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Tobacco Days acaba de iniciaruna nueva etapa en Gros. MICHELENA

«La gente se está volcando»

El apoyo de los clientes está siendo decisivo para que las pequeñas librerías empiecen a recuperarse del varapalo que supuso el confinamiento. No todos creen que vaya a ser suficiente para garantizar su futuro

Lunes, 10 de agosto 2020, 14:25

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Hay muchos lugares en los que se venden libros. Las librerías no son tantas, y son menos aun las librerías independientes que, más que un negocio, son un proyecto vital de libreras y libreros que defienden su oficio y su función cultural frente a gigantes analógicos y digitales aparentemente invencibles.

Gigantes que gracias las restricciones provocadas por la pandemia se están haciendo todavía más grandes, ya que los réditos del rebrote lector que se produjo durante el confinamiento, que las librerías pasaron cerradas porque el libro no se consideró un producto de primera necesidad, se los apuntó en su haber el comercio online; especialmente Amazon, que según la Federación de Gremios de Editores se quedó con el 50% del inesperado pastel.

Cuando están a punto de cumplirse tres meses de la reapertura de los establecimientos, a pesar de los augurios catastróficos y de algunas dolorosas excepciones, librerías y libreros empiezan a salir a flote. Lo están haciendo en gran medida gracias al apoyo de esos clientes que en la mayoría de los casos acaban siendo amigos. En esa comunidad se está sustentando el regreso a una normalidad que ya antes de la pandemia era frágil y, en general, precaria.

«La gente se esta volcando». La frase es de Ibai Arrillaga y refleja la experiencia que están viviendo en Garoa, de Zarautz. Podría ser de Andoni Azurmendi, de Donosti; de Elena Recalde, de Lagun, o de Ines García Azpiazu, de Tobacco Days, las tres en San Sebastián. O de Ylenia Benito, de la irunesa Brontë, aunque en su caso la gente no ha podido contrarrestar el efecto negativo de otros factores más prosaicos.

«Nos estamos manejando bien dentro del caos, aunque nunca nos habíamos visto en estas circunstancias, facturando cero euros en dos meses mientras había que seguir haciendo frente a los pagos», afirma Andoni Azurmendi, que junto con su mujer y su hermano Santiago da continuidad a la aventura librera que iniciaron sus padres hace casi 50 años en la Plaza de Bilbao de San Sebastián.

Admite que cuenta con dos bazas que le permiten afrontar mejor la situación: «El local en propiedad y una buena ubicación lo cambia todo. Admiro a la gente joven que da el paso, porque los alquileres actuales son imposibles». No parece casual que muchas de las librerías que resisten, veteranas en su mayor parte, se encuentren en circunstancias similares a las que menciona Azurmendi.

Pero, incluso con esa ventaja, la clave está siendo la respuesta de la gente, que no solo alimenta la caja sino que con su apoyo –que no es tan evidente en otras instancias– confirma la necesidad de mantener vivo ese modo comprometido y casi artesanal de vender libros, vivir la cultura y fomentar la lectura. «Desde el primer momento nuestros clientes, que ya son nuestros amigos, han sido muy activos, muy militantes... También ellos quieren sacar esto adelante, mantener viva la ciudad, y eso nos hace ser optimistas», asegura el librero.

Muy cerca de Donosti se encuentra Lagun, casi 20 años en esa ubicación de la calle Urdaneta, que se suman a los más 30 en la Plaza de la Constitución. «La apertura ha sido muy positiva, la clientela está muy concienciada con la necesidad de salvar las librerías y el pequeño comercio en general frente a los grandes establecimientos y la venta online. Aquí encuentran algo que no les dan en ningún otro sitio: charla, asesoramiento, consejo...», afirma Elena Recalde Castells. Y recuerda, de paso, que ese 'valor añadido' que aporta la librería, cultura al fin y al cabo, no tiene más contraprestación que la satisfacción profesional y la fidelidad de los clientes, «que nos dan fuerza para seguir, aunque no sé si seremos capaces de salir adelante. Ni se si esta oleada de apoyo se va a mantener, ni si vamos a a ser capaces de competir con los grandes y con los nuevos canales de venta». «El futuro es complicado», concluye Recalde, dispuesta sin embargo a seguir haciendo frente a las dificultades, marca de la casa.

