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JAVIER GUILLENEA
Lunes, 28 de abril 2014, 09:28
Si alguna vez se pudo hacer algo para impedirlo, ya es demasiado tarde. Ya no se trata de detener el cambio climático, sino de mitigar sus efectos y, ya que son inevitables, de que la especie humana se adapte a ellos. En el País Vasco, esta adaptación supone, sobre todo, asumir que el mar está ganando terreno a la tierra.
El pasado día 13 el Grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático (IPCC) de la ONU publicó un informe en el que reclama una revolución energética. El documento, elaborado por investigadores de todo el mundo, sostiene que es necesario abandonar los combustibles fósiles contaminantes y utilizar fuentes más limpias para evitar el efecto invernadero que amenaza con hacer del planeta un lugar incómodo para vivir.
La comunidad internacional se ha planteado alcanzar el objetivo de limitar a dos grados el calentamiento antes de 2050 reduciendo entre un 40% y un 70% sus emisiones de gases de efecto invernadero, pero no todos hacen sus deberes. «A pesar de algunas políticas en algunos países, las emisiones de gases de efecto invernadero no solo aumentan, sino que se están acelerando. Hace años las tasas anuales de incremento eran del 1,3% y ahora, a pesar de los acuerdos que se han firmado, el aumento es del 2,2%», afirma Mikel González de Eguino, investigador del Basque Center for Climate Change (BC3). El centro ha colaborado en la elaboración del informe del IPCC, en el que se advierte de que no hay alternativa a la necesidad de provocar una revolución energética. «No hay plan B. Solo hay un plan A, el de la acción colectiva para reducir las emisiones a partir de ahora mismo», recalcan los científicos. «Es un cambio radical pero necesario», asegura González de Eguino.
En declaraciones a este periódico, la consejera vasca de Medio Ambiente, Ana Oregi, sostiene que «los esfuerzos no deben dirigirse solo hacia la mitigación del cambio climático, pues sus impactos son patentes e irreversibles a nivel global». «La adaptación -añade- ya se ha manifestado a nivel científico como algo ineludible e incluso urgente, ya que supone anticiparse a los efectos adversos del cambio climático previniendo o minimizando los daños que este pueda causar y aprovechando las oportunidades que puedan surgir».
De prevenir y minimizar saben mucho los miles de vascos que este invierno se han visto afectados por los constantes embates de la mar. Olas enormes han asolado una y otra vez las zonas costeras como si el Cantábrico reclamara lo suyo, que es exactamente lo que ha hecho. San Sebastián, Zarautz y Bermeo encabezan por la magnitud de los destrozos la lista de las localidades del litoral que han padecido el rigor de una naturaleza que por algún motivo ha dejado de ser la de siempre.
Mayor destrucción
Los científicos todavía no se atreven a establecer un vínculo directo entre estos temporales y el calentamiento global, pero no lo descartan. «El incremento de las tormentas está dentro de las previsiones, las ha habido hace 50 años y nadie las asociaba al cambio climático, eso ha ocurrido siempre», explica Alejandro Cearreta, geólogo de la UPV/EHU especializado en la evolución de los ecosistemas costeros. Sin embargo, algo parece haber cambiado. «Lo que pasa es que el modelo dice que las tormentas van a aumentar y que su capacidad destructiva va a ser también mayor».
Las zonas costeras y las áreas con riesgo de inundabilidad son los lugares del País Vasco que más están sufriendo los efectos del cambio climático, y así parece que seguirá ocurriendo en los próximos miles de años. «En algunos trabajos geológicos se observa una tendencia de desplazamiento del mar hacia el continente». «Nosotros -afirma Alejandro Cearreta- hemos calculado diferentes velocidades de ascenso del nivel del mar y lo que hemos visto es que hace 10.000 años, cuando se produjo el último cambio climático, el ascenso era como media de un centímetro anual, lo que es una brutalidad, pero durante los últimos 7.000 años la velocidad ha ido disminuyendo paulatinamente». «Curiosamente, en el siglo XX esta velocidad se ha acelerado muchísimo, por eso se tiende a pensar que ha sido por la acción del hombre», añade.
Cearreta no se atreve a aventurar una previsión del futuro inmediato que le aguarda al País Vasco pero asegura que no conoce «ningún trabajo científico que implique una disminución de la tasa actual de aumento del nivel del mar». «Todos los modelos prevén un mantenimiento de lo que ahora está ocurriendo o se disparan hacia valores más altos», dice. Lo que sí parece claro es que «los que estamos cerca de la costa vamos a ver una mayor influencia del mar».
Es la hora de la adaptación, proceso que comienza por hacerse a la idea de que el agua está ganando la batalla a la tierra. Una vez asumida esta realidad, solo caben tres posibilidades, según Cearreta. «Nos podemos alejar de la costa, levantar las ciudades en zonas elevadas o poner barreras para evitar el efecto del mar». «La estrategia -concluye- depende del valor económico de lo que haya que proteger».
Medidas paliativas
Ante todo, advierte el profesor de la UPV, es necesario «aplicar el principio de precaución», que trae consigo la necesidad de «adoptar medidas paliativas para prevenir la destrucción, como no construir tan cerca del litoral, algo que no se ha tenido en cuenta en la Ley de Costas». Cearreta recuerda que la inmensa mayoría de los científicos «están de acuerdo en que el proceso de cambio climático está en marcha y hay que adoptar medidas». Y lamenta la escasa respuesta de la clase dirigente, que tiende a adoptar «la política del avestruz».
El informe del IPCC plantea medidas para mitigar el impacto del cambio climático, entre las que destaca la apuesta por las energías limpias de carbono. Es una opción necesaria pero difícil de tomar ya que, según Mikel González de Eguino, «supone una inversión tremenda y una desinversión en los sectores que usan combustibles fósiles». Pero no es un camino imposible de recorrer y seguro que vale la pena. «Es posible tecnológicamente y factible económicamente ya que se ha calculado que dar los pasos para reducir las emisiones supone una pérdida de una décima en el desarrollo económico de aquí a fin de siglo». El beneficio, afirma el investigador del BC3, es «no tener que vivir con la amenaza del cambio climático».
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