«Solo he recibido ayuda de los palistas de Pasaia Kayak»
Aitor Vilariño.El pasaitarra trata de olvidar la pesadilla que vivió a consecuencia de la DANA en Benetússer, donde reside desde hace unos años. Aitor vive ahora otra odisea para recibir unas ayudas que no llegan
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l próximo día 28 se cumplirán dos meses de la tragedia de la DANA que devastó varias localidades de Valencia y se cobró la vida de más de 200 personas. El desastre natural causado por la gota fría también provocó que se desvaneciera la existencia, al menos tal y como la conocían hasta ese momento, de incontables vecinos. Entre ellos se encuentra el pasaitarra Aitor Vilariño, quien lleva unos años residiendo en el municipio de Benetússer con su familia.
Este pasaitarra de 31 años de edad contempla la portada que DV publicó el 7 de noviembre, en la que él aparece ante el enorme agujero que un camión dejó en la fachada de su vivienda tras atravesarla empujado por la fuerza de la riada. «Aún tengo pesadillas por las noches. Sueño que el agua se lleva a mi pareja también y no puedo hacer nada para evitarlo», confiesa, mientras su voz se quiebra por la emoción, igual que cuando relató a este periódico la odisea que vivió por salvar su vida y la de su hijo Ibai, quien apenas unos días antes había cumplido su primer año de vida.
Aún tengo pesadillas por las noches. Sueño que el agua se lleva a mi pareja y no puedo evitarlo»
«Todo lo ocurrido ha hecho mella en mí. Ha dejado una huella que será difícil borrar», asegura. Y no es para menos. Aitor se encontraba en su hogar cuando minutos antes de las ocho de la tarde del 29 de octubre su calle se convirtió en un río. Desde la ventana de su domicilio, situado en un segundo piso, se encontró ante un paisaje que únicamente presagiaba una catástrofe. «Solo había agua. Cada vez bajaba más y con más fuerza. Entraba un mar, que llegó a cubrir tres metros de altura», rememora.
Vio cómo varias personas pedían auxilio antes de ser arrastradas por una marea de barro que las condenaba a un fatídico final. «Me despierto oyéndolas chillar», afirma. Su instinto de supervivencia le hizo huir por el tejado del edificio, junto con el pequeño Ibai y su padre, que se había trasladado desde el distrito pasaitarra de Trintxerpe para ayudarle a él y su pareja, Sara. La joven también pasó un auténtico calvario en su regreso a casa del trabajo en coche. Todos salvaron sus vidas, pero Aitor llegó a temer aquella tarde que la suerte no estuviera de su parte.
Por ello, cogió una caja de plástico en la que guardan los juguetes de Ibai para meterlo en ella y salvarlo si el 'mar' que les amenazaba seguía creciendo. «Quería que él tuviera una oportunidad si el edificio se venía abajo», señala sin soltar la portada de ELDIARIOVASCO que sujeta entre sus manos. «La he guardado para enmarcarla. Cuando mi hijo sea mayor, podrá conocer lo que vivimos», comenta.
Tras reunir a toda su familia de nuevo en casa, sus esfuerzos por poner a salvo a otros vecinos de Benetússer que habían quedado atrapados en bajeras le hizo pasar la madrugada deambulando por el barrio hasta que se cayó por una alcantarilla y se abrió la pierna. La infección que le provocó el accidente le obligó a estar hospitalizado en varias ocasiones. Los médicos no lograban acabar con la bacteria que había infectado la herida. «Al final, tuve que pedir el alta voluntaria para defender mi hogar de los robos que se estaban registrando», manifiesta.
Poco a poco, va sanando de sus cicatrices, tanto de la que todavía permanece visible en su pierna como de las que se resisten a desaparecer de su mente. «Si me preguntas cómo me encuentro, te puedo decir que bien. Tengo bastante estrés y, a veces, estoy cabizbajo, pero me siento fuerte», declara. Esa misma fortaleza es precisamente la que le está ayudando a hacer frente a la «pelea» que mantiene con los seguros y a la larga espera por las ayudas que han anunciado las diferentes administraciones y de las que solo ha tenido noticia a través de los medios de comunicación.
«No he visto ni un euro»
Según explica el joven pasaitarra, «a pesar del tiempo que ha transcurrido, no he visto ni un euro. Las ayudas económicas que están prometiendo no han llegado. A mí al menos, no. Ninguna administración local, regional o nacional nos ha ayudado hasta hoy. La única ayuda que he recibido es por parte de la familia y de un grupo de compañeros de Pasaia Kayak, el club de piragüismo con sede en Trintxerpe en el que estuve durante varios años. Algunos de mis excompañeros palistas se reunieron y decidieron hacerme una donación mediante Bizum de mil euros. Fue muy fuerte. Me hizo muchísima ilusión que, viviendo a 600 kilómetros de distancia, se juntaran con la idea de ayudarme».
