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Diderot por Fragonard. El filósofo retratado por un célebre artista.

Diderot, el optimista razonable

Biografía. Una nueva y exhaustiva obra sobre el escritor ilustrado recoge los dilemas y precauciones del francés del siglo XVIII respecto al progreso y la felicidad

Sábado, 16 de mayo 2020, 08:28

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¿Cómo ser optimista sin caer en la simpleza? Esta fue la pregunta que atormentó a muchos escritores de la Ilustración. Fueron ellos quienes inventaron la idea de progreso, que implica una fe en el futuro refractaria a las almas que tienden a verlo todo negro. Pero su inteligencia les decía que el «todo va bien» resultaba demasiado inocente, y se burlaron de quienes defendían un optimismo compacto, sin fisuras.

En su 'Cándido', título que lo dice todo, Voltaire se lo pasa en grande satirizando sobre su protagonista, convencido de que vive «en el mejor de los mundos posibles», según le enseña su preceptor Pangloss, un trasunto disparatado del filósofo y matemático Gottfried Wilhelm Leibniz.

Cándido vive en un imponente castillo de Westfalia, hasta que le echan por haber besado a la hija del barón. El personaje intenta llevar su mensaje a unos búlgaros que, tras acogerle y comprarle ropa, le encarcelan y azotan. Embarca hacia Lisboa desde Holanda. La nave naufraga aunque él se salva. En la capital portuguesa le coge un terremoto –basado en el de 1755– en el que mueren dos tercios de la ciudad. Le meten en la cárcel, donde comparte celda con un «vizcaíno» –es decir, un vasco– que se había casado con su «comadre», con su madrina, y al que acaban quemando. A Pangloss y a la amada de Cándido no les va mejor que a él, y finalmente se pregunta: «Si este es el mejor de los mundos posibles, ¿cómo serán los otros?».

Educación liberadora

¿Hasta qué punto fueron optimistas los máximos representantes del optimismo ilustrado? El historiador estadounidense Andrew S. Curran acaba de publicar 'Diderot y el arte de pensar libremente' (Ariel), una de las mejores biografías –si no la mejor– de las publicadas hasta ahora sobre el multifacético escritor –filósofo, novelista, primer crítico de arte de la historia– que estuvo detrás de la 'Enciclopedia'. «Sólo hay una virtud, la justicia; sólo un deber, ser feliz; y un corolario, no exagerar la importancia de la propia vida ni temer a la muerte», escribió Diderot, en sus 'Elementos de fisiología', según cita Curran.

El francés pensaba que el progreso se conseguiría mediante una doble labor educativa. Había que educar al pueblo para liberarlo de la superstición, y también a los gobernantes, para que se emanciparan de los chanchullos internos de la política y basaran sus decisiones en las aportaciones de los técnicos, de los científicos, de los sabios. Si ambas cosas se ponían en práctica, el progreso sería una realidad. No obstante, siempre fue consciente de que no iba a ser fácil. Por eso a Diderot le han considerado un pesimista, o quizá demasiado realista para el espíritu del siglo de Las Luces.

Llegó a París de Sangres, una localidad al nordeste francés que a mediados del siglo XVIII tenía unos 8.000 habitantes. Vivió en el mundo parisino de golfos y desclasados, de artistas sin renombre y sin encargos, de plumas que apenas podían vivir de los libelos y de las novelas pornográficas que escribían, de curas aprovechados y de actores y actrices capaces de hacer lo que sea por unas frases el teatro, todo ello dentro de la degradación moral en la Corte. De este caldo de cultivo surgió la Revolución Francesa de 1789. Diderot había muerto cinco años antes y apenas se le recordaba. Fueron los ilustrados y románticos alemanes, Goethe y Hegel los que después le reivindicaron.

El optimismo ilustrado dio múltiples formas a una idea esencial del XVIII, la posibilidad de que todo el mundo pudiera ser feliz, lo que antes ni se planteaba porque el objetivo consistía en sobrevivir, a menos que uno fuera aristócrata. Pero aquí también los miembros de la Ilustración fueron cautos. «En cuanto a la palabra 'feliz', me parece que sólo está hecha para las novelas», le escribió Voltaire a Madame Du Deffand, la que más mandaba en los salones parisinos. La felicidad era una idea nueva, vista desde la perspectiva democrática; un ideal optimista quizá por encima de las posibilidades del ser humano, pero al que los ilustrados no querían renunciar. Por esta contradicción mantuvieron frente a ella una posición vacilante.

El 'Arcángel del Terror'

«Se trata menos de hacer a un pueblo feliz que de impedirle ser desgraciado. No se puede oprimir; eso es todo. Cada cual sabrá cómo hallar su felicidad», escribió en su cuaderno Louis de Saint-Just, revolucionario al que llamaron el 'Arcángel del Terror' por haber mandado a la guillotina a muchos de sus más queridos compañeros.

Pese a su fama de moderado pesimista, Diderot supo dar con una razonable formulación del problema en la entrada 'Sociedad' de la 'Enciclopedia'. «Toda la economía de la sociedad humana se apoya en este principio general y simple: 'Quiero ser feliz, pero vivo con hombres que, como yo, desean ser igualmente felices, cada uno por su lado; busquemos los medios de procurar esa felicidad procurando la suya o, al menos, sin perjudicarla nunca'». Cómo resuenan estas palabras en la actualidad.

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