Más que libros

Si Lagun está empezando ahora a utilizar las redes sociales para ampliar su comunidad, a Garoa le han servido para descubrir que la suya era mayor de lo que pensaban. «Durante los dos meses de cierre, por hacer algo, ideamos una especie de encuesta para establecer el perfil de cada lector y, al abrir, proponerle un libro. Esperábamos que participaran unos pocos cientos de personas, pero casi fueron mil», afirma Ibai Arrillaga. La buena racha se mantiene: «De momento va mejor de lo que esperábamos, el nivel de concienciación es fuerte. La gente quiere ayudar, se está volcando». Medidas como los bonos que ha emitido la Diputación también ayudan, «aunque están funcionando menos que en Navidad, porque creo que mucha gente ni se ha enterado».

La base, en cualquier caso, es esa comunidad sólida que se ha ido creando a lo largo de los años en torno a una librería con vocación y agenda de agente cultural. Aunque de momento esa agenda no se ha reactivado, en este agosto atípico no le faltan las visitas a esta céntrica librería zarauztarra situada en Trinitate kalea, «fundada el año 1973 y refundada en 2011». Amigos y clientes pasan «a mirar, a charlar...». Por fortuna, también a comprar, con el mejor de los talantes: «Si no tenemos el libro que buscan, no les importa esperar». Y eso, en estos días de clic y entrega casi inmediata, es todo un gesto de apoyo.

«Los clientes nos dan fuerza para seguir, pero no sé si seremos capaces de salir adelante»

Elena Recalde, Lagun

«Para nuestro modelo de librería es vital poder recuperar las actividades culturales»

Ines García Azpiazu, Tobacco Days

«El enemigo de la pequeña librería no es la falta de lectores, está en la propia industria del libro»

Ylenia Benito, Brönte

Como los que está recibiendo Ines García Azpiazu que, en plena pandemia y después de tres años en Tabakalera, acaba de llegar con su librería Tobacco Days a la calle Secundino Esnaola de Gros. «Hay personas que no conozco de nada que entran a darme las gracias por dar vida al barrio», comenta. Clientes y amigos la han acompañado en el viaje de Egia a Gros –«es esa sensación de apoyo, de que se preocupan por tí, la que hace que quieras seguir con el proyecto», destaca–, pero también se está encontrando con un perfil de cliente distinto al de Tabakalera. Ahora, además de los clientes «con unos criterios culturales que coinciden con los míos», tiene clientes nuevos que le piden «un libro para la playa».

Un reto profesional para la librera que tiene en sus manos mostrar que «un libro para la playa» no tiene por qué ser un 'best seller' impulsado por una campaña de lanzamiento multimillonaria. Así, además de enriquecer la experiencia del cliente o clienta, puede dar visibilidad a apuestas de editoriales independientes que, sin librerías que compartan su visión, tienen un futuro complicado. El suyo, de momento, lo ve «esperanzada», aunque «siempre vivimos colgados de un hilo». Tiene claro que no resistiría un segundo confinamiento, y espera poder empezar pronto a organizar presentaciones, charlas, encuentros..., «porque para nuestro modelo de librería es vital recuperar esas actividades».

Ese modelo se asemeja mucho al de Ylenia Benito. Lo materializó hace tres años en Brönte, en la calle Mayor de Irun, que será más oscura y más triste cuando, el día 29, una librería que todavía tiene muchos libros magníficos por vender cierre definitivamente. Desde que hace unos días dio a conocer que la aventura terminaba porque el efecto de los dos meses de cierre –teniendo que pagarlo todo y no ganando nada–, ha sido demoledor para un proyecto tan joven, dedica mucho tiempo «a consolar a los clientes». «Han venido en masa a preguntar si no hay nada que puedan hacer –reconoce con un punto de emoción–. En cierto modo se sienten responsables, y yo lo único que puedo hacer es darles las gracias, decirles que me lo han dado todo pero que su apoyo no ha sido suficiente; que no se sientan culpables, porque el enemigo de la pequeña librería no es la falta de lectores, sino que está en la propia industria del libro». Y en factores y actores más cercanos para quienes, tal vez, una librería es solamente una tienda.

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