Una bola de fuego llamada Mari
La divinidad de carácter femenino que supone la personificación de la madre tierra está considerada como la 'dama' de todos los seres mitológicos vascos
antton iparraguirre
Viernes, 5 de agosto 2016, 06:30
Si uno ve una bola de fuego que atraviesa veloz el cielo azul o el firmamento lleno de estrellas vendrán a su mente muchas preguntas. ¿Será un meteorito? ¿El pedazo de un satélite que se ha salido de su órbita? ¿Una nave extraterrestre? ¿El reflejo del fuselaje de un avión? ¿Pero y si en realidad se trata de una diosa vasca que viaja de un monte a otro? ¿Descabellado? Lee esta historia.
Cuando no había libros, ni televisión ni radio, y mucho menos internet, una de las mejores formas de entretener a niños y mayores después de cenar era contarles historias ante la chimenea de la cocina de los caseríos y casas palacio. De esta forma durante siglos la mitología se han ido transmitiendo de generación en generación, dando lugar a relatos que forman parte de una determinada religión o cultura. En el caso de los vascos, hay una muy especial.
Se trata de Mari, una divinidad de carácter femenino que supone la personificación de la madre tierra, y que según la leyenda se desplaza en forma de bola de fuego de un monte a otro por toda Euskal Herria. Se la considera la 'dama' de todos los seres mitológicos vascos y se la relaciona con el matriarcalismo. Prueba de ello es que José Miguel Barandiaran la calificaba de 'numen': una deidad dotada de un poder misterioso y fascinador. El prestigioso y humilde sacerdote y etnógrafo ataundarra subrayaba que era el "genio de las montañas". Y lo sabía muy bien. En su pueblo, al igual que en innumerables localidades vascas, desde la era precristiana Mari es un personaje al que se admiraba y temía al mismo tiempo. Se decía que de ella venían los bienes de la tierra y el agua de los manantiales. No se la consideraba una bruja, sino que tenía el título de Dama o Señora del mundo de las profundidades. A veces se la confunde con Amalur, que significa "Madre Tierra" o "Tierra Madre", y que es otra diosa de la mitología vasca.
Mari aparece en la mitología vasca como hechicera o maga de los cuatro reinos, asociándose a rasgos del paisaje montañoso (cuevas, oquedades, cumbres puntiagudas que utiliza como morada o cocina), a determinados árboles sagrados, a ciertos animales simbólicos (toro, macho cabrío) y a oráculos, maleficios y rituales que la vinculan con el mundo humano.
El nombre de Mari
Para unos, como el aita Barandiaran, el origen del nombre Mari se encuentra en el cristiano María, aunque para otros expertos puede tener también alguna relación con Mairi, Maide, Maddi y Maindi, de los que son designados otros personajes míticos vascos. También se sitúa el origen en el término en euskera Amari (Ama + ari), es decir el oficio de ser madre, o bien Emari (Eman + ari): don, regalo. Lo cierto es que esta diosa tiene muchos y muy diferentes nombres según la comarca o localidad vasca.
"Si no lo veo no lo creo", decía el apóstol San Mateo. No faltan historias en los caseríos vascos que aseguran haber sido testigos de la presencia en persona de Mari o de sus viajes entre un monte y otro. A algunos se les ha aparecido como una bella y elegante señora de largo cabello rubio, y hasta sosteniendo en sus manos un palacio de oro. Esto se relata en Azpeitia, Zegama, Errenteria Durango, Elosua, Begoña, Askain y Leskun. En esta última localidad se dice que viste una saya roja. En otros lugares se la describe con un vestido verde. En Amezketa aparece en forma de señora sentada sobre un carro tirado por caballos cruzando el firmamento. En Zaldibia, Oñati, Segura y Orozko se la ha visto en forma de mujer que despide llamas, como una bola de fuego que surca veloz el cielo. En Lizarraga, además, echando chispas. En otras zonas, asimismo, a la vez que arrastra una escoba o unas cadenas. En Zegama y Oñati se la ha visto montada sobre un carnero. Tampoco falta a la transformación en Mari en figuras de animales, como la de toro, carnero, macho cabrío, novillo rojo, caballo, serpiente o buitre, y hasta en un árbol, generalmente un roble.
