El descenso de bautizos y comuniones es menor que el de las bodas por la Iglesia
En Euskadi, solo uno de cada cuatro matrimonios es canónico, pero casi la mitad de los recién nacidos pasa por la pila bautismal
CÉSAR COCA
Lunes, 11 de mayo 2015, 07:25
En Euskadi, muchas parejas casadas por lo civil o que simplemente no están casadas deciden bautizar a sus hijos. E incluso que hagan la primera comunión. Por paradójico que resulte, las cifras de los registros parroquiales no dejan lugar a dudas: el fortísimo descenso en el número de matrimonios canónicos no está teniendo un reflejo similar en otros rituales que dependen de la decisión de esas mismas personas que un día no muy lejano decidieron prescindir de la Iglesia para formalizar su unión como pareja. Concretamente, casi la mitad de los recién nacidos pasa por la pila bautismal y un porcentaje aún mayor recibe la primera comunión en un momento en que solo el 24% de las parejas vascas que se casan lo hacen ante un altar.
El proceso de secularización acelerado vivido en España ha adquirido una velocidad aún mayor en el País Vasco, donde comenzó más tarde. En la media española, todavía casi un tercio de las bodas se celebran por la Iglesia. Solo unas pocas provincias registran una caída mayor que las vascas. En Gerona, por ejemplo, apenas llegan al 15%.
Sin embargo, el impacto de esa secularización en otros ritos en los que la Iglesia ha tenido el control absoluto durante siglos es menor. Los datos de bautizos, primeras comuniones y funerales que constan en las parroquias vascas son contundentes: si en 1990 apenas había diferencia en términos porcentuales entre bodas católicas y bautizos, ahora los segundos casi doblan a las primeras. «La explicación está en cómo te sitúas ante ti mismo y ante el recién nacido. Cuando hablas con los padres entiendes que son más cuidadosos a la hora de tomar decisiones por los hijos, buscan para ellos sistemas y valores de referencia y los de la Iglesia les parecen buenos aunque ellos no sean practicantes», comentan en fuentes próximas a las diócesis vascas. Esa misma explicación serviría para las comuniones.
Desde el ámbito de la Sociología, la interpretación es otra. «En los bautizos pesan mucho los abuelos, cuya tradición es mayoritariamente cristiana. Son ellos quienes en numerosos casos empujan a bautizar a los bebés», asegura Víctor Urrutia, catedrático de Sociología de la Universidad del País Vasco y estudioso del hecho religioso. Además, continúa, se trata de una tradición fácil de cumplir, que no requiere apenas trámites. Alfonso Pérez-Agote, catedrático en la Universidad Complutense y autor del libro 'Cambio religioso en España', cree que el bautizo tiene un nada desdeñable valor social además del religioso. «Ha cambiado de significado», sostiene. Y en coincidencia con la visión que existe en las diócesis, añade que «así como no casarse es una decisión personal de los miembros de la pareja, no bautizar al niño implica a un tercero y los padres tienen una ética de la responsabilidad, se preocupan por las consecuencias para el niño».
Las razones por las que la Primera Comunión es hoy, después de los funerales, el rito católico más arraigado van también de lo religioso y moral a lo social. En las parroquias aseguran que no debe interpretarse que tras esa ceremonia hay solo un fenómeno de imitación (esa petición del niño o la niña para comulgar «porque otros de mi cole lo hacen»). «La catequesis dura cuatro años en muchos lugares, y eso supone un compromiso de los padres para llevar a sus hijos, ir a reuniones y demás. Demasiado como para que se deba solo al interés por montar una fiesta a los niños». De hecho, en Euskadi no han arraigado sucedáneos como las 'primeras comuniones civiles', de las que se empezó a hablar ya hace casi una década en algunos lugares, a imitación de los 'bautizos civiles'. Incluso Izquierda Unida planteó la posibilidad de regular estos últimos, iniciativa que no prosperó.
