Más rápidos que la mente
Antes eran niños superdotados y ahora de altas capacidades. Se desconoce cuántos hay en Euskadi. Muchos se ocultan por miedo a los demás. Tener una inteligencia por encima de la media parece un regalo, pero puede estar envenenado
JAVIER GUILLENEA
Domingo, 9 de octubre 2011, 11:34
Si el niño hubiera mostrado un virtuosismo prematuro con el balón habría acabado en un centro deportivo de alto rendimiento entre los aplausos de sus amigos y la envidia disimulada de los padres de sus amigos. Pero no hubo suerte y lo único que hizo fue aprender a leer por su cuenta a los tres años de edad. Es ahí donde comenzaron sus problemas.
Son problemas que afectan oficialmente a los 142 niños con altas capacidades -los antes llamados superdotados- detectados por el Departamento de Educación en las aulas de Euskadi. No parecen muchos. Según la consejería, «un 0,8 por mil del alumnado escolarizado en la Comunidad Autónoma Vasca está identificado con necesidades educativas específicas asociadas a altas capacidades».
Lo que ocurre es que estos 142 niños son los detectados. En Euskadi hay muchísimos más que superan la media intelectual de sus compañeros de clase sin que hasta ahora nadie se haya dado cuenta de ello o dé muestras de haberlo hecho. Según la fundación de ayuda a niños y jóvenes con altas capacidades Fanjac, en el sistema educativo no universitario vasco estudian de 6.800 a 17.000 alumnos con alta capacidad. Esta estimación no es arbitraria, se basa en porcentajes del Ministerio de Educación, que calcula que entre el 2% y el 5% de los estudiantes pertenecen al grupo de los más adelantados intelectualmente. Lo que significa, según Fanjac, que es más que probable que en la gran mayoría de los colegios vascos estudien niños de altas capacidades sin que nadie lo sepa, al menos oficialmente.
No es fácil encontrarlos. Puede ser el alumno que se pasa la clase mirando por la ventana, el incapaz de concentrarse, el hiperactivo, el estudiante aislado al que persiguen los demás, el que saca malas notas o el que consigue sobresalientes. Puede ser también un niño que no muestra ninguna habilidad especial y se esfuerza por ser como el resto de sus compañeros para no ser descubierto. Un número indeterminado de jóvenes con altas capacidades mantiene encorsetada y en secreto su inteligencia, en ocasiones con el apoyo de sus familiares. Tienen miedo a los demás.
Role y equis
Haimar paseaba por la calle con sus padres cuando señaló un rótulo y dijo «Role y equis». Cometió un error porque la respuesta correcta era 'Rolex', pero el fallo bien podía deberse al hecho de que a sus tres años aún no había llegado a la equis en su camino autodidacta hacia la lectura.
Sus padres quedaron sorprendidos, aunque algo sospechaban porque ya se habían dado cuenta de que algo rondaba por el cerebro de su hijo. «Era especial, lo llevábamos en el carrito y con dos años iba leyendo los números de los portales. También nos enteramos de que cuando en la guardería enseñaban a los alumnos fichas con puntos, Haimar se fijaba en los números de la parte trasera», recuerda Carlos Rubio, padre del niño.
Haimar tiene ahora siete años y estudia en San Sebastián. Cuando vuelve de clase y en casa le preguntan qué ha hecho, contesta que «relaciones sociales». Es una materia que se le da bien, porque no tiene ningún problema con sus compañeros. «Él sabe que sabe más y cuando acaba sus ejercicios ayuda a sus amigos».
Pero no siempre sucede lo mismo. Carlos Rubio tiene a su lado a dos madres de niños de altas capacidades, también integrantes de Fanjac, que prefieren mantener el anonimato para que sus hijos pasen desapercibidos. Entre los tres explican los problemas a los que se enfrentan los alumnos que, a veces a su pesar, destacan por su nivel de inteligencia.
«Es como si ves una película por décima vez, que te la sabes de memoria». Así se sienten muchos jóvenes de altas capacidades que «se aburren y desconectan» cuando el profesor explica a sus compañeros materias que ellos ya conocen. «El niño empieza a incordiar a los demás o está distraído». Es lo que le ocurrió a Haimar, cuyos antecedentes incluyen dos expulsiones de clase por mirar por la ventana. «Es que ya se lo sabía todo y se aburría», asegura su padre.
Las dificultades aumentan con la edad, sobre todo cuando el niño se da cuenta de que su ansia de saber solo le proporciona complicaciones. «Dejan de tener ganas de aprender y en muchos casos fracasan en el colegio». Y a medida que pasan los años, el ya casi adolescente se siente diferente a los demás pero también necesita amigos. «Llegan a la conclusión de que pertenecer a un grupo es más importante que el conocimiento. Quieren ser como los demás y es entonces cuando se camuflan y entran en el armario».
