Entrenamiento. Oskar Sánchez y Rocío Muñoz antes de un entrenamiento esta semana en el Polideportivo de Bidebieta. GORKA ESTRADA

Una historia de amor sin barreras que salta a la cancha

Superación. Rocío Muñoz, hasta ahora aficionada del Bera Bera en el que juega su marido, sale a la pista para compartir su pasión. «No me veía capaz y ahora estoy feliz», dice

Sábado, 6 de diciembre 2025, 01:00

La grada del polideportivo de Bidebieta ha sido el escenario en el que Rocío Muñoz ha reído y llorado como aficionada, celebrando los éxitos y ... apoyando en las derrotas durante catorce años al Salto Bera Bera. Ha sido una de las seguidoras más fieles. Este año, sin ha dado un paso más: se ha subido a la silla, se ha puesto la camiseta y ha debutado como jugadora.

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«Está aprendiendo a defender y bloquear muy bien. Como jugadora tiene mucha más templanza y cabeza que yo». Quien lo dice es Oskar Sánchez, al que una lesión le llevó a una silla de ruedas, compañero de equipo en la pista y su marido fuera de ella. «Yo aquí quiero ser una más, no soy la mujer de nadie», dice entre risas. Rocío se vale por sí misma pese a la artritis reumatoide que padece y eso es lo que hace especial este matrimonio de baloncesto en silla en el que unos y otros compiten sin distinción en un mismo equipo.

Formar parte de algo importante para él es especial para ella. «Cuando nos conocimos, el equipo ya formaba parte de su vida. Oskar me ha ayudado mucho al empezar a jugar. Dice que está muy orgulloso de mí», confiesa Rocío.

El club donostiarra esta temporada cuenta con un segundo equipo, el Salto Bera Bera Euskotren, y ésta es una de las razones por las que ella se animó a dar el paso. «Hace muchos años probé, pero en el primer equipo tienen mucho nivel, no me veía capaz de jugar con ellos. En el segundo equipo es distinto porque casi todos empezamos de cero, me enseñan y me animan entre todos».

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Tras el paso de la grada a la pista confiesa que siente más nervios cuando se pone la camiseta. «Al principio dudaba, no sabía bien dónde me había metido, tenía la impresión de que no iba a aguantar mucho, pero ahora estoy muy contenta. Al principio no tocaba ni red cuando tiraba a canasta, ahora ya sí. En cualquier caso, mi rol no es el de tiradora; con defender y bloquear y que los demás metan canasta, me conformo».

Poco a poco va ganando confianza. «En el primer partido fui franca con el entrenador y le dije que se lo iba a poner fácil: 'Si quieres no me saques', le propuse. No quería jugar. Salí solo tres minutos y curiosamente me quedé con ganas de jugar más. En el último partido ya jugué bastante más. Estoy encantada», confiesa esta irundarra.

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A cuestas con la enfermedad

Su marido Oskar le escucha con admiración. «Ver su cara de felicidad está siendo muy importante», confiesa él. «Al principio me salía ayudarle con indicaciones o consejos, pero pronto vi que no era mi papel. Ella me cortó enseguida. Por supuesto, para eso está el entrenador. Rocío es mucho más exigente que yo. Desde que ha empezado a jugar le noto más feliz. El otro día me dijo que tenía que venir sí o sí a entrenar para que el resto no le comiera la tostada. Para mí eso es importante que tenga esa ilusión porque la artritis no es fácil de llevar y entender. Es como levantarse todos los días con 30 kilos de peso más. Hay días que no se puede ni mover y yo le noto que ha pegado cambio, le noto mejor, desde que juega a baloncesto», celebra.

Y es que como se ha subrayado esta semana desde el club Bera Bera, con motivo del Día Internacional de las Personas con Discapacidad, «el deporte no entiende de límites, solo de pasión y compromiso». Oskar y Rocío son ejemplo de que las capacidades se entrenan, se viven y se comparten.

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Hasta apostar por el baloncesto adaptado, Rocío siempre había practicado deporte de forma individual. «Pilates, natación, fitboxing –en el que se golpea el saco de boxeo al ritmo de la música–. Pero por mi enfermedad no me venía muy bien». Hoy la pareja coincide en los entrenamientos en Bidebieta una vez a la semana. Oskar se entrena los miércoles con el primer equipo del que es capitán y los viernes se ejercitan los dos equipos juntos, el Salto Bera Bera (Primera División) y el Salto Bera Bera Euskotren (Liga Norte).

