Eibar
Enrique Blanco, ciencia para repoblar el bacalaoDe Eibar a la mar. El investigador formado entre Cádiz, Japón y Noruega lidera proyectos de repoblación del bacalao costero combinando genética, eDNA y saber pesquero local, defendiendo restaurar los ecosistemas
A Enrique Blanco González (Eibar, 1978) le cambió la vida una pregunta sencilla: «¿Podemos volver a tener bacalao donde ya no lo hay?». La formuló muchas veces, en aulas y en cubierta, entre Cádiz, Japón y Noruega, con la tozudez metódica de quien sabe que la ciencia no es una lámpara mágica, pero sí una linterna que, a base de luz, abre caminos. Su historia empieza en casa, sigue en un laboratorio de plancton, salta a un bacaladero como observador, cruza medio mundo con una beca japonesa y desemboca en Kristiansand (Noruega), donde hoy trabaja para que el bacalao costero del país nórdico deje de ser un recuerdo.
Su primera etapa universitaria se inició en Cádiz. «Estuve cuatro años allí, luego vine a AZTI a hacer prácticas, embarqué tres meses en un bacaladero como observador pesquero y volví a Cádiz con una plaza de técnico de laboratorio». Su día a día eran huevos, larvas y etiquetas. «identificación de plancton para especies de interés –anchoa, langostino...– y cartografiar zonas de puesta. Queríamos entender dónde empieza la vida de las pesquerías». Aquel mapa microscópico le enseñó dos cosas: que los stocks nacen mucho antes de tocar la red y que el detalle cuenta.
Una mochila llena
En 2018 se movió a Tromsø, la universidad del Ártico: ciencia potente, pero lejos de todo. «El Covid nos pilló allí. Hermoso y durísimo. Decidimos volver al sur». Desde 2020 fijó su base en la Universidad de Agder (Kristiansand), con un objetivo claro: entender y ayudar a recuperar el bacalao costero en declive. ¿Por qué se fue el bacalao? «Es mezcla: agua más cálida, cambios en alimento... pero el principal problema es la sobreexplotación», dice sin rodeos.
Restauracióna ctiva
Enrique Blanco añade el dato incómodo. «Las medidas clásicas —vedas, tallas, límites de bolsas— en muchos sitios no han funcionado como se esperaba». Ahí asoma su propuesta: complementar la restricción con restauración activa. No se trata de soltar peces sin más, sino de repoblar con método. «Primero escuchamos al territorio. Desde hace años colaboro con guías, clubes de pesca y veteranos de 50 años de mar: me guardan aletas, escamas, pequeñas muestras para genética, me llaman cuando hay capturas, me cuentan cómo eran las corrientes y dónde mordía el pez. Ese conocimiento local es oro».
A esa escucha suma tecnología. Blanco y su equipo trazan mapas de zonas de puesta con muestreos de huevos y larvas, y usan ADN medioambiental (eDNA). «Con un litro de agua filtrado detectas huellas de ADN: si ha pasado bacalao, si hay sus presas favoritas, si es lugar para que una suelta tenga alimento y refugio. Igual que en criminología, cruzas secuencias con bases de datos y te sale un 99% de probabilidad de especie. Con eso delimitas dónde tiene sentido repoblar».
El plan que tienen en marcha hasta finales del próximo año es sencillo en el enunciado y complejo en la ejecución: capturar reproductores locales entre diciembre y abril, dejarlos reproducirse en una planta de acuicultura cercana y liberar juveniles en verano en puntos óptimos, para medir supervivencia y retorno. «No es magia. Es probar en pequeño, evaluar y, si funciona, escalar».
En estos años, ha aprendido que la memoria del mar se escribe con ciencia y con comunidad. Su reto ahora es que esa memoria vuelva a tener bacalao. Y que, cuando un chaval lance por primera vez una cucharilla en un muelle del sur de Noruega, tenga al menos la posibilidad de sentir un tirón al otro lado.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión