Encuentro en Goienetxe 46 años después
La donostiarra Elena Labaien regresa al caserío de Berastegi en el que aprendió euskera en 1973. Fue una de las pioneras en participar en las estancias con familias euskaldunes para conocer la lengua que se iniciaron entonces
«Tenía 24 años cuando llegué al caserío Goienetxe de Berastegi. Tenía mucha ilusión por aprender a hablar euskera». Ha llovido mucho desde entonces. Nada más y nada menos que 46 años desde que la donostiarra Elena Labaien pasara dos meses con una familia euskaldun durante un verano muy diferente. «Fue una experiencia muy especial y enriquecedora para mí», recuerda Labaien. Como el protagonista de la popular película 'Kutxidazu Ixabel', la donostiarra no dudó en embarcarse en la aventura de pasar el verano de 1973 en un pueblo pequeño como Berastegi, en concreto, en el caserío de José Azpiroz y su mujer María Arrillaga, su hijo Juan, Jone, María Rosario... entonces conoció también a María Ángeles y otros muchos amigos que recuerda como si fuera ayer. Labaien como otros muchos jóvenes guipuzcoanos aprovecharon la oportunidad de participar por primera vez en las estancias en familias euskaldunes que les acogían en sus caseríos, con el propósito de aprender a hablar euskera o perfeccionarlo.
Labaien reconoce que además de aprender euskera conoció «una realidad totalmente diferente a la que yo estaba acostumbrada y a la que yo vivía en Donostia». Elena recordaba los dos meses del verano de 1973 en el caserío Goienetxe. En vísperas del Día Internacional del Euskera de mañana, la donostiarra regresa al caserío para recordar junto a DV las vivencias de aquella estancia con Juan Azpiroz, hijo de José y María, y su esposa María Ángeles Ugartemendia a la que también conoció hace 46 años.
Dos meses en Berastegi
Todo son recuerdos para Elena. «Cuando nosotros éramos críos no se hablaba en euskera en Donostia. Nuestro padre sí sabía hablarlo, pero no le parecía bien que fuera una lengua que deberían aprender sus hijos». Nada extraño en aquellos tiempos, como recuerda Juan Azpiroz. «Era algo normal, aunque en los pueblos pequeños seguíamos hablándolo siempre estábamos de miedo, porque era habitual que una pareja de la Guardia Civil controlara quién hablaba, cantaba... eran otros tiempos» A pesar de todo, Labaien estaba decidida a aprender a hablar euskara y no pudo desaprovechar la oportunidad que le brindó la profesora y política, Mari Carmen Garmendia. «En aquella época, estudiaba Filosofía y Letras en la EUTG. Allí conocí a Mari Carmen. Ella me animó para que pasara el verano en Berastegi para aprender euskera. Ella se encargó de hablar con José y María».
La familia Azpiroz -Arrillaga abrieron las puertas de su casa a Elena y reconoce que fueron unos perfectos anfitriones. Todavía guarda grabada en su retina la primera imagen de su llegada al caserío. «José estaba sentado como siempre en la mesa de la cocina, presidiéndola como siempre, y María estaba preparando la comida. Recuerdo que José me dijo: Egun on! y me invitó a entrar y sentarme».
Labaien recuerda con emoción aquel momento. Reconoce que «al principio no hablaba mucho. No sabía hablar mucho en euskera. Había aprendido algunas frases, los verbos y algo más antes de venir, pero no era gran cosa». Su empeño por lograr su objetivo fue clave en lograr su propósito y según cuenta «tenía un pequeño cuaderno en el que tomaba notas. Lo llevaba a todas partes. Allí anotaba todo lo que escuchaba: palabras, verbos, expresiones hechas,... por las noches, en mi habitación, repasaba todo lo que había apuntado para ir aprendiéndolo».
