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Elena Viñas
Domingo, 1 de septiembre 2019
Hubo un tiempo en el que los vascos fueron la primera potencia mundial en la construcción de barcos. Pasaia y sus inmediaciones eran lo más parecido al actual Cabo Cañaveral de la industria aeronáutica. En sus astilleros veían la luz buques capaces de atravesar océanos para ir a la caza de la ballena. También en esta tarea fueron líderes indiscutibles los habitantes de una tierra que vivía mirando al mar. El mar era el motor de su economía, su fuente de vida y casi una religión que profesaban con tanta fe que no dudaban en embarcarse durante meses rumbo a tierras desconocidas.
Cruzaban el Atlántico a bordo de galeones construidos como los más devotos erigían catedrales. Los suyos eran templos que también reunían a diferentes gremios confabulados con un único objetivo, el de mostrar que el hombre podía aunar conocimientos para desafiar tormentas en alta mar, los abordajes enemigos y singladuras que no parecían tener fin guiadas por las estrellas.
El San Juan fue una de esas basílicas del Cantábrico. Vio la luz en 1563 en el puerto pasaitarra y dos años más tarde se hundía en las gélidas aguas de Red Bay, que preservaron su historia. La asociación Albaola se embarcó en la aventura de reconstruirlo, haciéndolo como antaño. El pistoletazo de salida se vivió hace exactamente cinco años, con la colocación de la quilla, una suerte de columna vertebral de la nave. Fue también la colocación de la primera piedra simbólica de la Factoría Marítima Vasca, un «astillero museo», como le gusta calificarlo a Xabier Agote, presidente de Albaola.
El San Juan y el recinto en el que suma piezas son dos proyectos que navegan juntos haciendo frente a los mismos peligros. Desde el azote de la coyuntura de crisis económica en el que nacieron a las «turbulencias» de la Capitalidad Cultural Donostia 2016. «A pesar de que ésta fue un impulso para nosotros, se pusieron muchas expectativas desde fuera en la botadura», confiesa Agote, quien asegura que «nuestro proyecto era y sigue siendo el mismo, la puesta en valor del patrimonio marítimo vasco, pero por medio de la recuperación de la tecnología marítima del pasado».
Su empeño por reconstruir barcos como se hacía siglos atrás y navegar en ellos representa el «pilar fundamental» de la Factoría, que rechaza transmitir ese relato de la historia universal por medio de «soportes convencionales». Sus lecciones se imparten unas veces a golpe de hacha; y otras, de martillo. Es así como la nao ha ido ganando altura en estos años hasta rozar ya el techo del astillero tradicional.
Todos los elementos estructurales han sido construidos y los esfuerzos se centran ahora en acabar las cubiertas en el interior. «Hemos empezado a abordar la fase final con el forrado del casco. Nos queda entablarlo para botar el San Juan en un horizonte no muy lejano», explica el máximo responsable de Albaola, mientras se resiste a confirmar finales de 2020 como fecha clave para que el galeón esté en el agua.
«Probablemente lo esté, pero todo depende de la financiación que vayamos logrando. Si tuviéramos los medios económicos para disponer de 300 hombres trabajando a la vez como en el siglo XVI, en cuatro meses estaría acabado», declara sonriente. Su gesto se torna serio para admitir que él también sueña con «ver el barco en el agua y navegar en él, o convertirlo en un museo flotante cuando esté amarrado». «Será también el modo de dejar espacio a nuestro próximo proyecto: la nao Victoria», añade.
A la reproducción del buque del siglo XVI existente en mejor estado de conservación a nivel mundial le falta por incorporar los mástiles -el principal ha sido apadrinado por EL DIARIO VASCO- realizados con abetos traídos desde la selva de Irati. Se le sumarán poleas, seis kilómetros de sogas, barricas, chalupas, lonas que servirán de velas y anclas que probablemente se fabriquen en ferrerías de Gipuzkoa como un proyecto «experimental».
En estos cinco últimos años, la Factoría Marítima Vasca y su proyecto estrella han generado un impacto económico anual que ronda el millón y medio de euros, según un estudio encargado por la Agencia de Desarrollo Oarsoaldea. La cifra da vértigo, lo mismo que la que arroja el número de visitantes, que en 2018 ascendió a 63.000, y la red de voluntarios, cercana al medio millar de personas. El presupuesto anual de este espacio museístico es de 900.000 euros. Saber lo que costará la nao es tan fácil como multiplicar esta cifra los años que englobe su creación. Si se bota dentro de doce meses, supondrá alrededor de 5,4 millones de euros, incluyendo el salario de los 24 trabajadores de la Factoría.
Para Xabier Agote, la gesta de reconstruir el ballenero que se ha convertido en todo un referente a nivel internacional «supone un medio para crear bienestar a nuestro alrededor y generar una nueva economía en Pasaia». En una población donde los planes de regeneración no siempre acaban por cuajar, Albaola parece haber encontrado una fórmula para dinamizar la zona, «atrayendo a un público que no hubiera venido porque éste no es un lugar de paso e incluso muchos se llegan a perder por la mala señalización y la dificultad para llegar».
En su cuaderno de Bitácora se escriben capítulos que califica de «hitos». Desde la puesta en marcha de la escuela de carpintería de ribera con alumnos de distintos países a su importante repercusión mediática, pasando por la creación del Festival Marítimo de Pasaia y el logro de poner el nombre de este municipio de 16.000 habitantes en el mundo «gracias a nuestra identidad». «El nuestro es un formato innovador que ha atraído a agentes patrimonio marítimo ansiosos por estudiarlo de forma exhaustiva. El San Juan ha tomado tanta fama que eclipsa otros proyectos importantes que tenemos», concluye.
Impacto económico Se cifra en 1,5 millones de euros anuales, según un estudio encargado por Oarsoaldea.
Presupuesto: Es de 900.000 euros, incluido el salario de sus 24 trabajadores. De finalizarse en 2020, la nao supondría un coste de 5,4 millones de euros.
Visitantes: La cifra fue de 63.000 de 2018
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