Moradas subterráneas
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sus nombres
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Muruko Damea, en Ataun; Murumendiko Damie, en Beasain; Puiako Maia, en Oiartzun; Aimuteko Damie, en Zarautz; Aketegiko Damea, Aketegiko Sorgiña, y Dama de Aizkorri en Zegama; Amuteko damie, en Azkoitia; Anbotoko dama, en Zarautz y Zumaia; Marimunduko en Ataun y Berastegi; Gaiztoa, en Oñati Mari Muroko, en Elduain; Mariarroka, en Olazti; Andre-Mari Munoko, en Arano y Oiartzun; Aralarko damea o Txindokiko Marie, en Amezketa; Arrobletzko dama, en Azkaine; Basoko Marie, en Urdiain; Ambotoko damie, en la Comarca del Duranguesado; Anbotoko señora, en algunas poblaciones guipuzcoanas y amplias zonas de Bizkaia; Anbotoko sorgiña, en Durango; Damatxo, en Lizarraga; Illunbeta geineko dama, en Lakuntza; Mariburete, en Basaburua; Mariburrika, en Garai y Berriz; Marie Labako, en Ipazter; Marije Tellatuko, en Errigoiti; Marimur, en Leitza; Mariurraka, en Abadiño; La Mora, en los montes de Vitoria; Putzeriko Damea, en Arbizu; Iona-Gorri, en la zona del Pico de Anie en Auñamendi.
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sus moradas
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Gipuzkoa
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. Cueva de Aketegi, en Aizkorri; caverna de Gaiztozulo, en la Sierra de Aloña; cueva de Marizulo, en el pico de Txindoki (Amezketa); sima de Agamunda o Amunda y en la cueva de Gotezebarri, en Ataun; sima del monte Aitzorrotz, en Eskoriatza; Marijen kobia, dolmen de Marikutz, en Azkoitia; Marizulo, cueva de Urnieta; Murumendi o Burumendi, montaña de Beasain; Peñas de Aiako Harria, de Oiartzun, y Monte Jaizkibel, entre Hondarribia y Pasaia
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Bizkaia
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. Anboto, en la comarca del Duranguesado; cavernas de Zabalaundi y Bolinkoba, en Anboto; cueva de Atxali, en Igorre; sima de Golbarrenda, en Gordexola; cueva de Kanpazar, en Elorrio; cueva de Kanterazar, en Xemein; Mariazulo, en Gordexola; Monte Otoio, entre Ipazter y Lekeitio, y caverna de Supelaur o Supelegor en Orozko
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Navarra
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. En el monte de Beriain, entre los municipios de Uharte Arakil, Arruazu e Irañeta; cueva de Odabe u Odebe, en Altsasu; cueva de Gurutzetako-arria, en Urdiñarbe; caverna de Ilunbeta, en Arakil, y Mariturri, en Esteribar, en el margen izquierdo del Erroibar.
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Alava
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. Mariazulo, en Okondo
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Iparralde
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. Cueva de la montaña de Ori, entre Larrañe (Zuberoa) y Otsagi (Navarra); caverna de Arrobibeltz de Azkaine; cueva del Pico de Anie o Auñamend, y monte de Zeharburu, en Bidarrai (Arpeko Saindua)
A esta diosa 'jefa' de la mitología vasca se le atribuyen muchas moradas sbterráneas. Todas ellas comunican con la superficie terrestre a través de conductos o pasadizos a los que se llega a las cuevas, cavernas, simas en los que habita. Cambia de 'residencia' cada siete años, Anboto, Oiz, Mugarra, según creencias de Amezketa, pasa unas temporadas en Aralar, desde donde se desplaza a Aizkorri y luego a Murumendi.
La leyenda dice que Mari cuenta con habitaciones ricamente adornadas y en las que abundan oro y iedras preciosas. En Zarautz se relata, incluso, que en la cueva de Anboto existen objetos que parecen de oro, pero que si los sacas al exterior sin su autorización se convierten en palos podridos. En Zegama los relatos testifcan que hasta las camas son de oro.
Se ha llegado avincular a Mari con la figura histórica de una mujer sabia en artes curanderiles quien en tiempos de la inquisición se negaba rotundamente a convertirse a la religión católica, por lo que fue atada al carro de caballos para obligarla a ingresar a la iglesia. Se mantiene que entonces se formó una bola de fuego y la mujer se transformó en la famosa dama de las montañas vascas.
Otros relatos orales indican, sin embargo, que en una familia sin descendencia la mujer deseaba como fuese tener un hijo, a pesar de que a los veinte años se le tuviese que llevar el diablo. Al fin quedó embarazada de una hermosa niña. Días antes de que la muchacha cumpliera los veinte años su madre la encerró en una caja de cristal y la vigiló día y noche, esfuerzo inútil, ya que el mismo día de su cumpleaños el diablo, rompiendo la caja, se la llevó consigo a la cima del Amboto, donde habita desde entonces. Se inició así el mito de Mari. Pero otra versión cuenta que una madre y una hija vivían juntas. Un día la madre, enfadada, maldijo a la muchacha diciéndole: «Ojalá te lleve el diablo». Al decir esto apareció el mismo diablo y se la llevó, y la dejó vagando por los montes de la zona para siempre. Una creencia indica que Mari retenia a niñas jóvenes en sus cuevas como sirvientes. En Amezketa se cuenta el caso de Kattalin, que estuvo siete años con la diosa y ésta la dejo en libertad entregándole oro y haciendo de ella una mujer rica, como le prometió.