Tapados con las 'zarpas'
El verano en el caserío Goienetxe no fue el primer contacto de la donostiarra con Berastegi. «Mi abuelo nació en Argentina, pero siendo un niño, tendría unos 3 años, regresó junto con toda su familia a Berastegi. Aquí vivió unos años y después, se trasladaron a Tolosa, antes de asentarse definitivamente en Donostia». Elena también nació en la capital guipuzcoana, pero tenía referencias de la localidad de Tolosaldea. «Nuestro padre era muy 'baserrizale' y le gustaba venir a los pueblos pequeños, disfrutaba mucho. Era médico de profesión y los baserritarras que acudían a su consulta le solía decir: venga a nuestro caserío con su mujer y su familia... y así lo hacíamos. Solíamos ir toda la familia y aunque éramos 'kalekumes' teníamos una sensibilidad especial con este mundo».
Dos mundos muy diferentes para Elena y muchos jóvenes de su época, tal y como ocurre ahora entre los chavales de los pueblos pequeños y la ciudad. «Todo era diferente, desde la lengua, los rutinas y la manera de relacionarse, el trabajo...», reconoce el berastegiarra que compartió aquel verano tan especial para la donostiarra. «Todo el trabajo se realizaba a mano y entonces, en los caseríos había mucho trabajo y mucho más en verano». Labaien recuerda que «llegué un 7 de julio a Berastegi, en pleno verano y estuve en el caserío hasta el 7 de septiembre. Era la época de recoger la hierba y almacenarla para el invierno y había mucho, mucho trabajo para todos».
«El verano que pasé en Berastegi supuso un gran cambio en mi forma de pensar, de vivir»
Juan Azpiroz no olvida que «todo se hacía deprisa. Se cortaba la hierba a mano, después había que aprovechar las horas de calor para darle la vuelta, recogerla antes de que le pillara una tormenta... era todo contrareloj». Una gran sonrisa asoma en los rostros de Elena, María Ángeles y Juan a la hora de recordar aquellos momentos. «María nos preparaba la comida que había que llevar a los hombres que ya habían subido por la mañana, mientras nosotras nos encargábamos de los trabajos de la casa», comenta Labaien, mientras Juan añade «te acuerdas Elena de cómo solías subir con María Rosario, (hermana de Juan) con el carro y la yegua hasta el prado que tenemos en Lagarte a llevarnos la comida?»
La donostiarra recuerda perfectamente aquel momento, a pesar de haber transcurrido más de cuatro décadas y otros muchos. «María, la etxekoandre de Goienetxe, preparaba un gran puchero de alubias. Todos los días comíamos alubias en el caserío, esa era la costumbre en los pueblos. Una vez que estábamos en el monte, todos comíamos del puchero. María era una excelente cocinera y todo me parecía que estaba perfecto, buenísimo». Después, de hacer acopio de todo lo que había preparado la mujer, «solíamos aprovechar para hacer la siesta, Solíamos taparnos con las 'zarpak', ropas de abrigo que solía haber en todos los caserío y hacíamos una 'kuluxka' (cabezada). Luego, volvíamos a trabajar para recoger la hierba, un trabajo duro donde los haya. Además, teníamos que realizar el camino de regreso andando y era una buena caminata de más de tres kilómetros... o sobre la hierba seca recolectada que cargaban en el carro».
«Al principio no hablaba mucho euskera. Había aprendido algunas frases y verbos, pero poca cosa»
La donostiarra no estaba acostumbrada al ritmo de vida y trabajo del caserío, pero lo hizo sin gran dificultad. «Todavía recuerdo cuando teníamos que limpiar el espacio que ocupaba el ganado y prepararles la zona de descanso, hacerles la cama. Teníamos que sacar el estiércol... bueno, yo ayudaba en lo que podía más que trabajar», recuerda mientras sonríe, siendo consciente del esfuerzo que suponía atender a todo el ganado diariamente.
