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F. GONGORA-S. CARRACEDO
Domingo, 23 de marzo 2014, 01:22
«A las cuatro y media de la madrugada me despierta el canto de los vecinos que a la puerta de la casa cural, primero, y en otras casas y barrios, después, anuncian el rosario de la aurora. Me encantan la fe y la piedad de estos hombres». José Miguel de Barandiaran (Ataun, 1889-1991) escribe estas notas en su diario el 15 de junio de 1924, tras una jornada en Erentxun. Recorre en esos años todos los rincones de Álava en coche, a pie, en tren o en autobús. Llega a apuntar en un día 40 kilómetros a pie. Su actividad científica es frenética en busca de yacimientos arqueológicos y del alma vasca que encuentra en ritos, costumbres y leyendas.
Esta relación tan afectiva e intensa que tuvo con Álava se muestra en una selección de fotos cedidas por la Fundación José Miguel de Barandiaran. En él aparecen las localidades de Abecia, Betoño, Cárcamo, Otazu, Samaniego o Tuesta. También una expedición al Dolmen de Eguilaz en 1970, o a Entzia años antes. En sus recorridos por el territorio alavés fotografió las torres de Gometxa y de Guevara o lugares de interés de Iruña, Labastida, Lakozmonte, Markinez, La Puebla de Arganzón o las sierras de Gibijo y Toloño.
Los diarios de Barandiaran recogen que «con Enrique de Eguren, Luis Heintz y Lorenzo Elorza fui a la sierra de Enzia. Anduvimos en ella entre los puertos de Opakua, Contrasta, Larraona y Vicuña, durante todo el día. Descubrimos siete nuevos dólmenes y un yacimiento, al parecer prehistórico en el término de Bitxokolarri en un abrigo bajo roca», escribe el investigador en su agenda.
También contiene instantáneas de su vida sacerdotal del Seminario Agirre, de La Catedral Santa María, de Seminario Viejo y de la construcción del nuevo y de su inauguración en 1930. Pero además, de su ordenación como sacerdote en 1914 y de su nombramiento como doctor honoris causa de la facultad de Teología en 1981.
Recientemente, el 10 de marzo, una conferencia a cargo de Josemari Vélez de Mendizabal, presidente de la fundación que lleva el nombre del sacerdote guipuzcoano, dio a conocer parte de la vida de Barandiaran. Y es que vivir 102 años da para mucho y aquel genio de la cultura vasca tuvo una conexión especial con el territorio, una vinculación sentimental, familiar y cultural que siempre mantuvo y que se agradeció desde aquí con algunos honores, una calle, un pequeño monumento megalítico y una fundación con sede en Vitoria que guarda y divulga su obra y su figura.
Su pequeña estatura siempre contrastó con la grandeza de su polifacética obra como antropólogo, etnógrafo, arqueólogo, investigador, escritor y lingüista, y como gran patriarca de la cultura vasca, creador de escuelas en muchos ámbitos.
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