25N Día contra la Violencia Machista
«Si no le hubiera denunciado, me habría matado»María «temía» por su vida cada día que quedaba con su agresor. Le demandó. Ahora él lleva pulsera de geolocalización y ella, un dispositivo que le alerta cuando se acerca. «Suena a diario. Da miedo»
Si «solo» recibía un insulto, ese era un buen día para María. Durante años, la vida de esta guipuzcoana se convirtió en «un infierno del que no podía salir». Había «gritos, humillaciones, vejaciones, amenazas de muerte, chantaje emocional... Y también golpes». Fue «complicado» verse a ella misma como víctima de violencia machista. Se mezclaban sentimientos como «culpa, vergüenza e impotencia», hasta que un día no pudo más. Después de que aquel hombre que se había «obsesionado» con ella le pegara hasta casi matarla, se armó de valor para hacerle frente y llamó a la Ertzaintza. «Si no le hubiera denunciado, me habría matado», dice mientras baja la mirada al suelo. Todavía está en una situación «difícil». Su agresor es uno de los 54 hombres del territorio y de los 153 del conjunto de Euskadi que lleva la pulsera de geolocalización. Cuando se salta la orden de alejamiento que tiene sobre María, el dispositivo 'Cometa' que porta ella las veinticuatro horas, los 365 días del año, pita. «Hay días que suena hasta seis veces», admite. Y pasa «miedo». Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que es mañana, da a conocer su historia, «para que quien se sienta identificada pida ayuda y denuncie, porque aunque el camino es duro, de la violencia machista también se sale».
Nadie hubiera imaginado que esa relación de amistad iba a terminar en maltrato. Tampoco que aquel hombre que parecía que se desvivía por ella iba a intentar terminar con su vida. Ni que fuera a portar la pulsera de localización por GPS y que, aun y todo, iba a saltarse la orden de alejamiento en más de una ocasión para pegarle «de nuevo». Hubo una noche, hace no mucho, que a María no se le va a olvidar jamás. A veces vuelve a sentir esa «sensación de pánico» que experimentó cuando, estando en casa con su hijo pequeño que no el del agresor, bien entrada la madrugada, le sonó el dispositivo. Si se alumbra de blanco significa que el agresor se ha cruzado con ella. Pero si se ilumina de rojo, se ha saltado la orden de alejamiento y se encuentra a menos distancia de la permitida.
Aquella vez estaba rojo. Se asustó. Afortunadamente no pasó nada. Recibió la habitual llamada de la Ertzaintza, que le hace seguimiento por estar en riesgo alto, y tras asegurarles que estaba bien la policía autonómica envió una patrulla para cerciorarse de su bienestar. En estos momentos, 6.019 mujeres en Euskadi reciben algún tipo de protección de la Ertzaintza tras denuncia o conocimiento policial de la situación de violencia machista que han vivido. «Poco a poco, con ayuda psicológica, estoy mejor», señala. De todos modos, «todavía hay momentos de ansiedad y miedo porque la realidad es que no he desconectado de él para nada». Aún tiene algún juicio pendiente.
«Intentaba salir y yo sola no podía. Al final tuve la fuerza y el valor de denunciar»
Al principio, «todo era normal». Se veían de vez en cuando, él le pedía ayuda porque tenía algunos asuntos familiares que resolver y ella le apoyaba en todo lo que estaba en sus manos. El «verdadero problema» llegó cuando él se «obsesionó» con ella. Quería mantener una relación sentimental con María, pero «desde el principio» ella fue sincera y le mostró su rechazo a esa idea. No lo aceptó y a partir de entonces, todo eran castigos para ella. «Me alejó de mi familia y de mis amistades, me iba a buscar a la calle, allí donde estuviera, y me decía que tuviera cuidado, que me estaba vigilando... Incluso me obligó a consumir droga con él porque se dio cuenta de que solo así aguantaba su compañía», recuerda aún «incrédula» de la «manipulación» que sufrió en todo ese tiempo. Hasta entonces, María nunca había tomado ningún tipo de sustancia estupefaciente, pero ya no se reconocía frente al espejo. Solo quería «sobrevivir».
