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El protagonista se enfrenta a un posible holocausto nuclear.

'Sacrificio', la despedida de Tarkovsky

Emocionante testamento filosófico y cinematográfico de un poeta que en muchas ocasiones impregnó a sus imágenes de atmósferas visionarias

Guillermo Balbona

Jueves, 21 de abril 2016, 17:57

Mucho antes de que Lars von Trier explorara en 'Melancolía' las entrañas de una nueva era en una espléndida metáfora visual, la poesía de 'Nostalgia' y, sobre todo, 'Sacrificio' ya trazaron una hoja de ruta visionaria de puente entre dos siglos. Poeta monumental, existencial, espiritual, Andrei Tarkovsky desentraña la realidad, desnuda el desamparo, provoca interrogantes y deja al hombre en un territorio abonado por el enigma de la existencia. Lo que en Trier era una destrucción apocalíptica planetaria, en 'Sacrificio', testamento cinematográfico y filosófico del cineasta ruso, la amenaza es la sombra de un posible holocausto nuclear. El protagonista crece en la posibilidad de evitarlo de una forma sencilla: amando a una mujer.

El maestro Ingmar Bergman confesó una vez que su descubrimiento de Tarkovsky tuvo un carácter de milagro. "De repente me hallaba junto a la puerta de acceso a un recinto en el que yo siempre había querido entrar, pero cuya llave jamás me había sido dada, y en el que Tarkovsky se movía libre y confiadamente. Me sentí animado, estimulado: alguien había expresado aquello que yo siempre quise decir, sin saber cómo. Tarkovsky es para mí el más importante. Ha creado un lenguaje nuevo, que se corresponde con la esencia del cine, porque presenta la vida como reflexión, la vida como un sueño".

Entre la poética de la desgarradura y lo onírico, este zahorí del tiempo realizó mapas humanos, parábolas, cuentos, paisajes densos y complejos, cuyo visionado siempre han requerido de una exigente mirada. Tarkovsky, artista y poeta como dos crisálidas que envuelven al oficio del cienasta, contenía a Dreyer y a Bergman juntos y su corta pero honda filmografía, de 'Andrei Rublev' (1966), a la más comercial y popular 'Solaris' (1972), pasando por 'El espejo' y 'Stalker' configuran una profunda red donde las inquietudes primarias, el vacío, el pensamiento, la reflexión y cierta espiritualidad atraviesan las tramas abiertas a múltiples interpretaciones.

'Sacrificio' que preludió su muerte, como sucediera con la trilogía de los colores de Kieslowski, es un tratado desnudo, entre lo conceptual y lo espiritual, emocionante y sobrecogedor, abierto en canal por su estilo y sus preocupaciones. Sus planos secuencia, la sencilla complejidad de sus miradas, el perfil de personajes, que parecen sostenerse siempre en un tiempo nuevo entre la realidad y el sueño. La admiración bergmaniana, antes o después, auguraba que podría traducirse en un acercamiento fructífero. Cuando Tarkovsky decidió no regresar a Rusia, el cineasta de 'Fanny y Alexander' facilita la cobertura de una coproducción franco-sueca, que permitió levantar una obra monumental que no grandilocuente, dura que no barroca, sobre una incógnita universal.

Tocado por la enfermedad, sabedor de que la muerte estaba cerca, Tarkovski despliega todo su microcomos visual: los movimientos únicos de cámara interminables, el simbolismo, los ritos y los gestos. Bajo el palio bergmaniano su proyecto incluyó parte de la nómina fetiche del director sueco: actores como Erland Josephson, o la fotografía de Sven Nykvist. Elegancia, ritmo y cadencia, hondura de espacios, travellings que mecen esa tierra de nadie con sentido hipnótico envuelven esta ofrenda que recuerda la etapa más espiritual de Bergman, entre el escepticismo y la imperfección de la fe, entre la locura y la búsqueda incesante. Ensoñación, sueño, redención, necesidad de creencia, salvación... Todo asoma en este poema anclado en una espiritualidad humanista que subraya por igual las dudas, los entresijos de la vida en una arquitectura colosal, enorme e incansable, ambiciosa en su concepto y en sus resultados.

Al cineasta le persigue cierta fama injustificada de creador hermético. Pero esa es una defensa de la mirada más perezosa. En realidad sus imágenes son pura transparencia. Un sencillo y lúcido espejo que refleja nuestro deseo innato de cambiar el mundo, nuestras incertidumbres y miedos y ese vértigo creativo del hecho de vivir como una obra totalizadora. Premiada en Cannes y en la Seminci esta magistral mirada ahonda en las señas de identidad de un artista que subraya las distancias respecto a los personajes, es capaz de revelar una mística de la imagen sin pedantería, y mueve la cámara como un virtuoso coreógrafo invisible que invita a dejarse llevar. El sentido de la trascendencia, la decadencia de la civilización moderna y la incierta y pesimista deriva del mundo, la búsqueda del hombre y su pulsión interna son connotaciones esenciales de este filme con ritmo propio, que inicialmente iba a llamarse 'La bruja', sobre un hombre al que se le diagnostica una enfermedad terminal.

Los planos secuencia que abre y cierran el filme pueden interpretarse como el punto de partida y el final de un círculo que es, a su vez, el de toda la filmografía y trayectoria vital de Tarkovsky. Y para completarlo y rubricarlo, una misma imagen abría su ópera prima, 'La infancia de Iván' y se despedía en 'Sacrificio': un niño al pie de un árbol. El primero un preludio de casi diez minutos como si el espectador se asomara a un mundo diferente, el segundo, el incendio y destrucción de una casa, que debió rodarse dos veces por problemas técnicos. La enfermedad del cineasta se antoja una señal que supura muchos de los fotogramas de un filme cuyo montaje ya fue supervisado por su creador desde la cama del hospital. Austeridad e intensidad, poética pura, y los ecos de Dreyer, Dostoievski, Chejov y Ozu vertebran este documento del hombre que mira hacia dentro y trata de hallar un relato sobre el mundo. Lo dijo el cineasta: "Debemos construir nuestra propia experiencia. Y una vez la tenemos, nuestra vida se termina".

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