Inmersa en la vida del caserío
Pero no todo era trabajar. Elena asegura guardar unos preciosos recuerdos de su estancia aquel verano en Berastegi. «Recuerdo cómo íbamos a las fiestas de pueblos de Tolosaldea, Leitza, Areso... y por supuesto, las de Berastegi». Salir de fiesta por los pueblos también fue un descubrimiento para la donostiarra. «Era algo muy diferente a lo que yo conocía de salir de fiesta. Lo pasábamos en grande», asegura Elena, mientras Juan y María Ángeles asienten con la cabeza a su lado. «También me acuerdo cómo solíamos desplazarnos en un Peugeot de la época por aquellas carreteras de entonces», dice la donostiarra. «Menos mal que no ponían muchos controles de alcoholemia entonces...», añadió Juan entre carcajadas, mientras Elena apunta: «pero recuerdo que la Guardia Civil solía poner muchos controles. Una noche, nos pararon en Berrobi. Aquella noche salimos con un amigo, Valeriano, y empezaron hacerle preguntas. Aquella noche nos apuramos un poco, aunque luego no pasó nada».
«Tenía un cuaderno en el que tomaba notas y por las noches, repasaba todo lo que había apuntado»
La donostiarra sigue repasando aquel verano de 1973 y reconoce que «todo el que era acogido en un caserío con el propósito de aprender a hablar euskera, no solo aprendía la lengua, tenías que adaptarte a su forma y filosofía de vida». Según Labaien, «ahora está de moda hablar de la 'inmersión lingüística' para el aprendizaje de una lengua, pero eso yo lo hice hace 46 años en el caserío Goienetxe durante dos meses. Y fue una inmersión total». «El verano que pasé en Berastegi supuso un gran cambio en mi forma de pensar, de vivir, de ver las cosas a muchos niveles», asegura Elena. «Creo que fue una experiencia muy enriquecedora para mí porque tuve la oportunidad de aprender nuestra lengua. Fui una privilegiada porque me tocó una familia que me acogió como otro miembro más y se esforzó en enseñarme el euskera de pueblo que a mí tanto me gusta».
«Euskara herrikoia da, interesgarriena eta aberatsana denontzat»
Berastegin uda pasa zuen Elena Labaienek 1973an. Ez du berehala ahaztuko esperientzi hura. Dioenez, «gero ere euskara ikasten jarraitu nuen. Horretarako euskaltegira joaten nintzen. Bertan, alfabetatu nintzen eta egia esan, zorte handia izan nuen. Joseba Ezeiza izan nuen irakasle euskaltegian. Oso ikastaro interesgarriak ematen zituen eta asko ikasi nuen berarekin». Euskara «herrikoia» hori da Elenari gustatzen zaiona eta garbi du «euskaldunberri batek ikasi behar duena. Berastegiko euskara oso aberatsa da, esamoldeak, hiztegia, formak...» Bertan sortutako euskara ikasteko griñarekin bueltatu zen Donostiara. «Gero ere, herri txikietako jendearekin lana egitea tokatu zitzaidan. Eskola ematen nuen. Hiru urtez, Tolosako Orixe institutuan aritu nintzen lanean eta bertan Tolosaldeko herri txikitakoak eta Leitzakoak etortzen ziren. Gero, Hernanira joan nintzen eta bertan, Goizueta eta Aranokoekin gustora aritzen nintzen euskaraz».
«Etxean ere eduki nuen lau urtez Goizuetako neska bat eta berarekin ere asko ikasi nuen euskaraz hitz egiten. Gustatzen zitzaidan egiten zuen euskara eta sukaldean ari-tzen ginen bitartean, neska honekin praktikatzen nuen. Horrela, jarraipena ematen nion Berastegin ikasitakoari». Dioenez, «azken 10 urteak Donostiako institututo batean egin nituen lanean. Hango ikasleek esaten zidaten: irakaslea al zara zu? Ez duzu horrela ematen. Nik uste zela erabiltzen nuen euskararengatik ez nintzela irakaslea, ez baitzen gainontzeko lankidek erabiltzen zuten bezalakoa. Nire euskara herrikoia da. Niretzat herrietan egiten dena interesgarrigoa eta aberatsagoa da». Harro esaten du gainera.
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