Del disgusto a la felicidad en unos minutos
Beñat Turrientes cometió el penalti que derivó en el empate de Francia pero impartió después una lección de repartir juego para llevar a la seleccion hasta la medalla de oro
No parecía que fuese a ser tan protagonista cuando en el minuto 82 Santi Denia decidió meterle en el campo, pero a Beñat Turrientes le tocaría vivir emociones fuertes durante un partido que se eternizó debido a la prórroga. Los abrazos con sus técnicos y compañeros al final del encuentro denotaban que el beasaindarra había tenido su peso en oro en la victoria, nunca mejor dicho.
Llegó primero el disgusto. Ganaba España y en un córner, el '8' de la selección agarró a un contrincante dentro del área, de espaldas al juego, cuando ni siquiera el balón iba hacia ellos. Pero protestaron airadamente los franceses la acción y el colegiado, con ayuda del VAR, decidió decretar la pena máxima. Se le cayó el mundo al guipuzcoano, sobre todo cuando Francia marcó el gol y todo volvía a empezar. Era el empate a tres y la final estaba abocada a la prórroga.
Pero tiró de madurez el realista y lejos de perder la cabeza, se asentó en la medular. Su despliegue físico fue portentoso, llegando a labores defensivas como o fensivas y en sus piernas tuvo el gol de la victoria antes del final del tiempo reglamentario. Seguía de cerca una accion de ataque y aunque llegó forzado al tiro en la frontal del área, golpeó con firmeza con su zurda para estrellar el balón en el larguero, después de que tocara levemente el portero francés. Manos a la cabeza y de nuevo la acción del penalti a la mente.
No obstante, durante la prórroga, el centrocampista goierritarra dio una leccion de dirigir el juego y ordenar el ataque de su equipo. Filtró balones exquisitos a los jugadores que en mejor posición estaban y ofreció un equilibrio difícil de conseguir a esas alturas de partido, en una final olímpica.
Elocuente fue el abrazo que el seleccionador Santi Denia le brindó una vez que el árbitro señaló el final del partido. Había sido decisivo. Había devuelto la confianza que se había depositado en él. Y había pasado del disgusto a la felicidad en pocos minutos.
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