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El mar de tamarindos que, cada verano, invade el Paseo de La Concha. :: GONTZAL LARGO
SAN SEBASTIÁN INSÓLITO

No diga 'tamarindo', diga 'tamariz'

Llevan más de 100 años habitando el Paseo de La Concha pero la ciudadanía se resiste a llamarlos por su nombre: son tamarices, no tamarindos. Abordemos la crónica de una confusión centenaria

GONTZAL LARGO INFO@GONTZALLARGO.COM

Domingo, 11 de julio 2010, 04:56

Si hay un árbol que ilustra a la perfección la quintaesencia del donostiarrismo, ése es el tamarindo. El problema es que el ejército de ellos que desfila, desde hace más de un siglo, por el Paseo de la Concha, no es tal. Se trata de un error, un lapsus, una poética confusión que tiene casi tanto tiempo como las propias plantas. Que quede claro: los árboles que pueblan el litoral donostiarra no son tamarindos, sino tamarices y la distinción no es ninguna tontería porque ambas especies no tienen nada en común. salvo el parecido fonético.

La bola de nieve comenzó a rodar varias décadas atrás y artículos como éste no son ninguna novedad. Cada cierto tiempo, surgen reivindicaciones en prensa, bien a cargo de lectores, bien a cargo de periodistas o de expertos en materia botánica que ansían que, de una vez, se enmiende este legendario error. Pero salvo la conversión de unos pocos, los intentos han sido en vano y nunca han conseguido mutar el pensamiento popular: los donostiarras siguen embelesados por los ecos exóticos del tamarindo, sus orígenes tropicales y la fama de su pulpa, aquella que popularizaron los Tres Sudamericanos en el famoso tema de los sesenta. Por ello, intentemos de nuevo, poner los puntos sobre las 'íes' de los tamarices.

Existe un escrito clásico, editado a mediados de los años cincuenta por la Sociedad de Ciencias Aranzadi en el que su autor -que firmaba como Mendizar-, ya aludía a una reciente polémica aparecida en prensa a propósito del dilema de los 'falsos tamarindos'. En el texto se reivindica el nombre de «tamariz, tamarisco o taray» y se destaca el abismo que existen entre una especie y otra, extremo que nos confirmó Leire Oreja, actual Directora del Departamento de Botánica de Aranzadi: «El tamarindo y el tamariz no tienen nada que ver, ni tan siquiera guardan similitudes estéticas. El tamariz es un árbol autóctono, adaptado a ambientes salinos que crece en dunas, marismas y acantilados en la costa y en el interior, en zonas donde afloran las sales y a orillas de grandes ríos. En las propias riberas del río Urumea podemos encontrar ejemplares, así como en el Peine del Viento o en la parte norte de Urgull, visibles desde el Paseo Nuevo».

Los orígenes

¿Cómo aterrizaron en San Sebastián los tamarices? Hubo una época en la que de París no sólo llegaban los niños, sino también las ideas, la modernidad y los más chic en urbanismo, aquello que en el San Sebastián de finales del siglo XIX se adoptaba como un credo irrebatible. El artífice de la llegada de los arbustillos a San Sebastián tiene nombre y apellido: Agapito Ponsol, prohombre donostiarra que fue fundamental en el alumbramiento de la ciudad turística que hoy pisamos. Agapito era hijo de Bernardo Ponsol, el ciudadano galo que creó, en 1838, el comercio de sombrerería que todavía permanece abierto en calle Narrika con plaza Sarriegui. Aunque continuó al frente del negocio familiar, ello no impidió que desarrollara inquietudes políticas, lo que le llevó a ejercer de concejal en Ayuntamiento de San Sebastián. Fue en el ejercicio de este puesto lo que motivó un viaje a la capital francesa, en la década de los años ochenta del siglo XIX, donde -según cuenta Luis Murugarren en el libro 'San Sebastián-Donostia'- descubrió las bondades de los tamarices y compró varias semillas. Las plantas en cuestión se caracterizaban por unas dimensiones modestas -'árboles enanos' los llamaron en su tiempo muy despectivamente- que, sin embargo, se adaptaban a la perfección a condiciones climatológicas hostiles, como las que se dan en la bahía de La Concha, perpetuamente zarandeados por el viento y los efectos del salitre marino.

Los cambios nunca han sido bien recibidos -ni en esta ciudad, ni en otras- y, al principio, los donostiarras aceptaron con dificultad a aquellos nuevos inquilinos de aspecto febril y perfil diminuto -por aquella época, eran unos retoños- que, para colmo, habían sido encerrados en unas jaulitas metálicas para que nadie se ensañara con esas criaturas arbóreas que estaban en edad de crecer. El propio Murugarren recoge en el citado volumen varios fragmentos de la zarzuela 'La Bella Easo' cuyo libreto rezaba, entre otras cosas, «Buena sombra daremos el siglo que viene». Ello se debe en parte a la peculiar naturaleza del tamariz, un arbusto que no adquiriría su aspecto arbóreo actual si no fuera mimado, podado y pulido por la mano humana.

Anteriormente, el Paseo que llegaba hasta el actual túnel del Antiguo estaba habitado por chopos carolinos. En el Archivo Histórico del Ayuntamiento puede rastrearse el auge y caída de estas especies, desde que llegaron a San Sebastián a mediados del siglo XIX hasta su retirada en 1888 porque, según el jardinero municipal Pierre Ducasse, «por efecto de los fuertes vientos del Noroeste que los agitan violentamente se hallan todos inclinados, presentando sus copas formas feas e irregulares». Los chopos dieron paso a los tamarindos que aguantan bombardeos, tormentas, y aceptan cualquier tipo de 'tiritas' para salvaguardar su integridad, desde tornillos hasta arneses pasando por cemento.

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