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Juanan Larrañaga y Diego presionan a Maradona en Atotxa en la temporada 1982/83. USOZ

Tres partidos, un gol y un recuerdo que se agiganta

Maradona jugó en Atotxa con el Barcelona y el Sevilla y dejó detalles que la memoria colectiva ha elevado a categoría de hazañas

Jueves, 26 de noviembre 2020, 06:22

El día que Maradona vino a despedirse de Atotxa llovía. Era el 12 de diciembre de 1992, la Real se estaba yendo del viejo ... campo rumbo a Anoeta y él, de vuelta a Argentina tras ganarlo y perderlo todo al mismo tiempo.

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Ya no era el futbolista que regateó seis años antes a toda Inglaterra, «pero si está en la cancha y es titular, es Maradona», resume Andoni Imaz, que aquel día fue capitán de la Real por primera vez y estrechó la mano del 'Pelusa' en el sorteo de campos. Con su 10 a la espalda, el argentino hipnotizó a todo Atotxa con su calentamiento, solo, al margen de su equipo. Es uno de esos episodios que se agiganta con el paso del tiempo y mejora cada vez que se cuenta. Quizá no hiciera nada extraordinario, todos los que estuvieron ese día en el campo lo tienen como uno de los grandes momentos de su vida de aficionados al fútbol. Tac, tac, tac. Magia.

Pero Atotxa conoció al Maradona más salvaje y Maradona, al Atotxa más duro. Fue el 2 de abril de 1983. Aún le duraban los moratones por las patadas de Claudio Gentile en el Mundial del verano anterior -un marcaje criminal que con las reglas de hoy habría enviado al hijo de calabreses nacido en Libia directamente a prisión- y visitaba el campo del equipo orgulloso que había ganado las dos Ligas anteriores.

«El mejor»

En la primera vuelta, el Barcelona se impuso 1-0 con gol de Maradona; esa tarde ganó la Real 1-0 con gol de Uralde. Le marcó Juanan Larrañaga. «Es el mejor jugador que he tenido delante, sin lugar a dudas. Era hábil y muy fuerte, completísimo en todo: en juego, en trampas, en todo. Lo he sufrido más que lo he gozado. No se puede explicar lo que era, hay que verlo. Hasta que no lo sufrías no te dabas cuenta de toda su dimensión. Cuando vino por primera vez, estaba siendo mejor jugador e iba subiendo a la élite, como luego confirmó en el Nápoles y con Argentina. Nunca tuve ningún problema con él, siempre fue respetuoso. La pena es que fuera del campo no estuviera a la altura que tenía dentro».

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En aquel equipo también oficiaba Jesús Mari Satrustegi, máximo goleador de la historia de la Real. «Para mí, es lo más grande que ha habido en la historia del fútbol. Habrá para todos los gustos, Messi, Di Stéfano, Cruyff..., pero este era grande, grande, grande. Hacía unas cosas con el balón que no le veías hacer a nadie. Tenía clase, técnica, gol, era competitivo... Todo. Yo me enfrenté a Cruyff como capitanes, él del Barcelona y yo de la Real, y a otros fuera de serie como Beckenbauer, pero para mí Maradona era el más grande».

Antes y después de México

Es difícil explicar hoy lo que era Maradona hace 35 años. Hoy, cualquier niño ve más partidos de Messi en un año que todos los que un buen aficionado pudo ver de Maradona en toda su carrera. Jugó 188 partidos en el Nápoles, el más acérrimo tifoso que no faltara nunca a San Paolo le vio jugar unas 90 veces en siete años. El resto del mundo, nada, solo en los Mundiales. Y de ahí que su aparición en México fuera como ver a dios. Era una leyenda y la leyenda se hizo realidad ante los ojos de todo el mundo. Algo inimaginable hoy, cuando se ven todos los partidos. «El triunfo debe ser breve, si no es insoportable», escribió Erri de Luca en un artículo en el número especial de homenaje por el 60 cumpleaños de Maradona el mes pasado en 'France Football'.

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Es difícil explicar hoy lo que era Euskadi hace 35 años. Y Maradona representaba como nadie el malditismo, la capacidad para hacer todo lo que los demás tenían prohibido incluso imaginar. Él lo hacía. Para muchos chavales de la Real que descubrieron que existía otro mundo y que lo gobernaba un tipo pequeño, regordete y con el diez a la espalda, la verdadera fe en Maradona necesitaba una confirmación en vivo. Y la tuvieron el día que visitó Atotxa con el Sevilla. No era ni la sombra del que fue, pero era él.

Maradona ya era el dios de los napolitanos y los argentinos cuando volvió a Atotxa en 1992. Ese día se hizo entrega de la insignia de oro y brillantes del club al presidente Iñaki Alkiza. Su hijo, Bittor, estaba en el campo. «Maradona me parecía y me sigue pareciendo el mejor de mundo con mucha diferencia. No es comparable con Messi, no se pueden comparar los tiempos por lo que ha cambiado el fútbol. Veo imágenes suyas antiguas y alucino. Por lo que hacía y por las patadas que le daban. De aquel día en concreto me acuerdo de más cosas del aita que de lo que hizo él, pero Maradona es lo más espectacular que yo he visto».

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No lo olvidarán nunca

Ninguno de los aficionados que estaban aquel día en el viejo campo recordará una sola jugada. Pero no olvidarán nunca que vieron a Maradona. No lo olvida Kote Pikabea, titular aquella tarde, elegante siempre. «Estaba un poco de vuelta, era su última temporada aquí y mi primer año en la Real. No todo el mundo puede decir que ha jugado con Maradona. Era un mito. Recuerdo el Mundial 82, pero en el del 86 yo tenía 15 años y es cuando lo disfruté de verdad, como aquella jugada desde el medio campo a los ingleses. Messi ha hecho alguna parecida, pero aquello fue otra cosa. Un mito. Lo más».

Imaz y el 'Pelusa' fueron los capitanes. «Di la mano a Maradona, que lo era todo, un genio. Después de retirarse siguió siendo artista, los genios son así, lo tomas o lo dejas. Nadie me ha hecho disfrutar tanto como él, no había tele como ahora para admirar a Messi día tras día».

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Maradona le marcó tres goles a la Real, todos con el Barcelona y solo uno en Atotxa, en el partido de vuelta de las semifinales de Copa de 1983 (1-2). También había marcado uno en la ida(2-0). El primero fue en su primer duelo contra los blanquiazules, en diciembre de 1982 en el Camp Nou en partido de Liga (1-0).

Tras salir de Atotxa aquella tarde lluviosa de 1992, Maradona emprendió un nuevo viaje. A final de temporada volvió a Argentina, fichó por Newell's Old Boys y el positivo en el Mundial de Estados Unidos de 1994 acabó por moldear su personaje. Mitad víctima, mitad redentor, ya nunca abandonaría su misión mesiánica, de dios laico.

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Atotxa cerró para siempre ese mismo verano de 1993, el viejo fútbol de toda la vida, del que Maradona fue sumo sacerdote y el campo del Duque de Mandas, su más venerable reliquia, se había terminado. La Real persiguió el espíritu de Atotxa 26 años hasta que se remodeló Anoeta. El espíritu de Maradona ya vuela en el aire, por fin, libre del hombre.

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