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«No le denuncié por miedo a que me matara»
Una y otra vez, escuchaba de la boca de su agresor que si no estaban juntos la «iba a matar». Y María se sentía «culpable por haberle hecho caso desde el principio, ya no sabía cómo salir de ese círculo. Aguanté tanto... Y no era consciente de que estaba metida en un hoyo. Intentaba salir, pero sola no podía... Al final tuve la fuerza y el valor de denunciar. Si no lo hubiera hecho, estaría muerta», continúa su relato, ejemplo de fuerza y supervivencia. Desde enero hasta septiembre de este año, la Ertzain-tza ha recibido 3.815 nuevas denuncias por casos de violencia ejercida por la pareja o expareja, un 6,89% más que en el mismo periodo del ejercicio anterior.
«Me agarraba el cuello»
Pero hasta denunciar, María ha sufrido en sus propias carnes la peor cara del machismo. Maltrato psicológico y físico. «Me agarraba del cuello, me golpeaba en las cotillas, me amenazaba con una navaja... Era horrible. Me manipulaba y, desde dentro, lo acabas normalizando», se lamenta. Llegó un momento en el que perdió el control de sí misma. Y su agresor, en cambio, la atrapó. Hacía lo que quería con ella. «Me separó de todo el mundo», reconoce ahora. Es más, aunque su familia y amigos sabían que mantenían algún tipo de relación, no estaban al día de la violencia que sufría María hasta que un día decidió contarles el calvario que estaba viviendo, pero siempre «con miedo a ser juzgada. No lo hicieron. Me apoyaron mucho y me recomendaron denunciar, pero no siempre es fácil dar ese paso».
«Le tenía mucho miedo, pero después de un día que casi me matara, pensé en mi hijo y dije 'hasta aquí. Le denuncié»
Eso fue al poco de comenzar los episodios de maltrato porque luego, al tiempo, él perdió el miedo a golpearle en la calle. Le seguía y le «estiraba del pelo», le «empujaba... Nada le frenaba. Llegó un momento en el que le daba igual dónde atacar». Sus amigos le «defendían». Pero no solo ellos. También la gente que mientras paseaba era testigo de las agresiones salía en su defensa. «Yo ya no sabía qué hacer», admite. «Tenía mucho miedo. A veces hasta llegué a estar confundida. ¿Le quería? ¿Quería estar con él? Claro que no, pero sabía hacerme dudar y generar sentimientos de culpa en mí. Me llamaba 'zorra' y usaba todo tipo de insultos contra mí», asegura, y se frota las manos. No es sencillo recordar ese tipo de situaciones. Es más, en diferentes ocasiones ha intentado olvidarlas, pero «es imposible. El dispositivo que me advierte de su presencia sigue sonando a menudo y eso, sumado a las noticias de asesinatos de mujeres por parte de sus parejas o exparejas, hace que todo se me remueva».
«Al principio no veía nada. Ahora, echando la vista atrás, no hay duda de que he sufrido violencia contra la mujer y manipulación. Mucha. Siempre que quedaba con él temía por mi vida», reflexiona. Pero hubo un día, un momento, que marcó el punto de inflexión. Tenía que hacer algo si no quería que le matara. «Me obligó a todo. Me forzó. Me golpeó. Hacía tiempo que yo le decía que no quería estar con él. Era una relación muy extraña. Yo estaba con él a escondidas, siempre drogada o borracha», relata.
LAS CIFRAS
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6.019 mujeres reciben protección de la Ertzaintza en Euskadi tras denuncia o conocimiento policial de la situación de violencia que han vivido, según el Departamento de Seguridad.
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40 mujeres tienen escolta en Euskadi por estar en riesgo. En Gipuzkoa son nueve. Son los casos más graves.
