Los lugares de Eduardo Chillida
En un pequeño taller de herrero de Hernani, se forja uno de los proyectos artísticos más relevantes de la escultura internacional contemporánea, que llegó a trascender a ambas orillas del Atlántico
E
l mismo año del nacimiento de Eduardo Chillida, en 1924, abrió sus puertas el Museo de Arte Moderno de Bilbao, parte esencial de nuestro actual Museo de Bellas Artes. Compartimos, por tanto, la celebración de nuestros respectivos centenarios. Una efeméride nos lleva a otra y en su conjunto conmemoran, desde un mismo lugar, la historia del arte de nuestro tiempo. Lo cierto es que la personalidad de Eduardo Chillida y su obra inspiran muchas de las conexiones en el complejo sistema de la cultura vasca contemporánea e internacional que representa nuestro museo.
La temprana inclusión de Chillida, al comienzo de su carrera, en el fascinante proyecto del galerista Aimé Maeght le permitió sumarse a un auténtico Olimpo de artistas de generaciones diferentes que unían los dos tiempos del arte europeo de antes y después de la guerra, formando una visible alternativa al nuevo y arrollador escenario norteamericano de la segunda mitad del siglo XX.
Y en el seno de esa tradición moderna, en un pequeño taller de herrero de Hernani, se forja uno de los proyectos artísticos más relevantes de la escultura internacional contemporánea, que llegó a trascender a ambas orillas del Atlántico. Un proyecto que tuvo al hombre como punto de partida y escala de las cosas; la materia, junto a la luz y su claroscuro, como determinante de la forma; la fuerza, vertical u horizontal, como principal argumento; y el aire como evocación de la poesía y del silencio.
En su centenario, el presocrático escultor vasco nos convoca nuevamente al lugar donde, con su compañera Pilar Belzunce, decidió dejar su obra, a las campas de Zabalaga, cerca de donde empezó todo y donde nunca dio por concluido su trabajo. Allí se muestra temporalmente Lugar de encuentros IV, que donó al Museo de Bellas Artes de Bilbao con motivo de su primera exposición individual en Euskadi en 1981. Cerca de esta obra monumental -creada en hormigón armado junto a su amigo el ingeniero José Antonio Fernández Ordóñez a principios de los 70- el arte nos acoge, al mismo tiempo que libra una batalla titánica frente a una de las normas fundamentales de la naturaleza: la gravedad.
Mientras tanto, sobre las raíces del museo del parque de Bilbao, comienza a elevarse con el mismo afán el edificio Agravitas proyectado por Norman Foster y Luis Uriarte, que ofrecerá un nuevo lugar a esta fabulosa obra colgada en el atrio de entrada como auténtico emblema de nuestra institución y reconocimiento universal y permanente del gran artista.