Las mujeres, cada vez más

Las ligas son mixtas, pero hace varias temporadas que no había ninguna mujer compitiendo en el Bera Bera. «Hemos tenido compañeras que lo han ido dejando por diferentes motivos: laborales, maternidad... Es un deporte agresivo, de contacto, a la gente le sorprende mucho porque chocamos con la sillas y eso a veces echa para atrás», explica Oskar.

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Hace veinte años que él empezó a jugar. «Descubrí el basket en silla en el Hospital de Toledo. Quería jugar, pero no había equipo aquí. Ahora tengo 51 años, está llegando gente nueva e incluso en un par de partidos no he sido convocado. Tengo la sensación de que está cerca el momento en el que tendré que tomarme de otra manera este deporte». Por de pronto esta temporada es distinta a cualquier otra. Para él y para ella.

«Comprar una silla no es barato; la mía me ha costado 12.000 euros»

El baloncesto en silla de ruedas es uno de los deportes más populares del programa paralímpico. Comenzó a implantarse para rehabilitar a los soldados estadounidenses heridos durante la II Guerra Mundial, pero su popularidad se extendió rápidamente por todo el mundo. En la actualidad, se practica en más de 80 países.

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El Bera Bera tiene un equipo desde hace 20 años que compite en Primera División Nacional (la segunda categoría en España), y este año el club ha conseguido sacar un segundo equipo para competir en la Liga Norte.

Las reglas del baloncesto en silla de ruedas son prácticamente las mismas que las de la modalidad de a pie. La cancha tiene las mismas medidas, las canastas están a igual altura y el sistema de puntuación es idéntico: dos tantos para las canastas logradas durante el juego, uno por cada tiro libre anotado y tres para los balones encestados desde más de 6,75 metros de distancia. La única diferencia consiste en que los jugadores deben botar o pasar la pelota después de empujar la silla dos veces.

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A cada deportista se le asigna una puntuación entre el 1.0 y el 4.5, según su menor o mayor capacidad funcional. Durante el juego, la suma de los puntos de los cinco jugadores en pista no puede exceder de 14.

Está modalidad de baloncesto sigue siendo desconocida para muchos, según confiesa Oskar. «Hay gente que viene a ver partidos y cuando alguno se pone de pie alucina. Siempre insisto en que no hace falta estar en silla de ruedas para practicarlo. Con que tengas una discapacidad o un handicap que impida practicar la modalidad no adaptada se puede jugar».

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Un jugador con 'minimal handicap' tiene una mayor capacidad de movimiento que un jugador con una discapacidad más severa, lo que puede dar a su equipo una ventaja competitiva. Este sistema de clasificación se utiliza para asegurar una competencia justa, permitiendo que jugadores con diferentes niveles de discapacidad compitan en igualdad de condiciones. Estos jugadores suelen tener la menor puntuación en el sistema de puntos del deporte, lo que permite que equipos con jugadores de mayor discapacidad puedan competir.

Además de ser el capitán, Oskar es el mecánico y el encargado del material. «Me encargo de todo: cuando viajamos me ocupo de dejar preparada la rueda de repuesto, las herramientas y demás. Es cierto que cada jugador normalmente sabe arreglar su silla, pero a los que están empezando les cuesta y yo les echo una mano».

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Las puertas del equipo siempre están abiertas. «Somos una gran familia. A los que han estado o se lo están pensando, les abrimos las puertas. Lo único que le he dicho a Iker (el entrenador) es que yo ya no sé si nos quedan sillas», bromea.

Sillas personalizadas

Las sillas están personalizadas por cada jugador. Cuenta con dos ruedas grandes traseras y una o dos pequeñas delante para darle estabilidad y que sirven también de antivuelco. Se diferencia de las sillas clínicas en su diseño para conseguir velocidad, movilidad y también para garantizar la seguridad del jugador, con medidas específicas para la protección, reposapiés, y la restricción de no superar cierta altura con el cojín.

«Normalmente nuestras sillas son heredadas. Pero cuando decides comprar una silla, no es barata. La mía, por ejemplo, me ha costado casi 12.000 euros. Lo positivo es que la pedí a capricho, con una altura determinada, con anchura, con un antivuelco, o con dos... Lo que mejor convenga a cada uno según su agilidad, su lesión o su nivel. Algunos van con las rodillas más altas y el culo metido, para tener más equilibrio y más respaldo. Depende de lo que quiera cada uno», explica. No hay más que acercarse al polideportivo de Bidebieta.

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