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JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA
Domingo, 24 de octubre 2010, 05:05
Desde que dejó el Gobierno hace ahora poco más de diecisiete meses, el PNV parecía estar recuperando la cohesión interna que comenzó a perder por última vez allá por 2007, cuando aquel traumático choque entre Josu Jon Imaz y Juan José Ibarretxe puso en riesgo la unidad del partido. Contra todo pronóstico, el alejamiento del poder no lo había conducido a la radicalización de sus posturas, sino que, por el contrario, había propiciado en él el moderantismo de su más templada tradición. El ejercicio de una oposición de extrema dureza en Euskadi, si bien expresada a veces en términos de dudoso buen gusto, no había sido obstáculo para que el PNV hiciera también gala de actitudes constructivas tanto en la política vasca como, sobre todo, en la que afecta a todo el Estado. Valga de botón de muestra esta última fase en que las privilegiadas relaciones de la dirección jeltzale con el Gobierno central le acaban de arrojar los frutos más enjundiosos que haya cosechado en la reciente historia vasca.
Verdad es que, a lo largo de este último año y medio, no han dejado de oírse en el PNV, con periódica intermitencia, ciertos ecos de aquellas desavenencias que amenazaron con quebrar su unidad. En concreto, tanto el presidente del GBB como el diputado General de Gipuzkoa han dado esporádicas, pero fehacientes, muestras de sus reticencias respecto de la línea pragmática que el partido ha adoptado en varios asuntos de no pequeña trascendencia. Pero el hecho de que la discrepancia no haya estado avalada por un liderazgo alternativo tan fuerte como el que encarnó el lehendakari Ibarretxe ha permitido al actual presidente del EBB asentar los reales en el partido y erigirse en su única voz autorizada hacia la opinión pública.
Sin embargo, este apaciguamiento interno parece estar llegando a su fin. Tres factores han contribuido a agitar las aguas: la cercanía de las elecciones municipales y forales, la previsión de un próximo final de ETA y el reagrupamiento de los partidos abertzales en torno al polo soberanista. Con el trasfondo de esa triple coyuntura, el proyecto Ados!, que era el referente para todo el PNV, se ha visto desafiado por otro que, con el nombre de Batu Gaitezen, acaba de presentarse solo para Gipuzkoa de la mano del presidente del partido en ese territorio. La incompatibilidad entre ambas propuestas es tan flagrante que la dirección jeltzale no ha hecho el más mínimo esfuerzo por disimularlas. Y es que no son disimulables las contradicciones que se evidencian entre un proyecto volcado en la gestión de la cosa pública para el bien de toda la ciudadanía y otro elaborado para lograr el ejercicio del derecho a decidir por parte de quien cree poseerlo o, lo que es lo mismo, entre una propuesta abierta a la transversalidad y otra obsesionada con la acumulación de fuerzas nacionalistas.
Por ello, ante la imposibilidad de recurrir al disimulo, los sectores agrupados en torno a la actual presidencia del EBB han optado por la vía alternativa de negar la importancia de los hechos. Salió primero el propio Urkullu a impartir una doctrina que debió de sonar extravagante hasta a sus propios militantes. Vino a decir que, para las cosas importantes, está el proyecto del EBB, mientras que, para las electorales, vale el del GBB. ¡Como si, a efectos de las elecciones, este pequeño país pudiera trocearse en compartimentos estancos y los territorios funcionar como negociados autónomos! No fue, además, la idea de Urkullu el desliz de un mal día. Poco después de este peregrino pronunciamiento, el presidente del BBB, Andoni Ortuzar, abundó en otra ocurrencia parecida. Según él, «el proyecto de Egibar tiene un plazo tope de vida en las próximas elecciones». No guardó siquiera las formas ni tuvo la cautela de ocultar el motivo de tan extraña afirmación: «Es que las cosas -dijo- están raras en Gipuzkoa». ¡Como si la presentación de un proyecto al que se le niega de antemano cualquier voluntad de cumplimiento pudiera funcionar para nadie como eficaz aliciente electoral!
La realidad de lo que ocurre es, sin embargo, bien otra. El PNV pretende hacer pasar por táctica deliberadamente diseñada lo que no es sino necesidad impuesta por los hechos. En este último casi año y medio, los jeltzales han tratado de recuperar su unidad interna por oposición al enemigo común a todas sus corrientes. Oponerse al nuevo Gobierno Vasco y, más en concreto, a su lehendakari ha sido para el PNV el instrumento más eficaz para preservar su precaria cohesión. Pero, por debajo de esta táctica dilatoria, las heridas siguen tan abiertas como cuando comenzaron a sangrar con las tensiones que condujeron a la dimisión del anterior presidente del EBB. Desde entonces, el temor a conjurar los siempre amenazantes espíritus de la división ha impedido que el partido aborde el problema de fondo tercamente aparcado, que no es otro que el de decidir su posición en el complejo mapa político que está dibujándose en Euskadi.
Ahora, con el horizonte que abren la previsible desaparición de ETA y la recomposición de las fuerzas soberanistas, la urgencia por abordarlo está haciéndose perentoria. De tal urgencia, y no de una táctica deliberada, surgen los movimientos que hoy afectan en exclusiva al partido en Gipuzkoa, pero que llegarán a implicar a toda la organización cuando, en el plazo de uno a dos años, coincidan o se sucedan los procesos de elección del candidato a lehendakari y del presidente del EBB. Entonces se verá si el PNV es capaz de renovar el pacto de no agresión con que Urkullu accedió a la presidencia de la ejecutiva nacional y Egibar a la de la regional guipuzcoana.
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