Santa Águeda, epicentro del poder
Un libro de Juan Pedro Valenzuela reconstruye la historia del balneario trufada con curiosidades y anécdotas sobre su distinguida clientela
Arrasate
Martes, 1 de noviembre 2022
La visita de la reina Isabel II, a la sazón una niña de 14 años, al balneario de Santa Águeda en agosto de 1845 aquejada de unas erupciones cutáneas, es indicador del prestigio que para entonces atesoraba el establecimiento termal inaugurado menos de 20 años antes por el emprendedor Ramón Mendia Unsain (Beasain 1782-Mondragón 1869).
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El anuncio de la llegada de la real niña a Mondragón, acompañada de su madre María Cristina y del presidente del gobierno general Narváez, produjo tal frenesí para organizar los preparativos que «recuerda algo a la película Bienvenido Mr. Marshall de García Berlanga». Así lo cuenta Juan Pedro Valenzuela en su «recién horneado» libro 'El balneario de Santa Águeda' (Ed. Gravitaciones). Este descendiente de los fundadores y dueños del mismo balneario ha dedicado 5 años a investigar, documentarse y escribir este libro que, «aunque es fundamentalmente de historia», su lectura resulta ciertamente amena y entretenida porque sus 259 páginas –más 28 fotografías– están trufadas de curiosidades, anécdotas, recuerdos...
Valenzuela dedica un capítulo a la visita de la joven reina, para cuya llegada, Arrasate se puso de punta en blanco. «Parecía otro pueblo, un lugar cuya vista sólo podía ser grata a sus majestades y a la corte. Las casas se blanquearon interior y exteriormente». Además se amplió la carretera a Gesalibar y se abrió un camino serpenteando para que pudiera subir del jardín de Monterrón hasta la ermita de San Cristóbal.
La reina no volvería más a Santa Águeda –el libro relata el incidente 'diplomático' que empañó su visita a Mondragón– pero su paso disparó la fama y la reputación de la casa de baños de Gesalibar.
Cánovas del Castillo y Arrasate
Antonio Cánovas del Castillo (Málaga 1828-Santa Águeda 1897), seis veces presidente del gobierno, fue sin duda un personaje transcendental en la historia del establecimiento. Protagonista de sendos capítulos en el libro de Valenzuela, uno sobre sus veraneos en el balneario y el otro sobre su asesinato, el famoso político malagueño fue cliente habitual desde antes de 1868.
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Mucho se ha hablado de aquel magnicidio, que daría la puntilla a un balneario ya en declive ante el auge de los baños de mar. Pero Juan Pedro Valenzuela ha buceado en la hemeroteca de la época para descubrir a un hombre «feo, bizco, enclenque y con tics» pero que en cuanto empezaba a hablar «era absolutamente arrollador y desbordante. Su acento de Málaga debía tener mucha gracia. Era muy bromista, ocurrente e ingenioso. Pese a sus orígenes modestos, su privilegiada cabeza le permitió ascender hasta lo más alto de la sociedad. Era extraordinariamente culto».
Su presencia convertía el balneario en la 'meca' de la política española. Valenzuela, tirando de la crónicas de la época, escribe que «acudían a Santa Águeda 'los dioses mayores y menores de la política a recibir órdenes y contrarrestar influencias'». Como decía la prensa, «allí se fraguaba el hierro de donde saldrían las próximas cortes.». La casa de baños se transformaba en centro de poder: «por sus instalaciones pasaron muchísimos interesados 'adorando al santón (Cánovas) y llevándose para sus ínsulas y ministerios muchas promesas y buenas palabras'»
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Baños y buena mesa
Los políticos, empresarios, magistrados, generales, aristócratas, banqueros, escritores... que poblaban los distinguidos y privilegiados veraneos de Santa Águeda acudían al balneario atraídos por los afamados efectos curativos de sus aguas sulfurosas.
Los tratamientos hidroterápicos a que se sometían estos personajes no estaban reñidos con la buena mesa con que se regalaban. Valenzuela ha rescatado algunos de los deliciosos y abundantes menús de 'haute cuisine' francesa que se servían en el elegante comedor del establecimiento. Menús que en no pocos casos contravenían la necesidad de una dieta sana y equilibrada para recuperar la salud. Un médico del balneario quiso implantar una dieta severa «pero los propios clientes protestaron indignadísimos».
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