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Juan Ignacio Mendizabal, 'Mendi', imparte clase a sus alumnos de Bachiller del colegio Summa Aldapeta de Donostia. USOZ
«Los alumnos de ahora son más tranquilos. Cuando yo estudiaba éramos unos salvajes»

«Los alumnos de ahora son más tranquilos. Cuando yo estudiaba éramos unos salvajes»

Confesiones de... un profesor ·

El donostiarra Juan Ignacio Mendizabal lleva 27 años impartiendo clase y desmiente que los jóvenes sean hoy más rebeldes. «La gente no tiene memoria»

Estrella Vallejo

San Sebastián

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Domingo, 16 de septiembre 2018, 18:48

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La juventud es «maleducada, no respeta a sus mayores, contradice a sus padres y falta al respeto a los maestros». Esta reflexión podría ser escuchada en alguna cafetería cualquier día de estos. Pero no, fue recogida hace 2.500 años por el mismísimo Sócrates, y por eso José Ignacio Mendizabal, o 'Mendi' como le conocen sus alumnos, se apresura a desmentir el cliché. «La gente dice que los jóvenes ahora ya no tienen respeto. ¿Respeto? Pero por favor, si cuando yo era alumno hacíamos unas barbaridades de cuidado», exclama.

Si algo pueden tener de curiosas las confesiones de un profesor de colegio es que cualquier ciudadano asociará sus palabras con batallitas o anécdotas de aquellos años de juventud cada vez más lejanos. Una etapa en la que el inicio de la madurez se convierte en un descubrimiento continuo, una aventura particular de la que se piensa que los adultos son completamente ajenos.

Historia

  • Una palmera por la ventana. Durante su época de alumno, recuerda el día en el que un compañero entró en clase con una palmera que había arrancado previamente y tiró por la ventana.

  • Las relaciones de Barbie y Ken. Era el tema de una de las curiosas redacciones que pedía a sus alumnos a modo de castigo, «cuando me vacilaban mucho. Quid pro quo», dice con voz divertida.

Pero ahí están ellos, los profesores, con la lección aprendida de cómo lidiar con niños, jóvenes y adolescentes, al tiempo que intentan tener presente que ellos, una vez, también se sentaron en el pupitre, se despistaron, cogieron apuntes, se aburrieron, y murmuraron entre compañeros, interrumpiendo las palabras del maestro que tiza en mano se alzaba frente a la pizarra.

'Mendi' lleva 27 años impartiendo clases relacionadas con el arte y el dibujo en Marianistas –hoy Summa Aldapeta–, donde además fue alumno. Es de esos profesores cercanos, que transmiten confianza, aunque indique que algunos de sus alumnos «seguro que dicen que soy un poco chapas». Estudió Bellas Artes y por un cúmulo de casualidades, el entonces director, Chema Garagorri, le propuso acceder a un puesto de profesor de dibujo que ni le llamaba la atención ni le había provocado hasta la fecha el más mínimo interés, entre otras cuestiones porque no se caracterizaba por ser un alumno ejemplar. Pero, aceptó y descubrió lo que acabaría convirtiéndose en su gran vocación.

Claro que hasta que llegara aquel momento tuvo que atravesar el muro de la primera clase: enfrentarse a una veintena de chavales de COU, con la mirada anclada en un joven profesor de 24, que además se estrena en el oficio. Convenía remangarse antes de cruzar la puerta de aquel aula. 'Mendi' optó por preparase concienzudamente las clases de toda la semana, solo que no contempló un factor determinante: los nervios. «Estaba tan nervioso que me ventilé en una hora los apuntes preparados para toda la semana», relata ahora.

La energía se contagia

La primera impresión que tuvieron de él sus alumnos la conoció meses después en el viaje de fin de curso. «Joé Mendi, nos asustaste un montón con la caña que nos diste en la primera clase», le dijeron. «¡Lo que no sabían era que yo solo pensaba en que me estaba ventilando la materia de toda la semana!», exclama entre risas, aunque afirma que de esa manera no les dio la oportunidad de levantar la cabeza de los apuntes.

Una vez controlados los nervios y habiendo pagado la inexperiencia del inicio, asegura que lo que más le gusta de su profesión es «la marcha, la ilusión por las cosas y la energía que te contagian los chavales», aunque indica que preparar las clases como es debido requiere muchas horas de trabajo.

Hace hincapié en que los alumnos de ahora poco tienen que ver con los de hace treinta años, y mucho menos con sus compañeros de clase. «Ahora son más revoltosos», podría decir cualquiera de manera automática. Pero nada más lejos de la realidad.

«La gente parece que no tiene memoria, pero cuando yo iba a 8º de básica –actualmente 2º ESO– éramos una cuadrilla de salvajes de cuidado». Remarca que ahora son más tranquilos en algunos aspectos y da gracias por no haber tenido que dar clase «en la vida» a alumnos similares a ellos. «En mi clase entró un tío con una palmera que había arrancado y que luego tiró por la ventana. O se le metían chinchetas al profesor en el bolsillo... Unas salvajadas que a mí no me han hecho nunca ni he visto que hacían a mis compañeros», asevera.

Su juventud coincidió con la Transición, lo que influyó en el interés por la política de su generación y en una actitud más curiosa que ahora se encuentra algo más apagada. «Les veo más conservadores de lo que éramos nosotros a su edad. ¿Son habladores? Claro, pero qué quieres con la edad que tienen», dice comprensivo.

Al igual que las herramientas para impartir las clases, que ahora combinan medios analógicos y digitales, las 'chuletas' también han dado un paso más. Los clásicos apuntes 'extra' en la regla, o escribir la lección con la punta del compás en el boli Bic se mantienen, aunque se han quedado obsoletos si se comparan por ejemplo con el pinganillo conectado al móvil, que en los últimos años ha irrumpido con fuerza . «Si una chica con pelo suelto se pone un pinganillo es difícil detectarlo, pero lo intentamos», avisa.

Y en tal caso se impone la sanción correspondiente. Castigos, dice este profesor que pone pocos, aunque nada tienen que ver con los de hace años, cuando sorprendía a sus alumnos pidiéndoles redacciones en las que reflexionasen sobre la 'historia de la rueda' u otras más inverosímiles, como 'la relación entre Barbie y Ken'. «Aquellos castigos eran una especie de 'quid pro quo'. Tú me vacilas, pues yo te vacilo más», dice entre risas.

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