Las leyendas también advierten de cómo hay que actuar si Mari aparece ante un humano. Se la debe tutear, al despedirse ella hay que caminar marcha atrás y no sentarse ni santiguarse en su presencia. Tampoco se debe entrar en su cueva y menos sin ser invitado, o arroja piedras a su interior, ya que puedes provocar su ira. Además, si te apropias de algo que haya dentro de su morada te enfrentas a un terrible castigo.
Premia el bien y castiga el mal
Mari premia al que hace el bien, pero castiga al que hace el mal. Si alguien necesita ayuda y la llama con fervor tres veces diciendo: "aketegiko dama", entonces se coloca sobre su cabeza, dispuesta a favorecer a esa persona, aseveran en algunas localidades guipuzcoanas. Sin embargo, odia sobre todo la negación el falso y castiga, asimismo, a los ladrones y a los orgullosos. Si se le ofrece un tributo puede ayudar a resolver los problemas. En este sentido, cada año, los baserritarras daban un obsequio a Mari para que cuidara de sus cosechas y ésta les ayudaba a que ni granizos ni lluvias torrenciales o fuertes vendavales arruinaran sus cosechas. Se dice que el regalo más apreciado era un carnero, al ser su animal predilecto, e incluso le ayudaba a hilar ovillos de oro.
Con todo, para evitar que Mari mandara rayos o relámpagos los baserritarras colocaban un hacha en el portal de su casa con el filo mirando hacia arriba. En Sara y Ayerre se colocaban guadañas fijas al extremo de un palo que este plantado en el portal de la casa o cerca de ella. Pero Mari es considerada casi siempre como una diosa benefactora. Por eso, bendice con su protección cualquier morada que tenga un Eguzkilore -al ser relacionada la diosa también con el sol- en la entrada de la vivienda, una práctica todavía muy habitual en los caseríos vascos.
Se dice que si la diosa está en Anboto llueve intensamente, pero si se traslada a Aloña, la sequía es pertinaz. Si se encuentra en Supelaur las cosechas son abundantes. Mientras está en Txindoki hay muchas nubes en la zona y favorece la cosechas durante esos tres años.
No faltan las leyendas contadas frente a la chimenea de la cocina de un caserío que relatan las relaciones de la diosa con hombres de carne y hueso, con los que se la ha emparentado en ocasiones. Así, Maju, también llamado Sugoi o Sugaar, es su esposo, y se le considera un genio subterráneo que se junta con Mari los viernes. En Azkoitia se asegura que en ese momento hay una gran tormenta; mientras que en Zarautz se narra que los viernes Maju le peina el cabello a su esposa. En lugares como Ondarrabio y Atxular se cuenta que la pareja tiene dos hijos, Mikelats, 'el maléfico', y Atarrabi, 'el bueno'. Ambos son compañeros de Axular, el amo de las lamias de la cueva de Sara.
Pero otras leyendas aseguran que Mari se casó un con un mortal del caserío Burugoena de Beasain, con quien tuvo siete hijos. No bautizó a ninguno de ellos. Sin embargo, un día su esposo la quiso llevar a la iglesia a bautizarlos y al llegar a la puerta del templo Mari salió volando envuelta en una bola de fuego. Le dijo a su marido: "nee umeek zeruako, ta ni oaiñ Muruako" "mis hijos para el cielo y yo para Muru". A continuación entró en su morada de Murumendi. En relación, también, con el matrimonio de Mari, en Bizkaia se la relaciona con personajes de la historia de ese territorio, y hasta se asegura que estuvo casada con el primer señor histórico, don Diego López de Haro, con quien tuvo dos hijos, Urraka e Iñigo Guerra. Puso como condición que nunca se santiguara en su presencia. Un día el señor de Bizkaia lo hizo y la diosa se llevó para siempre a la hija. Existen otros muchos otros relatos sobre estos personajes.
Al ser una figura mítica venerada durante siglos por los vascos no es de extrañar que el pensamiento cristiano haya combatido desde el principio contra las historias relacionadas con la diosa Mari. Pero la Iglesia no pudo acabar con ella, por lo que la proscribió y advirtió a los fieles que la veneraban de que se trata del mismísimo diablo. Fue inútil. Se convirtió en el principal personaje de la mitología vasca, y aún hoy está presente en la memoria popular de los vascos, y de algún modo se la teme y adora.
Como conclusión, la siguiente vez que avistes una bolas de fuego en el cielo lanza esta pregunta. ¿Será una de ellas Mari, que viaja de su morada subterránea en el Txindoki a la del Amboto? A lo mejor ya no le das más vueltas.
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