Iturgaiz: regreso al ruedo electoral 22 años después
Carlos Iturgaiz revive el ajetreo diario de una campaña atípica desde que en 1998 se presentase también como candidato a lehendakari por el PP vasco
Precaución es probablemente la palabra que mejor define el día a día de una campaña electoral en la vida de Carlos Iturgaiz. Ya fuera por la persecución y la amenaza a la que ETA le sometió hasta su disolución o por el zarpazo ahora de una pandemia mundial sin precedentes que ha desterrado los besos y abrazos. «Precaución sanitaria y vital», reconoce el candidato a lehendakari de la coalición PP+Cs. Cautela es, insiste, el término que mejor ensambla sus dos intentos de alojarse en Ajuria Enea: en 1998, consiguiendo un éxito electoral al situar al PP como la segunda fuerza más votada y sintiendo el aliento de la banda armada en su nuca; y hoy, a escasos días de que llegue el 12 de julio, con Ciudadanos como compañero de viaje y rodeado de estrictas medidas de seguridad para esquivar al coronavirus.
Dos campañas electorales antagónicas y separadas en el tiempo. 22 años de distancia que han traído de vuelta a Iturgaiz al ajetreo diario de una carrera hacia la Lehendakaritza donde las manecillas del reloj marcan cada vez más rápido el 12-J. Y donde los recuerdos de hace más de dos décadas han vuelto a su cabeza para hacerle revivir esa lucha electoral que le hará medir sus fuerzas con sus adversarios políticos en unas urnas atípicas que le han hecho regresar al tablero político vasco.
La agenda
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07.30 Desayuno. El despertador de Iturgaiz suena a las siete. Después, aprovecha para leer la prensa con un Cola Cao. Nunca café.
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09.30 Reunión virtual. Por las mañana suele aprovechar los encuentros telemáticos con diferentes agentes
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11.00 Medios de comunicación. Atender a los medios es otra de las tareas diarias de Iturgaiz, que el viernes visitó los estudios de TeleBilbao
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12.00 El trayecto. Iturgaiz aprovecha los desplazamientos a los distintos actos electorales para hacer un repaso a sus discursos.
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12.30 El mitin.
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22.30 En casa. Después de todo el día inmerso en la campaña, Iturgaiz descansa en el sofá y desconecta viendo la televisión.
El «chico del Cola Cao», como le llamaban entonces en Génova, arranca su rutina con el sonoro pitido de un despertador a las siete en punto de la mañana, para después degustar ese espumoso cacao en polvo que nunca falta en su desayuno. No soporta el café. Acompañado de su mujer, Lorena, el expresidente de los populares vascos aprovecha los minutos previos a entrar de lleno en la vorágine electoral para leer la prensa y escuchar los informativos matinales. No hay jornada que comience sin ponerse al día y analizar los discursos del resto de candidatos que pugnan también por el mismo cargo.
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Las mañanas de Iturgaiz han pasado de ser tranquilas –abandonó la política en abril de 2019 hasta su regreso por sorpresa en febrero de este año para sustituir a Alfonso Alonso– al trajín diario de compromisos y llamadas telefónicas. Pero no le importa. Está encantado de volver a defender la siglas de su partido para tratar de frenar, dice, al nacionalismo vasco.
Sin respiro
Su agenda varía en función de los actos y obligaciones que vienen de serie con una campaña electoral: mítines, reuniones con su equipo de campaña, encuentros por videoconferencia con agentes de la sociedad vasca que le orientan con propuestas, atender a los medios de comunicación, comidas de trabajo... No hay respiro. El 12-J se acerca e Iturgaiz exprime al máximo las horas del día para llegar a todo y a todos los rincones posibles de Euskadi para lanzar su mensaje.
El candidato a lehendakari acostumbra a mantener una reunión vía 'Zoom' por la mañana con sus compañeros de partido para estudiar conjuntamente qué dirá en el próximo mitin. Unos actos que, lejos de evocar aquellos encuentros multitudinarios en los que sí estaba permitido el contacto físico con militantes y afines, están marcados por el distanciamiento social. «No podemos hacer paseíllos repartiendo propaganda. No podemos dar la mano ni dar besos a los simpatizantes que se te acercan, los abrazos se acabaron. La imagen del político cercano no se puede hacer», lamenta. Sin embargo, lejos quedan también los años en los que «cuando salíamos de casa no sabíamos si íbamos a volver».
Iturgaiz recoge las ideas que plantea su equipo de campaña –hay días que pospone la reunión a la tarde, como el viernes pasado, que mantuvo un encuentro telemático con la Asociación de Jóvenes Empresarios Vascos, Ajebask, y después acudió a los estudios de TeleBilbao– y redacta a su manera lo que quiere transmitir. De memoria e improvisando.
Precisamente, Iturgaiz aprovecha los trayectos en coche que le llevan de un lado a otro de Euskadi para atender las llamadas que tiene pendientes y hacer un repaso antes de situarse detrás del atril. Después, llega el momento de la verdad. Ya sea por la mañana o por la tarde, o incluso en ambas, llega el momento para lanzar sus propuestas y tratar de convencer al electorado de que el proyecto político que él encabeza es la mejor opción. El instante donde puede testar el cariño de los simpatizantes del PP –esta vez junto al partido naranja–, aunque el saludo sea codo con codo. El escenario perfecto para reencontrarse con viejos colegas o dirigentes de peso de Madrid que aterrizan en Euskadi para arropar su candidatura.
Al mediodía, el aspirante de PP+Cs tampoco desconecta. Come con compañeros del PP o, según se tercie, con medios de comunicación. «En la campaña está todo encasillado y eso agiliza mucho los días porque cuando la agenda está marcada, tu cerebro se encuadra», explica Iturgaiz.
El único momento que se desenchufa de la política es al llegar a casa para cenar con Lorena –quien también le hace un repaso de lo que han dicho unos y otros, «es mi directora de orquesta», dice Iturgaiz– y su hijo pequeño Mikel. Koldo, el mayor, vive en Madrid. Después, si no tiene que atender a ninguna radio, apura hasta la medianoche viendo la televisión. Lo que más le ayuda para despejar su mente. 'Fauda', la serie de Netflix que trata el conflicto israelí-palestino, es ahora la opción televisiva en la que está inmerso. Seis o siete horas de sueño después, vuelve a sonar el despertador.
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