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En San Sebastián. Ernest Lluch, en uno de sus paseos junto al palacio Miramar. :: I. PÉREZ
POLÍTICA

«Lluch estaría pensando ya en el día después»

Los amigos vascos del ex ministro le recuerda, diez años después de su asesinato a manos de ETA, el 21 de noviembre de 2000. Elorza, Etxezarreta, Pagazaurtundua y Jonan Fernández reflexionan sobre su legado

A. GONZÁLEZ EGAÑA

Sábado, 20 de noviembre 2010, 13:00

El legado humanista de Ernest Lluch «perdura y sigue siendo útil» diez años después de su asesinato a manos de ETA, la trágica noche del 21 de noviembre de 2000 cuando el ex ministro socialista regresaba a su casa después de dar clases en la Universidad de Barcelona. Sus amigos vascos le siguen echando de menos y alguno de ellos, como el alcalde donostiarra Odón Elorza, se atreve a imaginar que Lluch «estaría hoy más ilusionado que nosotros pensando en los siguientes pasos al momento en que se produjera de verdad, con garantías, el final de ETA. Estaría ya pensando en el día después, en cómo sería la vida de las víctimas, cómo se podría avanzar en la convivencia en libertad en Euskadi. Estaría diseñando procesos de reconciliación justos».

El socialista catalán Ernest LLuch fue investigador, escritor, profesor, parlamentario, ministro, rector de Universidad, articulista y tertuliano. Era un ejemplo de vida, culto, dicharachero, accesible, demócrata, de izquierdas, catalanista, vasquista, cuidadoso en los detalles, de ironía fina, muy original. La lista de calificativos para definir al ex ministro se hace interminable cuando se invita a sus amigos en Euskadi a recordar cómo era.

Mañana se cumplirán diez años del atentado mortal. Dos terroristas, que no sabían nada de su vida, de su trayectoria, de su pasión democrática por la libertad y de su decidido empeño en explorar una salida constitucional al desencuentro político vasco, le dispararon dos tiros en la cabeza que acabaron con su vida en la oscuridad del garaje de su casa en Barcelona.

Lluch tenía 63 años y desde hacía mucho era un humanista fascinado afectiva e intelectualmente por lo vasco. Elorza recuerda que era un hombre enamorado de San Sebastián, de sus tradiciones culturales, de sus gentes y su gastronomía. De su legado destaca su lealtad a los amigos, su interés por ayudar a resolver el problema vasco desde sus estudios constitucionalistas y la defensa de una Euskadi que apostaba por el fin de la violencia desde el diálogo. Se enorgullece del «gran puente» que construyó entre Cataluña y Euskadi y de cómo trabajó las amistades entre San Sebastián y Barcelona con actividades culturales, conferencias, organizando reuniones políticas en ambas ciudades, e incluso uniendo los dos clubes de fútbol Barça y Real Sociedad.

Su última conversación con Lluch fue la misma mañana del atentado. Hablaron por teléfono de una documentación que preparaban juntos. Hoy le sigue echando en falta permanentemente. Fue lo más parecido a su «padre político», le daba asesoramiento, criterios de actuación en la política y en el Ayuntamiento. «En unos tiempos como los actuales le echo en falta mucho porque ya no hay mentes de su capacidad y reconocimiento moral», se apena.

Son muchos los que creen que «hoy su pensamiento todavía es útil». El ex viceconsejero de Política Lingüística, Ramón Etxezarreta, es uno de ellos y trae a la memoria que «tenía un discurso que iba más allá de la mera superación de la violencia».

A Lluch le prohibieron el futuro, reflexiona el ex edil donostiarra, mientras recuerda su último encuentro con él, en Madrid. «Fue un par de semanas antes de que le asesinaran. Yo volvía de Bosnia y me lo encontré en la calle Alcalá, me dijo que iba a casa de Herrero de Miñón quien lo estaba pasando mal porque su partido le había dejado sólo». Etxezarreta no olvida el verano de 2000. «Había visto a Ernest durante la Quincena Musical, me dijo que le habían negado la escolta, le acompañaron a casa los míos, le vi muy temeroso. Aquel verano, tras el asesinato de Juan Mari Jáuregui nos aconsejaron marcharnos y yo estuve en Barcelona. Nunca olvidaré cómo me llamaba desde mi pueblo, Urrestilla, y cómo me ofreció amigos, vivienda, seguridad para mí en Barcelona. Allá se sentía seguro, y mira...».

Uno de sus últimos artículos

Maite Pagazaurtundua sólo tiene buenas palabras para Lluch. «Si te podía decir algo bonito no lo dudaba. Era muy original y su curiosidad intelectual y de todos los puntos de vista era altísima». Le define como persona encantadora, curiosa y siempre joven. Destaca que en su fondo humanista estaba «el pensar que un ser humano puede tener más de una vida». La presidenta de la Fundación de Víctimas del Terrorismo recuerda un artículo «muy relevante», publicado dos meses antes de su muerte con el título 'La primera víctima de ETA', en el que Lluch «desenmascaraba el asesinato de la niña Begoña Urroz», el 27 de junio de 1960. Pagazaurtundua piensa que sus palabras «le debieron molestar a alguien».

La relación de Jonan Fernández con Ernest Lluch se sitúa en los años de Elkarri, coordinadora por el acuerdo y el diálogo de la que llegó a ser socio y pagaba su cuota. El ahora director de Baketik le sitúa como hombre «polifacético, defensor del diálogo por encima de todo y de aquella figura de los Derechos Históricos como una fórmula ingeniosa para resolver el problema vasco».

Entiende que sigue siendo «muy necesario» el talante de Lluch, pero, a su juicio, «el de hoy es un tiempo a contracorriente de ese talante. Ha habido momentos en los que la corriente iba más a favor, pero se ha construido mucho discurso contra la idea de un diálogo realmente abierto». Le recuerda siempre dispuesto a explorar «a fondo, con pragmatismo, ingenio y creatividad», cada posibilidad de avanzar hacia la paz. «Ahora haría algo parecido, pero eso nunca se podrá saber», se lamenta.

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