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Jeff Tweedy, durante el concierto que Wilco ofreció en junio del pasado año en el Azkena Rock Festival de Vitoria. J.G.A.

Dolor y gloria de Jeff Tweedy

Sexto Piso publica en castellano las memorias del líder de Wilco, que el 30 de junio volverá al Kursaal

Lunes, 9 de marzo 2020, 07:27

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No es ficción, así que supongo que mi única obligación es decir la verdad». Así presenta Jeff Tweedy, líder del grupo estadounidense Wilco, 'Vámonos (para poder volver)', la traducción de las memorias que publicó en 2018. Sexto Piso acaba de editar el libro en castellano con el subtítulo 'Acordes y discordias con Wilco, etc.' y en sus cerca de 300 páginas, el músico cuenta toda la verdad y nada más que la verdad: desde sus desavenencias con viejos compañeros de banda hasta su severa adicción a los opiáceos, sin olvidar mostrar también una vena inspiradora.

A sus 52 años, el 'jefe' de una de las formaciones más importantes del rock independiente de los últimos 25 años se dirige en segunda persona al lector, a quien habla con un lenguaje sencillo, directo y no exento de humor. Comienza recordando Belleville, el «pueblucho deprimente» de Illinois que le vio nacer en 1967. Habla de la casa de color malva en la que creció junto a sus padres y hermanos, y de sus primeros acercamientos a la música: 'Turn! Turn! Turn!', de The Byrds, fue una de las primeras muestras de «amor auténtico» a una canción y 'Parallel Lines' (1978), de Blondie, su primer LP.

A 'London Calling' (1979), el celebérrimo doble álbum de The Clash, se refiere como «la droga de la iniciación» que precedió a descubrimientos como Ramones y Sex Pistols. Fue memorable (e hilarante) el disgusto de su padre cuando puso en casa 'Flowers of Romance' (1981), un disco de PiL que había pedido por Navidad sólo porque las revistas lo calificaban de «controvertido» y «herético».

Entre sus primeros bolos como espectador destaca uno de Stray Cats y otro de Ramones que tuvieron que seguir desde fuera del garito: aunque tenían entradas y Dee Dee les había prometido colarles, no pudieron entrar por ser menores de edad. Pero si hubo un concierto de «autodescubrimiento» fue el de The Replacements en Saint Louis, donde se dijo: «Yo también puedo tener mi banda». Un accidente de bici al más puro estilo Dylan le mantuvo un tiempo retirado de las calles y el joven Jeff aprovechó para concentrarse en la guitarra.

De Uncle Tupelo a Wilco

Su encuentro con Jay Farrar en el instituto fue crucial. En clase, eran los dos únicos bichos raros que sabían quiénes eran los Pistols; el flechazo fue tal que acabaron tocando juntos, primero en The Primitives y, después, en Uncle Tupelo. Se hicieron un hueco en el country-rock alternativo y en siete años grabaron cuatro discos, uno de ellos producido por Peter Buck, de REM –«la persona que creyó en mí antes que yo» , dice Tweedy–. Pero la historia terminó abruptamente con el portazo de Farrar, con quien el grupo siempre mantuvo una relación tensa. El dimisionario relacionó su marcha con lo sucedido una noche de juerga en la que Tweedy acarició el pelo a la novia de Jay y ambos se declararon su amor «como hacen los borrachos sin segundas intenciones siniestras». Todavía hoy, Jeff no cree que ese fuera el verdadero motivo.

Lejos de tirar la toalla, en 1994 fundó una nueva banda con los mismos integrantes de Uncle Tupelo y Farrar sustituido por un tocayo, Jay Bennet, cuya guitarra introdujo «nuevas texturas sonoras». En los primeros discos de Wilco, 'A.M.' (1995) y 'Being There' (1996), se aprecia el esfuerzo por «sabotear las estructuras de las canciones clásicas», aunque el cambio de verdad llega después de 'Mermaid Avenue' (1998), grabado al alimón con Billy Bragg para musicar textos de Woody Guthrie.

En 'Summerteeth' (1999), canciones como 'Via Chicago' evidencian el alejamiento de la etiqueta de alt-country en favor de «collages» sonoros que «socavan» melodías que son, «en su esencia, sencillas canciones de folk de dos o tres acordes». En apenas una década, viven su época de mayor gloria con trabajos como 'Yankee Hotel Foxtrot' (2002), 'A Ghost Is Born' (2004) y 'Sky Blue Sky' (2007), aunque algunos de estos discos coinciden con los momentos más dolorosos de la vida de Tweedy.

Despidos, opiáceos y cáncer

El autor de 'Vámonos (para poder volver)' huye de la autocomplacencia y no tiene reparos en lamentar el modo en que despidió al batería Ken Coomer, a quien reemplazó sin previo aviso ni dar la cara. En cambio, sí justifica haber mandado a la calle al talentoso pero «mezquino» Jay Bennet, a quien acusa de intentar sembrar la cizaña en la banda y convertir en un dispensario de drogas The Loft, el local de grabación de Wilco. «Lo despedí para seguir vivo», justifica Tweedy sobre el músico.

Pero él, que dejó de beber a los 23 años para dar esquinazo al destino de una familia repleta de alcohólicos, también cayó en las garras de la adicción. «Estaba deprimido y sólo me sentía normal y humano cuando tenía muchas drogas a mano», confiesa el músico, que combatió a golpe de Vicodin (analgésicos opiáceos) las migrañas que sufría desde niño y los fuertes ataques de pánico. Además de infinidad de pastillas, también llegó a tomar morfina robada a su suegra, enferma terminal de cáncer. Trató de disimular su dependencia y sólo se dejaba ver en los momentos de mayor «funcionalidad», pero hubo momentos en los que pensó que iba a morir.

Se salvó gracias al tratamiento recibido en varios lugares donde estuvo internado, entre ellos un hospital psiquiátrico que también trataba problemas de adicción. Después, aún tuvo que hacer frente a un lacerante imprevisto que se saldó con final feliz: el terrible cáncer que volvió a sufrir Susie Miller, la antigua propietaria del club de rock Chicago Lunge Ax que es el alma gemela de Tweedy desde 1991. «Lo que siento por Susie, la forma en que me ha querido y me ha cambiado, no puede estar en las canciones, es demasiado grande para las canciones», escribe quien, no obstante, publicó bajo el nombre de Tweedy 'Sukierae' (2014), un disco inspirado en esas vivencias y firmado junto a su hijo Spencer, batería.

Un relato inspirador

El libro no sólo es un intento de «comprender y compartir» el lado más «vulnerable» de su autor ni funciona únicamente como contenedor de anécdotas y chascarrillos varios –impagable ese momento en que unas viejas compañeras de instituto se encuentran con él años después sin tener ni pajolera idea de que ha triunfado con Wilco y tiene un Grammy–. Ante todo, sus reflexiones repartidas por los distintos capítulos funcionan como acicate para cualquiera que haya sentido veleidades creativas.

En un relato inspirador, Tweedy lamenta que para muchos «el placer de crear por crear» no sea suficiente. «Tiene que ser bueno o significar algo. Nos asustamos ante la posibilidad de que alguien rechace nuestra creación», opina, molesto, el artista que el 30 de junio volverá junto a su grupo al Kursaal con el disco 'Ode To Joy' (2019): «Creo que simplemente hacer cosas ya es importante. No tiene que ser arte. Que saques algo de tu imaginación que no estuviera ahí antes de que tu mente lo dibujara y lo dejes en tu cuaderno o en tu grabadora de cintas, te sitúa de lleno en el lado de la creación. Estás más cerca de 'dios' o al menos, del concepto de creador».

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