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El Cantábrico, furioso, ha vuelto nuevamente por sus fueros» (DV, 2/11/1967). El titular lo leemos hace seis décadas, pero en otros muchos momentos de nuestro pasado se emplearon frases similares. Cada pocos años, parece que el mar Cantábrico nos recuerda su furia provocando daños y volvemos a sentirnos pequeños ante la fuerza de la naturaleza. La historia de Gipuzkoa es, también, la de sus temporales.
¿Cuántas veces hubo que cerrar la carretera de la costa entre Zarautz y Getaria desde su creación en 1884? ¿En cuántas ocasiones el paseo Nuevo donostiarra, tras una noche de espectaculares olas chocando contra él, apareció parcial pero irremediablemente hundido?
En la nueva entrega de 'Revive Ipuskoa/Ipuskoa Bizi' recuperamos y damos nueva vida a viejas fotografías de temporales, de cuando no se establecían perímetros de seguridad y, atraídos por la majestuosidad de las olas gigantes, muchos terminaban escapando de ellas a la carrera, subiéndose a farolas o mojándose, en imágenes ya clásicas. Este último vídeo puede verse ya en la web de diariovasco.com y en sus redes sociales (Instagram, Tik Tok, Youtube y X). 'Revive Ipuskoa Bizi' es la apuesta audiovisual de DV para conmemorar el milenio de la primera mención escrita del territorio, un proyecto en colaboración con la Diputación de Gipuzkoa y con la participación del Ayuntamiento de Donostia.
Por ejemplo, en 1951, cuando se produjo uno de los mayores temporales, definido en nuestro periódico como «un tremendo maremoto». Dejó desolado el litoral donostiarra y hasta se llevó dos de las bolas acristaladas que coronan las emblemáticas farolas del puente del Kursaal. En 1965, la tamborrada sobrevivió entre suspensiones y salidas bajo una inclemente tormenta con lluvia. Los cimientos de La Perla quedaron a la vista, sin arena que los rodeara, y la barandilla de la Concha resultó destrozada.
Pronto, en 1967, habría otra tempestad especialmente potente, y otras más hasta 2014, el año del último gran temporal registrado, en el que nuestro diario se atrevió a emplear la palabra «tsunami».
Omnipresentes en la historia, los temporales tenían antaño otra consecuencia trágica. La intensa actividad pesquera y la fragilidad de las embarcaciones hacía que el oleaje provocara naufragios. José Ángel del Río Pellón, en su libro 'Naufragios en la costa de Guipúzcoa', contabilizó «al menos 161 incidentes con lanchas de pesca que naufragaron o volcaron con sus tripulantes a bordo, y con ellos al menos ¡574 pescadores fallecidos! Un auténtico drama que sacudió a todos los pueblos de la costa, pero de manera más contundente a Motrico, San Sebastián y Fuenterrabía».
La fuerza de la naturaleza y el agua también se ha sufrido en el interior. A menudo se han desbordado los ríos guipuzcoanos, con graves pérdidas, aunque sean las inundaciones de 1983 y 1988 las que hayan pasado a la historia. Los más veteranos guardan en su retina las riadas de agosto de 1983. Aunque en Gipuzkoa no hubo ninguna víctima mortal, es difícil olvidar la imagen de las cuencas del Oiartzun, Urumea, Oria, Urola y Deba, además del alto Bidasoa, anegadas de agua y barro. Las actuaciones acometidas han salvado márgenes fluviales en que las inundaciones fueron el pan nuestro de cada año.
Antaño, como evocamos en 'Revive Ipuskoa', se repetía la imagen de vecinos de Tolosa, Errenteria, Villabona, Oñati o Martutene observando sus calles y casas hechas un caótico lodazal y poniendo manos a la obra para su recuperación. Los fenómenos naturales han hecho daño y obligado a reaccionar a los guipuzcoanos. Menos mal que otros resultan más amables, como las nevadas que por un día cambian el entorno y, salvo algún percance, nos alegran por su oportunidad para fotografiar paisajes blancos, jugar con la nieve o esquiar junto a Peio Ruiz Cabestany.
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