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Historias de Gipuzkoa

El ADN guipuzcoano de Olentzero

La cuna histórica del mítico carbonero se encuentra en las comarcas del noreste de Gipuzkoa y del norte de Navarra

Martes, 24 de diciembre 2024, 00:16

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Por definición, los mitos poseen una genealogía imprecisa y una razón de ser ambigua. No es distinto el caso de Olentzero. Solo al calor de la etnografía encontramos algunas pistas, a menudo dispares y contradictorias. Quizá uno de los aspectos más comúnmente aceptados es el de su origen guipuzcoano. Para ser más precisos: todos los caminos en busca de la cuna donde pudo surgir la tradición de Olentzero nos llevan a las comarcas del noreste de Gipuzkoa y del norte de Navarra. Por un lado, Oiartzun, Lezo, Pasaia, Hondarribia… Por otro, Lesaka, Bera, Goizueta… Es decir, entre las cuencas de los ríos Urumea, Oiartzun y Bidasoa. Julio Caro Baroja llamó la atención sobre el detalle de que esta geografía coincide, con bastante aproximación, con la jurisdicción del obispado medieval de Baiona que se mantuvo hasta mediados del siglo XVI.

La primera referencia histórica a 'Onenzaro' se la debemos al beneficiado de la parroquia de Lezo Lope Martínez de Isasti, quien en su 'Compendio Historial de Guipúzcoa' de 1625 indica que con ese término (que él traduce como «sazón de los buenos») se designaba a la noche de Navidad, aunque —añade— «otros la llaman Gavon (sic), noche buena».

Pionero en los estudios sobre Olentzero fue el sacerdote oiartzuarra Manuel de Lecuona. En la década de 1920 estableció que 'Olentzaro' era el nombre de la fiesta profana del solsticio, mientras que el nacimiento del mesías se conmemoraba como 'Gabon' o Navidad.

Carroza el día de Nochebuena en San Sebastián

Y por aquellas mismas décadas iniciales del siglo XX, otro religioso, José Miguel de Barandiaran, dio noticia de que en Oiartzun, Lesaka, Arakil y alrededores existía la costumbre de sacar a pasear por Nochebuena a un muñeco gordo hecho con paja y trapos. Con la peculiaridad de que en la propia Oiartzun a veces, en Bera, Pasaia, Andoain y Elduaien en lugar de maniquí llevaban sobre andas a un muchacho de carne y hueso vestido de carbonero.

En consecuencia, utilizando una metáfora biológica, tenemos que Olentzero, en su doble significado de momento del solsticio y de figura festiva, presenta un ADN guipuzcoano con componentes genéticos navarros.

De tronco sagrado a muñeco bufo

En el mundo rural tradicional, la Navidad se ritualizaba con el encendido de un tronco de especial calidad y robustez que ardía en el hogar durante esos días. En la zona de Oiartzun le decían 'Olentzero enborra', y una vez consumido sus cenizas se esparcían por el establo del caserío en el convencimiento de que así se aseguraba la protección del ganado para todo el invierno. El Padre Donostia, en uno de los primeros textos dedicados a este tema publicado en 1918, se preguntaba si no sería esto una rememoración de la antigua costumbre, posiblemente de origen celta, de encender fogatas en lugares altos durante los dos solsticios anuales.

Pues bien, algunos especialistas han sugerido que ese tronco sagrado del solsticio de invierno acabó personificándose en la figura del mítico carbonero. Así parecería confirmarlo el dato de que en Amezketa, a finales del siglo XIX, poco antes de la Nochebuena se ponía al fuego un tronco llamado 'Olentzago' y al mismo tiempo se decía que «Olentzago viene por la chimenea».

Más aún: el mismo Padre Donostia atestiguó hace más de un siglo que en algunos puntos de la geografía vasca en vísperas del 25 de diciembre se fabricaba un monigote de paja con una inmensa calabaza vacía como cabeza con sus correspondientes agujeros por donde brillaba la luz de una vela colocada en su interior (como se hace ahora en la Noche de Ánimas). Acomodada junto al fuego, a los niños se les hacía creer que la grotesca figura había descendido por la chimenea y pedía compartir una ración de las castañas asadas que se consumirían en la cena de Nochebuena. Se le llamaba Olentzero.

A este muñeco frecuentemente se le atribuían cualidades positivas, pero no siempre aparecía como inofensivo en los relatos tradicionales. En San Sebastián era sombrío y amenazante, como el coco o 'el hombre del saco'; en Lizartza, Orexa, Elduain o Berastegi si al bajar por la chimenea la encontraba sucia, podía cortar la cabeza de los habitantes de la casa.

Siendo así de ambivalente, se comprende que a Olentzero se le quemase al final de la postulación, igual que se hace con peleles y muñecos en el último acto del Carnaval. Barandiaran lo acreditó como una práctica común entre los jóvenes de diferentes localidades.

Evidentemente, estos comportamientos responden a un Olentzero de carácter pagano. Cuando se transfiguró en anunciador del misterio religioso de la Natividad su personalidad se dulcificó.

Txantxillo con la Duquesa de Alba

Dentro de los ciclos de la economía del mundo rural, el final del año era un momento de relativa abundancia. Pues si la temporada había sido propicia, las despensas se hallaban rebosantes con los productos del campo y de la matanza: castañas, nueces, manzanas, chorizos, morcillas, tocino, capones engordados... Esto explica la inmemorial tradición de comer y de beber de manera opípara en esta época. Y de ahí también por qué, en puertas de la Navidad, los mozos postularan alimentos por casas y caseríos cantando las coplas alusivas en compañía de un muñeco con las características descritas: glotón, fumador y borrachín, Olentzero simbolizaba la escasez que anhelaba saciarse antes de que volviera otra vez el tiempo de las privaciones.

Siendo en origen un elemento fundamentalmente petitorio (su papel era de receptor, no de donador), que Olentzero brille ahora como portador de regalos resulta contradictorio con su primitivo espíritu. Ello es consecuencia de su 'papanoelización', proceso que arrancó a partir de los años sesenta a impulso de la sociedad de consumo y que no se ha detenido hasta hoy.

Porque ¡cómo se ha formalizado nuestro viejo bohemio! Dejó de beber, últimamente incluso prescinde de su clásica pipa de barro… y hasta se ha echado novia: Mari Domingi (nombre tomado de una antigua canción popular recogida por el folklorista Resurrección Mª de Azkue). Pareja, no sabemos si de hecho o de derecho, pero en cualquier caso bastante atípica ya que une al desarrapado, atorrante y calavera Olentzero, con una mujer de tocado y ropajes que la identifican como una dama de la alta sociedad vasca de los siglos XVI-XVII. De lo que viene a resultar un matrimonio tan interclasista como el que pudieron haber formado Txantxillo con la Duquesa de Alba.

Pero es que los mitos, además de poseer una genealogía imprecisa y una razón de ser ambigua, son como el papel: lo aguantan todo.

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