 de enero 2025, 06:40

Este lunes 20 de enero de 2025 hemos visto jurar su cargo, por segunda vez, a Donald Trump como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Con él la cifra alcanzaba el número de cuarenta y siete personas ocupando esa magistratura. Una lista que se remonta hasta abril del año 1789, cuando George Washington juró como primer presidente de esa nación en la ciudad de Nueva York.

Como se vio en todas las televisiones del mundo el juramento se hizo un día de San Sebastián, 20 de enero. Esto, por supuesto, no tiene nada que ver con esa festividad capital para la capital guipuzcoana. No es ningún misterio (ya se ha explicado en muchos medios de comunicación) que la elección del 20 de enero para la investidura de los nuevos presidentes estadounidenses, se eligió a partir de 1933 para acortar los plazos entre la elección y la toma de posesión que hasta entonces se había realizado cada 4 de marzo (salvo que cayerá en domingo) en honor a la constitución del primer Congreso de Estados Unidos reunido ese día del año 1789.

Eso culminaba un arduo proceso iniciado un 19 de abril de 1775 cuando las milicias organizadas por los colonos ingleses de Norteamérica dispararon el que el poeta Ralph Waldo Emerson describió en su poema de 1837 -»Himno de Concord»- como el disparo que se oyó en todo el mundo.

Sus ecos, desde luego, llegaron hasta San Sebastián. Aunque fuera cuatro años después, cuando la corona española decide declarar guerra abierta a los británicos en apoyo de los colonos americanos. Así, desde el verano de 1779, comenzará en esa ciudad guipuzcoana, y en toda la provincia, una movilización general que apoyará -incluso con víctimas mortales- a la causa de aquellos norteamericanos que ahora, cada 20 de enero, celebran la toma de posesión de cada nuevo presidente de ese país nacido -al menos en parte- gracias a esa ayuda.

Ingleses en la costa guipuzcoana...

La presencia de fuerzas británicas dispuestas a atacar a los guipuzcoanos -como nuevos aliados de los colonos «yankees»- había sido avisada a la Diputación de esta provincia el 28 de agosto de 1779, cuando desde la atalaya debatarra se había avistado en la costa lo que es descrito como «una pequeña Embarcación Corsaria Ynglesa».

A partir de ese momento las órdenes concertadas entre los diputados guipuzcoanos y el representante militar del rey en la provincia, el marqués de Basecourt, harán lo necesario para que esa costa esté en estado de defensa ante amenazas como esa. Así, a comienzos del año 1780, en 4 de febrero, el diputado del distrito de San Sebastián, Vicente de Mendizabal, informaba al marqués de las armas y la munición que era necesario distribuir para esa defensa costera en apoyo de la causa de los nacientes Estados Unidos.

Primeros combates en Lexington entre norteamericanos y británicos. Por William Barnes Wollen (1910). National Army Museum

De los despachos firmados por ese funcionario salen así cifras de kilos y más kilos de balas y pólvora para defender una costa que, como dicen algunos de los documentos del Archivo General guipuzcoano, han cubierto el mar con corsarios al servicio de una Gran Bretaña que -pese a no contar con mayores fuerzas- se convierte en una amenaza hostil para esta provincia. En especial para sus comerciantes. Los primeros en ser atacados antes que esas poblaciones costeras que, como se ve en los despachos de Mendizabal, se arman con cientos de fusiles, bayonetas y piezas de Artillería para detener posibles desembarcos británicos o hacer frente a ataques de esos corsarios. Obligando así a Gran Bretaña a dispersar aún más sus escasas fuerzas. Algo que, por supuesto, sólo podía ir en beneficio de los norteamericanos.

Ese buen estado de defensa de la costa guipuzcoana, desde luego, será eficaz frente a la debilitada Gran Bretaña, que poco podrá arriesgarse a hacer en ese otro frente. Tan sólo uno más de los muchos que se le han abierto en un amplio arco geográfico que va del Valle del Hudson hasta Gibraltar, pasando también por poblaciones como San Sebastián, Orio…

Así las baterías de costa debatarras y mutrikuarras, y sus milicias (no muy diferentes a las que habían disparado aquel disparo que se oyó en todo el mundo), dan fe de haber rechazado, entre 1780 y el fin de las hostilidadces en 1783, varias incursiones de corsarios británicos que habían pretendido desembarcar en esos dos puertos guipuzcoanos y serán batidos por esa Artillería y el fuego de fusileria de esas milicias.

Aparte de esto, otras villas guipuzcoanas darán la vida de algunos de sus vecinos por la causa estadounidense. José Esteban de Lasa, vecino de Orio, será uno de ellos. El Ayuntamiento de esa villa pedírá en 1781 a la Diputación guipuzcoana que solicitase al Consulado de Comercio donostiarra alguna ayuda para María Ignacia de Lazcano, viuda de ese marino oriotarra, dado ya por muerto en las prisiones de Portsmouth en el año 1780.

Retrato de José Joaquín de Ferrer y Cafranga. Grabado de Edme Bovinet (hacia 1816)

No será Lasa el único guipuzcoano que se encontró en esa situación por la causa norteamericana. Manuel de Amundarian, vecino de Legorreta, también capturado por los británicos, morirá en circunstancias similares y por la misma causa.

Otros con un futuro más prometedor, a beneficio del nuevo país, tendrán mejor suerte -como el pasaitarra José Joaquín de Ferrer y Cafranga- pese a ser también víctimas de esa guerra por la independencia de Estados Unidos. Él caerá, como muchos otros, ante el ataque que el 8 de enero de 1780 lanza el almirante Rodney contra la flota de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas que había salido de Pasajes con rumbo a la costa de Caracas. El joven Ferrer y Cafranga conseguirá (a diferencia de marinos como el oriotarra Lasa o Manuel de Amundarain) ser liberado bajo palabra y dedicar el tiempo que pasa en Inglaterra a aprender inglés y estudiar Matemáticas y Astronomía. Todo lo cual, tras la firma de la paz y años después, hará de él un ciudadano prominente de Nueva York entre 1799 y 1812. Y el principal -o más bien el único- astrónomo de la nueva nación que, como miembro de la Sociedad Filosófica Americana de Filadelfia, trazará buena parte de los mapas de la nueva nación a través de sus trabajos astronómicos.

El almirante George Rodney (1791). Por Jean-Laurent Mosnier. Museo Marítimo de Greenwich

Todos estos avatares de aquellos guipuzcoanos del siglo XVIII son, pues, también parte (aunque sea pequeña) de esa Historia que ahora, cada 20 de enero, de cuatro en cuatro años, se manifiesta en la toma de posesión de cada nuevo presidente de esa nación, Estados Unidos, que nació en 1776 gracias a los esfuerzos de muchos nombres olvidados o casi olvidados. Como los de José Esteban de Lasa, su mujer María Ignacia de Lazcano, José Joaquín de Ferrer y Cafranga, Manuel de Amundarain o los mutrikuarras y debatarras anónimos que, sirviendo sus baterías de costa o formando en línea, mosquete en mano, rechazaron asaltos de corsarios británicos en aquellos días en los que nacía una nueva nación que hoy se califica como la más poderosa del planeta.

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