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Las diez noticias clave de la jornada
1. Lance Armstrong se encuentra a su máximo rival, Joseba Beloki, tendido en el suelo y roto de dolor tras una caída camino de Gap en el Tour 2003. Lance atajó por la ladera, saltó una valla, volvió al asfalto y aceleró.
Truhanes y señores
JUEGO SUCIO vs juego limpio

Truhanes y señores

Schumacher provocó un accidente para ser campeón. David Silva perdonó un gol, y quizá un ascenso, porque un rival estaba en el suelo. Son dos formas de entender el deporte

JUEGO LIMPIO PÍO GARCÍA

Miércoles, 21 de julio 2010, 10:49

Alberto Contador está un poco confuso. El pasado lunes, subiendo el imponente puerto de Balès, vio cómo su gran rival en el Tour, el luxemburgués Andy Schleck, se quedaba clavado. Se le había salido la cadena cuando intentaba cambiar de piñón. El madrileño siguió pedaleando mientras Schleck, hecho un flan, no acertaba a poner las cosas en su sitio. Ayudado por Samuel Sánchez y Denis Menchov, Contador apretó a correr y llegó a la meta de Bagneres con 39 segundos de ventaja sobre el luxemburgués. Tiempo suficiente para quitarle el maillot amarillo, para subir al podio... y para recibir una sonora pitada de la afición francesa. Ya investido como nuevo líder de la carrera, Alberto Contador balbució: primero pretextó no haber visto el problema de Schleck, luego recordó que sí se había detenido días antes, cuando Andy se cayó en Spa, y finalmente, ya por la noche y desde su hotel, confesaba que quizá se había equivocado.

¿Lo hizo? La difusa frontera entre el juego sucio y la competitividad ha encendido un debate apasionado. ¿Por qué le pedimos a Contador que pare y, en cambio, jaleamos a Lorenzo para que acelere cuando a Rossi le falla la moto? Los grandes del ciclismo apoyan a Alberto. Bernard Hinault, con cinco Tours a cuestas, felicitó al español y recomendó a Andy Schleck que «aprendiera a cambiar de marcha»; y Perico Delgado recordaba en su blog que en sus tiempos nadie se andaba con chiquitas: «Se atacaba cuando uno pinchaba, cuando se te averiaba la bicicleta, cuando te caías, cuando bajabas al coche. No había perdón». A Eddie Merckx tampoco le apodaban 'El Caníbal' por andar cediendo el paso a sus rivales. Sólo Lance Armstrong, reconvertido en abuelo cebolleta, amonestó ayer a Contador por aprovecharse de la avería de Schleck. Olvidaba el americano que, cuando en el Tour de 2003 vio cómo Joseba Beloki, roto de dolor, yacía en el suelo tras una terrible caída en los Alpes, no se detuvo para brindarle ayuda, sino que lo esquivo, atajó por una ladera, saltó una valla y aceleró en cuanto llegó al asfalto.

Otro exciclista, Laurent Jalabert, apoyó la decisión de Contador. Y eso que él sí puede dar lecciones de juego limpio: en una etapa de la Vuelta a España del 95, entre Marbella y Sierra Nevada, el francés saltó del pelotón y a 50 metros del final alcanzó al alemán Bert Dietz, que llevaba 200 kilómetros escapado. Fundido, Dietz avanzaba cabeceando, sin apenas dar pedales. Llegaron juntos a la meta y, justo en el último recodo, Jalabert se hizo a un lado y le gritó: «Allez, allez». El alemán, exhausto, conseguía así su triunfo soñado.