Las ayudas económicas que están prometiendo no han llegado. A mí, al menos, no»
Tampoco las compañías de seguros parecen darse prisa a la hora de abonar las pólizas que Aitor tenía contratadas por su vehículo y su moto, que han quedado inutilizables. «Mandé toda la documentación al tercer día y no he recibido respuesta. Lo mismo me ha pasado con el agujero que teníamos en la fachada del edificio. He tenido que recurrir a un conocido que es albañil para que lo tabique. Se ha ocupado también de picar el portal que, a consecuencia de la inundación, tenía ya hasta caracoles. Lo ha hecho como un favor porque confía en mí y sabe que en cuanto el consorcio nos pague, tendrá el dinero», argumenta, al tiempo que añade que «aquí está trabajando todo el mundo menos los que deberían», en referencia a las autoridades.
Como anécdota del «sinsentido» de la «burocracia» a la que les está tocando enfrentarse a él y a otros habitantes de diferentes municipios de Valencia, Aitor relata lo que le ha ocurrido con su moto. «La tenía parada, sin usar, desde hace tiempo y sin seguro. Mal hecho por mi parte, lo reconozco. Contraté uno y fui a sacarla del depósito al que la llevó la policía. Dos días después de la catástrofe, me llegó la multa de la DGT que me pusieron dos semanas antes. Ojalá se dieran la misma prisa a la hora de pagar el dinero de las ayudas y del propio seguro. Tenemos que cumplir con nuestros deberes como ciudadanos, pero ¿dónde quedan nuestros derechos?», se pregunta.
Tras varias semanas viviendo en otra población a 60 kilómetros de distancia, Aitor Vilariño regresó a finales de noviembre a Benetússer. Afortunadamente, la estructura de su inmueble no se vio dañada por el camión que la atravesó y pudo volver a su hogar con Sara e Ibai. El olor a cloaca ha ido desapareciendo con el paso de los días. También el barro que cubría las calles, «aunque hay bastante polvo». La vuelta a esa normalidad que añoran necesitará de tiempo, mucho más tiempo.
En estado «apocalíptico»
«Si vieras mi barrio, pensarías que Benetússer se halla en estado apocalíptico. Para nosotros, que hemos ido viendo cómo ha ido evolucionando desde el primer día, la situación no es tan dramática. Ahora tenemos algunos negocios abiertos. Es cierto que son una minoría: un supermercado y varios bares. Es más de lo que hay ahora mismo en Paiporta –una población situada a tres kilómetros de la suya–, que ha quedado devastada. Otros muchos comercios no abren por lo que comentábamos antes. Las ayudas económicas que están prometiendo las instituciones no llegan. La única que se ha materializado, según me cuentan amigos que tienen empresas, es la de Juan Roig –el presidente de Mercadona–, que prometió 8.000 euros por cada persona que la solicitara para negocios afectados por la DANA», relata.
Como trabajador autónomo, Aitor sufre en primera persona la ausencia estos apoyos. Pese a que han dejado de cobrarle las últimas cuotas de la Seguridad Social –«no sé si me las reclamarán más adelante porque nadie nos informa de nada»–, un tercio de su trabajo como entrenador personal se ha volatilizado y con él, los ingresos en los que este se traducía. «El gimnasio en el que trabajaba quedó arrasado por la gota fría y no podrá abrir nuevamente sus puertas hasta enero o febrero de 2025. Pensábamos que lo haría antes, pero no va a ser posible», lamenta.
Ilusionado pese a la tragedia
El pasaitarra centra en la actualidad sus esfuerzos en la parte de su negocio que se desarrolla en forma de asesorías online, apoyado en redes sociales como Instagram, donde supera los 226 mil seguidores. Es su mayor aval para el lanzamiento de una aplicación para teléfonos móviles que pronto verá la luz.
«Hacía tiempo que tenía pensado crearla junto con un informático de Madrid. En cuanto salí del hospital la última vez, le llamé y le dije: «Hay que ponerse con ella. ¡Ahora o nunca!». Ya la tenemos casi lista. En cuanto se ponga en funcionamiento, me permitirá gestionar una mayor cantidad de trabajo en menos tiempo. Eso sí, habrá que esperar a finales del próximo año para comprobar su rentabilidad. De momento, he tenido que hacer una inversión en su puesta en marcha, pero tal vez todo esto que ha ocurrido sea la señal que estaba esperando para dar el salto y centrarme 100% en la App», sostiene.
Lo mejor es olvidar esta catástrofe. Nos ha tocado sufrirla, pero es el momento de arreglar las cosas»
Hablando de su proyecto más inmediato, Aitor sonríe por primera vez durante esta entrevista. «Me ha tocado reinventarme con la marcha acelerada», subraya. Su vida familiar también va camino de volver a cómo era antes. De momento, Sara se ha tenido que coger una excedencia en su trabajo para cuidar de Ibai en una población en la que la rutina ha quedado interrumpida desde el 29 de octubre.
«Hay que pasar página», dice el pasaitarra, que se resiste a seguir hablando de lo que ha vivido. «Lo mejor es olvidar esta catástrofe. Es algo les digo a los vecinos de mi barrio. Nos ha tocado sufrirla, pero ahora es el momento de arreglar las cosas».
Su sueño es celebrar estas fiestas rodeado de su familia, incluida la que le espera en Pasaia. «Y que dentro de un año nos volvamos a juntar, que nos vaya bien en el trabajo y que dé las gracias porque de la DANAhaya salido algo positivo», concluye.