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La mesa de mármol negro de Bélgica que una vez susurró curiosidades sobre San Sebastián.
Réquiem por una mesa y un cañón
SAN SEBASTIÁN INSÓLITO

Réquiem por una mesa y un cañón

Hace 130 años, un señor hizo tres regalos a San Sebastián que fueron instalados en la plaza de Gipuzkoa. Uno de ellos mantiene el tipo. Otro, está enfermo de muerte. El último está jubilado en San Telmo.

GONTZAL LARGO INFO@GONTZALLARGO.COM

Sábado, 4 de junio 2011, 05:36

En ocasiones, San Sebastián parece vivir en un bucle histórico. Infinito. Repetitivo. Interminable. Al menos así ocurre con ciertas polémicas domésticas. Una de ellas se encuentra en la plaza de Gipuzkoa, tiene forma de mesa, está hecha en mármol negro de Bélgica y la protege una pequeña verja metálica. Lo habitual es que no se pueda leer nada de lo que pone: el paso del tiempo y la climatología canalla donostiarra hace tiempo que se llevaron por delante las letras y los dibujos. No es la primera vez que sucede algo así. Allá por los años 30, el periódico La Voz de Guipúzcoa publicó un sentido texto en el que demandaba al Ayuntamiento que velara por la llamada 'mesa horaria' de la plaza de Gipuzkoa y demandaba su restauración. Al poco, el Consistorio les hizo caso. Algo parecido ocurre en la actualidad: cada equis semanas hay un lector que nos escribe no ya demandando una restauración, sino preguntando qué diablos decía la mesa; qué datos revelaba o cuál era su función.

El mármol en cuestión, como el templete meteorológico deben su razón de ser a un hombre del que ya hemos hablado en otras ocasiones: José Otamendi, aquel apasionado geógrafo donostiarra que aspiraba a surtir de ciencia y conocimiento a sus semejantes. En realidad, Otamendi regaló tres juguetes a los donostiarras con la intención de embellecer la plaza de Gipuzkoa y, a la vez, fomentar entre sus paisanos el amor por los asuntos científicos que tanto le fascinaban. Los tres inventos instalados en este oasis del ensanche fueron el citado templete, la mesa horaria y un cañoncito. Todos permanecen en su sitio, salvo el último que disfruta de una jubilación anticipada en los almacenes del museo de San Telmo y al que le dedicaremos unas cuantas líneas.

El 'boom' intelectual

¿Para qué servía exactamente el cañoncito de la plaza de Gipuzkoa? Para lo mismo para lo que sirve la sirena de la Relojería Internacional en la actualidad, para anunciar el mediodía. Pero a diferencia de ésta, el cañoncito tenía unas aspiraciones más elevadas pues señalaba el 'mediodía verdadero', es decir, el momento del día en el que el sol estaba en lo más alto y éste no siempre coincide con las 12 horas que marcan nuestros relojes. Según explicaba el propio Otamendi, la diferencia entre un mediodía y otro -el que dice el sol y el que dicen nuestros relojes- recibe el nombre de 'ecuación de tiempo'.

Todo esto era posible gracias a un ingenioso mecanismo con el que estaba dotado el cañón: gracias a unos espejos convenientemente orientados se ponía en marcha un mecanismo que prendía la pólvora del invento. Cuando esto sucedía, sonaba el estruendo. Basta rastrear algún ejemplar de los periódicos publicados hace un siglo para dar con las noticias en las que se informaba de la hora en la que el cañón anunciaría ese 'mediodía verdadero' y cómo bailaba ésta en función de la época del año. Sólo había cuatro días en los que el cañoncito de la plaza de Gipuzkoa señalaba la llegada del mediodía y éste coincidía con las 12 horas: 15 de abril, 15 de junio, 31 de agosto y 25 de diciembre. Nuestros antepasados no se andaban con chiquitas a la hora de idear pasatiempos urbanos.