Colegios privados
El porcentaje mayor de primeras comuniones que de bautizos se explica sin duda por el hecho de que los padres de los niños que comulgan tienen alrededor de diez años más y por tanto se casaron por la Iglesia en un porcentaje más elevado y también por la presencia creciente de inmigrantes latinoamericanos -más vinculados a la Iglesia que los nativos-, que han venido con su prole. Pero hay otra circunstancia que en el País Vasco ayuda a sostener esa cifra relativamente alta. «Mientras que en España el porcentaje de alumnos en colegios privados, normalmente vinculados a órdenes religiosas, es de solo el 30%, aquí alcanza más o menos el 50%. Y en esos colegios se promueve que los niños hagan la comunión», razona Urrutia. En su opinión, tampoco es desdeñable el factor de cohesión familiar que tienen esas celebraciones, sobre todo en un tiempo en el que escasean las bodas y en el que la complejidad del modelo de pareja hace que cada vez sea más complicado reunirse en Navidad.
Nada de eso afecta a las bodas, devoradas por la indiferencia religiosa de la que habla Pérez-Agote. «Dos terceras partes de los jóvenes no tienen nada que ver con la religión. Pero su posición no es militante, a diferencia de lo que sucedía con los ateos del siglo XIX y comienzos del XX». El cambio registrado en este ámbito en el seno de la sociedad vasca solo tiene un nombre: un verdadero vuelco. «Es comparable por sus consecuencias y su significado solo a la masiva incorporación de la mujer al mundo del trabajo», concluye Urrutia. Así se explica que si hace poco más de medio siglo el matrimonio -por la Iglesia, por supuesto- 'legalizaba' las relaciones sexuales y luego pasó a explicarse por la necesidad de dar legitimidad a la descendencia, ahora ya ni siquiera cumple esa función.
Los funerales
Durante unos cuantos años, el escaso atractivo de los juzgados y las salas de los ayuntamientos donde se celebraban las bodas y la austeridad del acto echó para atrás a muchas parejas que, sin ser practicantes, querían una ceremonia con más empaque y emoción. A medida que se ha solemnizado el ritual civil, apunta Pérez-Agote, las parejas que buscaban justamente eso han ido abandonando la opción del matrimonio católico. Algo similar puede suceder a medio plazo con los funerales. Aún hoy, el 82,6% de los habidos en Álava y el 68,5% de los vizcaínos se celebran por el rito católico. La diócesis guipuzcoana no realiza esa contabilidad, pero sus datos no serán muy distintos. La frialdad extrema de muchas despedidas civiles hace que las familias opten por una misa funeral aunque el muerto no pisara demasiado la iglesia, salvo que hubiera dejado instrucciones estrictas al respecto. «Cuando comiencen a organizarse en serio despedidas civiles cálidas y próximas a los allegados, como sucede en EE UU y otros lugares, también los funerales civiles se dispararán», vaticina Urrutia. En su opinión, la Iglesia se está equivocando al consentir que en algunas parroquias se organicen los funerales agrupando dos y hasta tres muertos en cada uno, lo que supone una enorme despersonalización.
En el ámbito de las parroquias son conscientes de esos problemas, derivados de la falta de curas, y saben que irá descendiendo el número de funerales católicos, pero creen que la caída será lenta. «En ese momento, cuando estás ante una experiencia límite sin parangón, muchas personas buscan la trascendencia y miran hacia la Iglesia», comentan. Por eso, no cabe descartar que tampoco se dé un paralelismo en las cifras a medida que lleguen a la vejez las generaciones que han crecido alejadas por completo de la religión. «Hacer prospectiva sobre esos asuntos es muy difícil», apuntan las mismas fuentes. «Hoy se habla de nuevo del renacer de las religiones en el mundo, cuando los expertos las daban por muertas no hace tantos años. Y en ese final de la vida se buscan cosas que quizá no se han echado en falta antes, rituales en los que esa trascendencia está presente».