Volantes sucios

Otros deportistas, por ejemplo los pilotos, jamás se plantearían estos dilemas. En la Fórmula Uno, fuera de los discursos oficiales y grandilocuentes, nadie espera regalos de sus rivales. En el año 2006, Michael Schumacher, heptacampeón del mundo, aparcó su Ferrari en una curva del circuito urbano de Mónaco sólo para obstaculizar a Fernando Alonso, que iba camino de marcar la 'pole'. Aquel incidente fue uno más en un currículum lleno de maniobras sucias: en el Gran Premio de Europa de 1997, Schumacher, que llevaba en el campeonato un punto de ventaja sobre el canadiense Jacques Villeneuve, chocó a propósito con su rival, que se disponía a adelantarle. La Federación acabó quitándole todos los puntos que había conseguido ese año. Tal vez por eso, Eddie Irvine, lenguaraz piloto norirlandés, no dudó en señalar: «El día más feliz de mi carrera fue cuando Schumacher se partió las piernas». Irvine conducía a toda pastilla, pero tampoco era precisamente un modelo de caballerosidad: «Mi único interés en la vida -confesaba- es mirar al tío que esté a mi lado y poder decirle: conduzco más rápido que tú y mi novia está más buena que la tuya».

Hay deportes, como el rugby o el golf, que presumen de elegancia y elevada moralidad. En otros, como el atletismo, es el juez quien decide si la cosa ha pasado o no a mayores. Ocurre, sobre todo, en la carrera de 1.500, donde suele librarse una terrible guerra subterránea de manotazos, zancadillas y pisotones. Recordemos el caso de Natalia Rodríguez, que fue desposeída del oro mundial que ganó en Berlín en 2009. Los árbitros entendieron que la atleta tarraconense había obstaculizado a la etíope Gelete Burka, que acabó por los suelos.

Pese al carácter imposible de algunos campeones, como John McEnroe, el tenis también alardea de 'fair play'. Roger Federer y Rafa Nadal mantienen un formidable espíritu combativo, pero ofrecen diariamente un espectáculo de deportividad en sus gestos y en sus declaraciones. Otros tenistas menos conocidos, como Beto Martín, pueden reclamar la gloria moral. En el año 2009, Martín disputaba la fase previa del Masters de Madrid frente al italiano Fabio Fognini. Tras un partido duro, se había llegado al momento culminante: la muerte súbita del tercer set. Beto se puso en ventaja 4-3 al recibir su rival una amonestación del árbitro. Al cambiar de pista, Fognini lanzó su raqueta con rabia contra la silla, con tanta fuerza que rebotó y estuvo a punto de golpear al tenista español. Ante lo que parecía un intento de agresión, el juez descalificó al italiano. Pero Beto no quiso vencer así. Convenció al supervisor de que aquella había sido una acción fortuita y le pidió que permitiera reanudar el partido. El juez accedió, la contienda prosiguió y el noble Martín acabó perdiendo.

Con todo, ningún deporte como el fútbol vive tan intensamente la contradicción entre los impulsos caballerosos y el hambre salvaje de triunfo. Todavía quedan en la retina las imágenes de la final del Mundial, con matones como De Jong o Van Bommel cosiendo a patadas al liviano equipo español. Finalmente, Iniesta acertó y 'la Roja' se llevó un doble premio: fue campeona del mundo y la FIFA la reconoció como símbolo del juego limpio. Uno de los hombres de Vicente del Bosque, el canario David Silva, está acostumbrado a ser citado como una cumbre del 'fair play'. El escurridizo volante español vivió un episodio singular cuando militaba en el Eibar. Los espectadores del Camp d'Esports de Lleida todavía deben andar frotándose los ojos. El 1 de mayo de 2005, el equipo guipuzcoano acosaba la portería ilerdense en busca de un gol que podía darles el ascenso a Primera. El balón le llegó a Silva, que se vio solo ante el meta rival. Era el minuto 92 y el encuentro iba empate a uno. Justo entonces, el futbolista canario vio que un lateral del Lleida, Bruno, estaba tendido en el suelo. David Silva no lo dudó: echó el balón fuera. Aquella acción hermosa quizá privó al Eibar de subir a la élite, pero el canario ni se lo planteó: «Tuve la ocasión porque él no estaba en su sitio. Así que hice lo justo», zanjó. En un juego de truhanes, que todavía admira las picardías de Maradona, Silva demostró que se podía ser un señor.

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