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PELLO SALABURU
Martes, 4 de octubre 2011, 03:50
Los rectores de las universidades españolas deberían plantarse y rebelarse de una vez. Lo que se está haciendo en este país con la aplicación de los principios de Bolonia no tiene nombre y es una locura. Aquella buena idea, necesaria, simple y sencilla (titulaciones con estructura similar en toda Europa en cuanto a su duración, y clarificación de las competencias adquiridas al cursar determinados estudios) se ha acabado convirtiendo en un mal sueño que persigue sin piedad a miles de académicos y nos tiene enredados a todos. Los distintos gobiernos españoles, con la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (Aneca) al frente, están causando tal daño a nuestro sistema universitario, que esta institución va a necesitar años para poder recuperarse de este ataque al sentido común y a la autonomía académica universitaria. Europa necesitaba poner en práctica algo como Bolonia, porque nos estábamos quedando atrás y éramos incapaces de entender siquiera lo que se estudiaba en cada país y para qué servía. Era necesario ordenar los sistemas, y por eso surgió Bolonia. Y lo que era simple se convirtió aquí en complejo, en gran medida inútil, y en una fuente continua de dudas, discusiones, malentendidos, pérdidas de tiempo y de esfuerzo, así como razón de cabreos generalizados. Ahora, que entramos peligrosamente en la nueva etapa que va a afectar a los programas de doctorado, deberíamos intentar parar esta dinámica de una vez. Por eso se deberían rebelar los rectores y pedir, antes de que al Ministerio se le ocurra publicar el enésimo decreto, la paralización de las actividades de la Aneca por unos cuantos meses. Que cierren la puerta y piensen un poco sobre los porqués del desaguisado al que nos han conducido. Algo así se hizo en Inglaterra en los años 90, cuando se rebelaron contra un sistema burocrático, aunque mucho menor al nuestro, y consiguieron un profundo cambio que puso el acento no en la verificación sino en la evaluación posterior y en la diversificación docente, con un respeto mucho mayor para la autonomía universitaria.
Diseñar los nuevos planes adaptados a Bolonia requería fijar con claridad dos tipos de contenidos: qué es lo que el alumno iba a aprender (asignaturas) y para qué le iba a servir (qué competencias iba a adquirir). Esto segundo era algo novedoso y requería una reflexión serena por parte de todos los implicados en el proceso. Dicho así, y no mucho más dice Bolonia, cada nuevo plan se podía traducir en un informe más o menos detallado en donde se especificaran estas cuestiones. El Ministerio, además, decidió que quitaba el 'mapa de titulaciones', el listado oficial de titulaciones.
Pues bien, esta idea tan simple se ha convertido en la práctica en un conjunto de decretos, normas, guías, etc., imposible de gestionar. Las altas instancias han decidido que al elaborar un plan se deben especificar (esto es España, nada que ver con Bolonia) un listado de competencias básicas, generales, transversales y específicas, que se deben combinar entre ellas y a las que debe hacer referencia el plan en su conjunto, así como cada una de sus asignaturas. Además de esas cuatro, algunas universidades han añadido otras competencias por su cuenta. Una marabunta de palabrería hueca, sin contenido alguno, que no la entienden ni sus promotores. Todo esto parece ser el fruto del subidón de la autoestima de algún grupo de pedagogos, al que se han sumado de forma entusiasta informáticos que no acaban de entender que la informática es una ayuda, no un fin en sí mismo. Lo que se puede enviar en cualquier fichero word se convierte en un entretenimiento torpe y tedioso para llenar una ventana sobre la que se abren otras que, a su vez, dan origen a nuevos niveles. Una espiral de sinsentidos.
Como el lío que se ha creado es monumental, el Ministerio elabora guías para aclarar decretos, añadiendo un poco más de confusión en el sistema. En agosto de este año se ha publicado un decreto que cambia las competencias básicas, y el personal no se ha enterado todavía. Como los rectores no se subleven, o el Ministerio no acuerde una nueva norma para saltarse la norma anterior (algo típico en regímenes reglados), en las próximas semanas van a tener que revisarse miles de planes a la luz del nuevo decreto.
Bolonia se ha convertido en papel electrónico listo para tirar. Remedando el coche negro de Ford, que podía ser de cualquier color siempre que fuera negro, el Ministerio concede libertad a las universidades para hacer los planes de estudio que quieran, siempre que sean los que quiere Aneca. No es un chiste: me limito a observar y a informar de los hechos, como diría Will Rogers. Así, nuestros profesores, investigadores, personal de administración, etc., están con la lengua fuera intentando llenar montañas de ficheros que no sirven para nada. Es mucho más complicado explicar que la CG5 se cruza con la CB21, que diseñar un buen plan de estudios. Al final, las consultas acaban con un «Dígame qué quiere que le ponga para recibir el ok», porque nadie entiende nada. Son millares de horas perdidas, fondos públicos echados a la basura y un ataque en toda regla a la autonomía universitaria.
En ningún país europeo se hace nada parecido a esto, que no es sino una traición a Bolonia y una pantomima absurda y cara, que ahuyenta a nuestros mejores académicos y pone en grave riesgo la calidad de la universidad.
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