En la década de los años diez del pasado siglo, el cañón de la plaza de Gipuzkoa había tocado demasiado la moral de algunos donostiarras. El puntual y seco estruendo del artilugio se había convertido para algunos en una molestia demasiado ruidosa: los ciudadanos comparaban su sonido al de un disparo o al de una pequeña explosión, de ahí que solicitaran la jubilación del invento de Otamendi. El malestar llegó hasta tal punto que el Ayuntamiento tomó cartas en el asunto. El regalo de José Otamendi era un invento demasiado estruendoso para el principal oasis urbano de San Sebastián, por lo que el cañón fue retirado y ahora goza de una merecida jubilación en los almacenes del museo de San Telmo: ¿Volverá a ver la luz algún día?

En una de las parcelas de césped de la plaza de Gipuzkoa, la situada justo enfrente de la lápida que recuerda al jardinero Pierre Ducasse, puede apreciarse una columna de mármol que se levanta apenas medio metro. Ésta es el único souvenir que queda en pie del cañón de la plaza de Gipuzkoa, el lugar desde el que disparaba a diestro y siniestro: en su parte superior todavía se ven los agujeros a los que estaba adosado el molesto artilugio.

La tabla olvidada

Lo de la mesa geográfica es otro cantar. El tiempo y la indiferencia consistorial han sido inmisericordes con ella y a día de hoy más parece una tabla rasa que un panel informativo. Hasta hace unos años, todavía era posible rastrear los nombres de algunas de las ciudades del mundo reseñadas, las esferas y varias fechas pero hace tiempo que todo ello pasó a mejor vida: apenas se adivina el nombre de San Petersburgo, Rusia, Italia y San Sebastián. El resto es olvido. En 1985 fue llevada a cabo la restauración del templete de la plaza: salvo la columna meteorológica de mármol que se adecentó con mimo, todo -la cúpula estrellada, la techumbre, las columnas.- fue rehecho de nuevo. La misma empresa que había hecho esta obra pasó un presupuesto para restaurar la mesa horaria. El total de la obra - «sacar el texto casi perdido, tallando todas las letras y dibujo, incluyendo pedestal»- ascendía a 500.000 pesetas. El Ayuntamiento nunca se pronunció sobre ello. Han pasado veinticinco años desde aquello y el enfermo, por supuesto, no ha mejorado.

¿Qué nos contaba la mesa? Curiosidades relacionadas con San Sebastián que, paradójicamente, siguen teniendo capacidad de impacto un siglo después y a pesar de la omnipresencia y omnisapiencia de Google. El tablero se compone de una gran esfera central en la que están señalados los puntos de la ciudad por los que sale y se pone el sol en los solsticios de verano e invierno, con sus respectivas fechas -21 de junio y 21 de diciembre- y los equinoccios de primavera y otoño, también con la indicación de los días pertinentes.

Justo encima del gran círculo, se distingue un reloj que marca las doce y sobre el que puede leerse -es una de las pocas inscripciones que sobreviven- 'San Sebastián'. Esta figura está directamente relacionada con las otras 24 esferas de tamaño inferior: he ahí la hora de 24 ciudades del mundo -una de ellas es San Petersburgo, claro- y su relación con nuestra ciudad. Otamendi quiso reflejar aquí el contraste horario existente entre los diferentes puntos del planeta. Aunque este dato es hoy asumido y conocido por todo el mundo, experimentarlo en aquella época (1879) no era tan sencillo: eran pocos los donostiarras que viajaban y cuando lo hacían a un país con diferente huso horario como Estados Unidos, tenían varios días de travesía en barco para acostumbrarse. Eso de llegar volando al aeropuerto de Newark y atrasar seis horas el reloj tardaría varias décadas en hacerse realidad.

Finalmente, en la parte alta de la tabla, se distinguen dos cuadros de texto, ininteligibles también. En uno de ellos, Otamendi, aficionadísimo a realizar cálculos imposibles y estadísticas alocadas, se molestó en computar los habitantes que tendría San Sebastián en el futuro, según una sencilla ecuación. Teniendo en cuenta que todo ello se hizo allá por 1879, los cálculos de Otamendi no andaban nada desencaminados: según él, San Sebastián tendría 100.000 habitantes en 1942. En su tiempo, esa cifra parecía una barbaridad: pocos podían creer que el modesto San Sebastián de apenas 20.000 habitantes pasaría a quintuplicar sus almas en apenas siete décadas. El tiempo le acabó dando la razón: en 1940, San Sebastián tenía 104.000 habitantes. Otamendi lo clavó.

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