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82 mujeres en Gipuzkoa precisan del servicio de contravigilancia de la Ertzaintza, y un total de 239 en Euskadi. Suele constar de patrullas en los alrededores de su domicilio o de su puesto de trabajo.
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59 víctimas de violencia machista en Gipuzkoa tienen medios tecnológicos que permiten a la mujer contactar directamente con la Ertzaintza en caso de urgencia.
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54 hombres en Gipuzkoa tienen la pulsera de localización por orden judicial controlada por la Ertzaintza. En Euskadi, 135.
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5.268 delitos en las diferentes formas de violencia contra la mujer ha registrado la Ertzaintza entre enero y septiembre.
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3.815 denuncias ha registrado la Ertzaintza hasta septiembre por violencia de género, un 6,89% más que el mismo periodo del año anterior.
Aquella vez, «cogió una navaja y me la puso en el cuello. Me amenazó así para que yo hiciera todo lo que me pedía. Le hice caso, mi vida corría peligro. No aguanté más y, tras terminar, rompí a llorar. Él volvió a cogerme de los pelos y a pegarme. Me dijo que a partir de ese día íbamos a ser oficialmente pareja y que la gente se iba a enterar de que estábamos juntos», rememora con los ojos cerrados. Tiene un recuero nítido de lo que pasó. Y duele.
Le dijo que sí, se despidió de él «como si no hubiera pasado nada» y, una vez lejos de su agresor, llamó a la Ertzaintza. Les dijo dónde estaba y enseguida fueron a por ella. Después, le llevaron al hospital a hacer las pruebas correspondientes y estuvo todo el día en comisaría. «No sabía ni qué hacer, solo que necesitaba poner fin a lo que estaba viviendo». Por ella misma, pero también por su hijo. El pequeño ya había visto en alguna ocasión a su madre recibir golpes por parte de este hombre y María no podía soportar que creciera en ese ambiente «tan tóxico».
Ya no valían las continuas amenazas que había utilizado hasta el momento. «Que 'de la cárcel se sale', que después me iba a matar... Me decía de todo. Pero ya reaccioné. Le tenía mucho miedo. Sabía que podía encontrármelo en cualquier momento aunque no hubiéramos quedado. Pero después de que casi me matara, pensé en mi hijo y dije 'hasta aquí'». Pese a que ha pasado ya un tiempo, aún se pregunta cómo lo hizo, pero en el fondo eso es lo de menos, «lo importante es» que le denunció y pudo comenzar una nueva etapa, «también complicada», pero en la que «día a día» se encuentra «mejor».
De la culpa a la rabia
«Me obligaba, me amenazaba con una navaja... Me manipulaba y, desde dentro, lo acabas normalizando»
La culpa y la impotencia ahora han evolucionado en «rabia». Ya al final, «no le soportaba». Solo necesitaba «la fuerza suficiente para denunciarle» y mantenerse fuerte en el proceso de después. «Me encantaría decir que estoy fenomenal, pero la realidad es que a veces me vuelve el sentimiento de culpa. Estoy trabajando en ello y cada vez estoy más tranquila. Depende del momento», asegura.
«Sentirse juzgada» no ayuda en el camino hacia la normalidad, lejos de la violencia. «A veces tienes que escuchar que ha sido culpa tuya, que eres tú la que le ha hecho caso. Pero si yo hubiera sabido que era un monstruo, si pudiera haber visto el futuro, nunca le habría hecho caso. Incluso a veces mi propia familia me ha dicho que he sido una tonta por haberle hecho caso», dice. Ha sentido «mucha vergüenza», pero ya ha entendido que la culpable no es ella, «si no él». Y eso, genera alivio.
Ahora que empieza a ver la luz, sueña con el día en el que el dispositivo que porta deje de sonar. Que su agresor deje de perseguirla y poder tener una vida normal. Que todo lo que ha vivido se quede en una pesadilla. Pero cada vez que escucha que ha habido un asesinato machista solo se le viene un pensamiento a la mente. «La próxima en las noticias puedo ser yo».
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