De los 142 niños detectados en Euskadi, 110 son varones, lo que no quiere decir de ninguna manera que los chicos sean más inteligentes. Esta diferencia significa, según los integrantes de Fanjac, que «las chicas se camuflan más que los niños, sobre todo en la adolescencia, porque quieren tener una cuadrilla y temen que si confiesan su interés por la microbiología ningún chico se fije en ellas».
Los tres miembros de Fanjac pasan de puntillas por los casos de acoso escolar que conocen «para no agravar la situación» y respetar los deseos de discreción de muchas familias. «Tenemos socios que están escondidos, no quieren que los demás se enteren de cómo son sus hijos y si sufren algún acoso lo que hacen es cambiarles de colegio».
La fundación Fanjac expondrá mañana en el Parlamento Vasco los problemas de los niños de alta capacidad y sus familias, junto con Alcagi y Aupatuz. Las tres asociaciones reclaman, entre otras reivindicaciones, que «se instauren procesos de identificación sistemáticos de los niños de altas capacidades, tal y como marca la ley» y que «se garantice el cumplimiento de las responsabilidades y obligaciones que los centros educativos tienen para con la respuesta a las altas capacidades». Piden, además, que la Administración educativa reconozca los conceptos y porcentajes de niños de alta capacidad «que los expertos actualmente ratifican», y que sitúan entre el 2% y el 5% de la población.
«Parece mucho»
Son porcentajes con los que no está de acuerdo el Gobierno Vasco. «Me parece mucho», afirma la viceconsejera de Educación, Marian Ozcariz, quien sostiene que «en el futuro tendremos que ponernos de acuerdo sobre qué entendemos por un niño de altas capacidades». Ozcariz asegura de todas formas que la cifra oficial de 142 niños «no quiere decir que no pueda haber más». «Son los alumnos con los que se han adoptado medidas de carácter más extraordinario porque hay veces en las que las actuaciones las lleva a cabo el propio centro y estos casos no figuran en las estadísticas», dice.
La viceconsejera recuerda que «ser un niño de altas capacidades engloba una casuística impresionante, porque hablamos de realidades casi tan específicas como cada niño y de respuestas educativas totalmente distintas». Ozcariz defiende las actuaciones que lleva a cabo Educación cuando se detecta a un alumno con altas capacidades, y que permiten a los profesores «pedir orientación o ayuda para tratar a estos estudiantes». «Dentro de los berritzegunes tenemos psicólogos y pedagogos con capacidad tanto para diagnosticar como para validar diagnósticos de entidades externas. Pero además -añade- hacemos también cursos de formación para que el profesorado aprenda a tratar con estas realidades y estamos trabajando en un documento que queremos que sea una guía para abordar esta cuestión».
La versión de los padres de Fanjac es ligeramente distinta. «Para el colegio y el profesor es un marrón tener a un niño así. Cuando el maestro intuye que un alumno va más rápido que los demás acude al berritzegune para que haga una evaluación, pero lo que suele hacer es dar largas a la hora de adoptar medidas». Los integrantes de la fundación aseguran que «hay honrosas excepciones y cada vez son más los profesores sensibilizados con el problema». «Pero luego la Administración o el colegio no les deja», se lamentan.
Carlos Rubio ha tenido suerte con el colegio de su hijo. «Este año le van a sacar de clase dos horas a la semana para darle un nivel superior de Matemáticas y Lengua». Sus compañeras de asociación no pueden decir lo mismo. «En mi caso -explica una de ellas- el centro dio respuesta pero después de que surgieran los problemas, por eso queremos atajar ese recorrido para que el niño no sufra». «Lo que pasa -afirma su amiga- es que los colegios se muestran muy reacios a tomar medidas que diferencien a nuestros hijos del resto, algo que no se pone en duda en los casos de discapacidad».
«Se está mediocrizando a los niños de altas capacidades para que no tengan problemas», sostienen los padres. Ellos son conscientes de que su actitud puede ser confundida con un afán de elitismo, sobre todo cuando se muestran a favor de la creación de centros de excelencia, pero se defienden con el argumento de que «la educación tiene que garantizar la igualdad de oportunidades para que todos puedan desarrollarse al máximo».
Si el niño hubiera tenido magia con el balón habría ingresado en una elitista escuela de fútbol entre aplausos. Pero no fue así y ahora en clase se hace la siguiente pregunta: «¿Vengo a aprender o a un aparcamiento?». «Imagina a un corredor de cien metros que es más rápido que los demás pero su entrenador le dice que no puede batir el récord porque no tiene edad. Eso es lo que les piden a nuestros hijos», afirma la madre del niño.
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