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Un termómetro por gentileza de GorosabelForma parte del paisaje urbano y su funcionalidad puede ser relativa, pero no se ahorrarían protestas si un día se suprimiera el viejo termómetro del Portalón. En un tiempo en que cualquier información meteorológica se halla al alcance de un click encorvándose sobre el móvil, «no es infrecuente aún hoy observar a gente» que alza la mirada hacia el termómetro del Portalón «para consultar la temperatura». Así lo afirma Anabel Ugalde, maestra, licenciada en Historia y doctora en Historia del Arte, en un reciente trabajo sobre este antiguo aparato.
En la investigación que ha publicado en su blog, recapitula sobre el origen de este termómetro tan entrañable como desconocido. En cualquier caso, el actual termómetro no es el original, sino una reposición posterior del primitivo aparato que costeó de su bolsillo en 1909 el ingeniero arrasatearra Eugenio de Gorosabel. «Pero el nuevo sigue ocupando el mismo lugar que aquel» puntualiza Anabel Ugalde.
La historiadora detalla que «en la sesión del Ayuntamiento del 27 de septiembre de 1909, se leyó un escrito del citado Gorosabel, pidiendo autorización para instalar un termómetro en el punto llamado 'El Portal' y su paramento norte, con objeto de que sea examinado por el público, satisfaciendo de este modo, además de la curiosidad general, 'la ilustración de la clase obrera que por allí transita cuatro veces al día'».
El alcalde manifestó que en cuanto lo recibió contestó autorizando la colocación, por considerarlo «muy útil para el vecindario».
Fue en la sesión del 8 de noviembre del mismo año de 1909 cuando «acordaron empotrar el termómetro, porque se encontraba en peligro inminente con el paso de los carros».
Gorosabel,«gustoso, le regaló el termómetro al municipio y se mostró conforme con lo que decidieran. Y así es como se encuentra actualmente», explica la investigadora Anabel Ugalde.
Sin embargo, no fue aquel termómetro el único aparato tecnológico meteorológico que donó Eugenio Gorosabel (1831-1918). A su fallecimiento, en el testamento legó a la villa de Mondragón «su Meteorómetro y su Cosmógrafo, que, a imitación de otro existente en Niza, había construído expresamente para el meridiano de dicha villa, y lo tenía montado en su jardín».
Nuestro protagonista, reseña Anabel Ugalde, pertenecía a una familia ilustrada de la villa, en la que abundaban los abogados. La casa familiar se hallaba en Gazteluondo, aunque él, por matrimoniar con Luisa Sola Iradi, residió en el palacio que los Sola habían construido en el arrabal de la Magdalena.
Como es sabido, ese palacio desapareció hace décadas, y en su extenso jardín posterior hoy se levantan las viviendas del Grupo San Juan.
La esposa de Eugenio Gorosabel había nacido en Cuba en el seno de una familia oriunda de Mondragón.
Luisa Sola Iradi era hija de Francisco de Sola Nanclares, abogado que hizo fortuna en la isla del Caribe en la producción de azúcar. Como señala Ugalde, dejó los negocios en manos de su hijo y él se trasladó a Barcelona, donde vivía cómodamente con las rentas que le proporcionaban sus negocios cubanos.
Fue Francisco de Sola Nanclares, el suegro de Eugenio de Gorosabel, quien mandó levantar en 1868 el desaparecido palacio del arrabal de Maala.
A su fallecimiento en 1918, la revista Euskal-Erria le dedicó un extenso obituario, sin firma pero atribuido al historiador Juan Carlos Guerra, en el que elogia la carrera profesional y vertiente humana de Eugenio de Gorosabel, quien «siguió en Bélgica con grande aprovechamiento la carrera de ingeniero civil y, después de terminarla brillantemente, adquirió extraordinaria cultura en sus viajes por el extranjero. Volvió a España cuando la construcción de los primeros ferrocarriles prestaba mejor ocasión a la aplicación de sus estudios, y trabajó activamente en las obras de nuestras más importantes vías férreas».
«Establecido luego en Zaragoza, formó parte de la comisión facultativa de las obras del Pilar y presentó en 12 de Junio de 1903 al Excmo. Sr. Arzobispo de dicha diócesis un estudio notabilísimo sobre las causas determinantes del peligro de ruina de dicho templo».
«Retirado a su villa natal en 1914, ha permanecido en ella los últimos años de su vida, siendo objeto de general afecto de sus convecinos por la amabilidad y benevolencia de su amenísimo trato, con una conversación que sazonaba con oportunos y chispeantes relatos».
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