«Mi día a día es a la carrera, no me puedo dormir en los laureles»
Repartidor ·
Desde hace 18 años Ioritz Rojo transporta paquetes en Donostia. Los vecinos le saludan a su paso, que siempre es deprisa. Y estos días, vuela para llevar a destino el aluvión de compras navideñasLas cintas transportadoras no paran quietas. Sobre ellas, decenas de cajas se encaminan hacia su destino. En la enorme nave hay un aparente desorden. Hay cajas apiladas, carretillas que trasladan palés con más cajas, cajas que aguardan en furgonetas, cajas solitarias con aspecto desvalido... Hay cajas y cajas, las hay por todas partes. Siempre las hay, y más en estas fechas, en las que las compras navideñas aumentan la frenética actividad cotidiana.
Parece imposible, pero cada bulto está controlado; no hay margen para el extravío. Todos han sido «pistoleados» por los trabajadores de la empresa de servicios de paquetería DHL con un aparato que lee su código de barras y las asigna a un reparto para que el chófer sepa en todo momento qué es lo que transporta y dónde está.
Da igual que sea Navidad o no: la actividad comienza a las cuatro de la mañana en DHL, cuando los paquetes que llegan a la nave del polígono de Belartza empiezan a ser clasificados y entran en el laberinto de cintas transportadoras. A las siete de la mañana, Ioritz Rojo llega al pabellón para empezar su jornada laboral y participar en una especie de coreografía que solo él y sus compañeros conocen y en la que el desorden acaba convirtiéndose, como siempre, en orden. A las 9.25 los vehículos están llenos. Ioritz sube a su camioneta, la número 52, y arranca el motor. Comienza el baile.
«Los municipales son comprensivos porque saben que vamos a estar poco tiempo aparcados»
«Qué pena de día», se excusa, como si la culpa de que no haya dejado de caer agua en las últimas horas fuera suya. «Nosotros odiamos la lluvia. Es muy incómoda, los paquetes se mojan y hay que andar con mucho cuidado porque transportamos cosas delicadas», dice. Ioritz es de Lezo, tiene 44 años y lleva 18 haciendo la misma ruta, la de Amara y el centro. Después de tanto tiempo, medio barrio le conoce y se sabe todos los trucos necesarios para estacionar sin demasiados problemas. «Aparcamos donde podemos. Los vados de carga y descarga siempre están ocupados y en estas fechas todavía más», advierte.
«El centro es una locura»
Son las 9.36. Ioritz deja su vehículo sobre la acera en la plaza Pío XII, en Amara, y se dispone a llevar un paquete a su destinatario, un particular que vive en el Paseo de Bizkaia. «Cuando no están les llamamos por teléfono y si no responden dejamos el envío en un punto de recogida y se lo comunicamos para que vayan a buscarlo». En esta ocasión el cliente sí está en casa. Es la primera entrega de las 65 que tiene previsto realizar. En total, serán 50 paradas, aunque en algunas fechas como la Navidad puede llegar a hacer 80.
Dos minutos después, el repartidor ya está otra vez en marcha hacia su próximo destino. «Por aquí es fácil moverse, por el centro es una locura», explica. A las 9.45 se detiene de nuevo, esta vez en una rotonda en Morlans, también sobre la acera. «Los municipales son comprensivos con nosotros porque saben que vamos a estar poco tiempo», revela. Cinco minutos más tarde vuelve a parar en el mismo barrio. Hasta el momento todas han sido entregas a particulares. Se ve que Olentzero es previsor. «El 80% son para domicilios y el resto a ferreterías, tiendas de iluminación, dentistas, comercios de informática, librerías o asesorías», comenta mientras se encamina a la plaza del Sauce. Desde que ha comenzado el reparto no ha consultado en ningún papel su itinerario, no lo necesita. «Llevo la ruta en la cabeza. Mi trabajo empieza por la mañana cargando la mercancía y preparándola para la ruta, porque si cargas mal no encuentras nada. Lo tenemos todo memorizado, aunque llevamos todos los repartos apuntados en la máquina», dice mientras señala un pequeño ordenador.
En el interior del vehículo suena incesantemente uno de esos molestos pitidos que indican que hay algo que no está bien. «Es que no llevo puesto el cinturón de seguridad porque los de reparto no estamos obligados a llevarlo en ciudad», aclara. No para de llover. «Al final del día acabas empapado», comenta Ioritz, que ha entrado en la plaza del Sauce para aparcar en uno de sus accesos. Esta vez la cosa va en serio. «Voy a hacer Sancho el Sabio», anuncia. Son las 9.57.
«Llevo la ruta en la cabeza, lo tenemos todo memorizado»
Abre la puerta trasera y saca una carretilla en la que carga tres pesadas cajas. «Son para una ferretería». Y se pone en marcha. «Mi día a día es a la carrera, subir y bajar; no me puedo dormir en los laureles», afirma. No hace falta que dé más explicaciones. Los próximos minutos serán un constante ir y venir de los puntos de entrega a la furgoneta para volver a cargar. A las 10.05 sube a una vivienda. A y ocho entra en Telefónica y luego va a la consulta de un dentista. Después le tocará el turno a una tapicería y a una tienda de iluminación, donde entrega una caja de bombillas. Camina rápido, es difícil seguirle y más sobre un suelo mojado en el que es fácil resbalar. A su paso varios vecinos le saludan como si fuera amigo de toda la vida. Él responde y sigue adelante sin detenerse. «Aquí se hace ejercicio, es un trabajo muy físico».
Es un sin parar que no cesa hasta las 14.00, hora en la que Ioritz come rápido en casa para comenzar de nuevo la ruta. Son las 14.30, quedan en la furgoneta 20 paquetes que terminará de entregar a las 16.15. A esa hora, «con la humedad metida dentro», barre el vehículo y se marcha. «Es un buen trabajo», asegura.
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