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ALFREDO TAMAYO AYESTARÁN
Domingo, 27 de junio 2010, 04:44
Día de las víctimas. De las víctimas del terrorismo etarra en primer lugar, de las del islamismo después, como asimismo de las de los GRAPO, de las de los GAL. El Parlamento español, en sesión solemne, declaró hace pocos meses que el 27 de junio de cada año estaría dedicado a la memoria y homenaje a nuestras víctimas. Después de largas horas de intercambio de pareceres, las asociaciones de víctimas de nuestro país habían elegido esa fecha porque en ella hace ahora cincuenta años, el 27 de junio de 1960, una niña de 22 meses, Begoña Urroz Ibarrola fue alcanzada de lleno por la deflagración de una bomba presumiblemente colocada por ETA en una maleta. Sucedía esto en la vieja estación de los Ferrocarriles Vascongados situada en el barrio de Amara. La niña, con quemaduras gravísimas, fue llevada a la clínica de la Virgen del Perpetuo Socorro sita en Ategorrieta, en donde falleció al día siguiente. Ni la organización terrorista quiso reconocer la autoría, ni el atentado encontró demasiado eco en la ciudadanía salvo naturalmente en los familiares de la niña, Begoña, y de las otras personas a quienes alcanzó el estallido.
Han transcurrido, como queda dicho, cincuenta años de aquel atentado, el primero de una larga cadena de casi novecientos muertos, de muchísimos heridos, secuestrados, extorsionados, constreñidos a exiliarse. Es un buen momento para tomar el pulso a toda esta negra e insensata historia de violencia y de muerte que parece en estos momentos caminar hacia su final. También para aproximarnos a la situación que vive ahora nuestro País Vasco a los cincuenta años de esa primera víctima, la más inocente de las inocentes.
La consideración de héroes de que gozaron los etarras en un sector demasiado amplio de la ciudadanía por empuñar las armas contra la situación de negación de derechos humanos capitales de índole política, social o identitaria ha sido sustituida de forma paulatina en un sector mayoritario de la población por la de delincuentes fuera de lugar y de tiempo. Sólo en el seno de un sector fanático y recalcitrante gozan de simpatía y apoyo. La acción benemérita y constante de concienciación operada por las asociaciones de víctimas ha logrado mantener o despertar su memoria y avergonzar y convertir a los desmemoriados. Nuestras víctimas han ido pasando poco a poco de un estado de olvido, de clandestinidad o semiclandestinidad, a otro de visibilidad, de reconocimiento, de homenaje como lo atestigua la jornada institucional de este 27 de junio que se celebrará en el Congreso de los Diputados.
Nunca habíamos visto a un lehendakari pronunciarse con semejante proximidad y contundencia frente a una víctima de la vesania etarra como lo hizo en días pasados Patxi López en Arrigorriaga. Nunca habíamos pensado que familiares de víctimas del terrorismo iban a acceder a colegios e ikastolas para hacer el relato de su vía crucis a manos de los violentos. Los que antes infundían pavor y tuvieron al Estado contras las cuerdas tiemblan ahora ante la eficacia de las fuerzas del orden y de los tribunales de justicia. La ideología nacionalista de la centralidad y del balancín (ETA mata pero el Estado tortura) va perdiendo cualquier credibilidad. Y los familiares de las víctimas siguen dándonos el hermoso testimonio de la renuncia a la venganza. Nuestra sociedad vasca ya no está tan enferma como antes.
Pero no ha sonado aún la hora para la felicitación y el júbilo total. Lo saben muy bien los todavía constreñidos a llevar escolta, a sufrir la extorsión pecuniaria. Los que han optado por el uso de las armas continúan teniendo una cobertura política considerable. ETA militar sigue amparada por una ETA política que vive entre nosotros y busca su reconocimiento legal. Ocultando su verdadera condición con siglas y coaliciones que le sirvan de piel de oveja y confiando en que nunca faltarán políticos ingenuos que les abran las puertas de entrada a la arena democrática para desde ella colaborar con sus congéneres del brazo militar.
Aún son demasiados los que no son capaces, como decía el escritor y superviviente del nazismo Primo Levi, de mirar a los ojos a las víctimas y pedirles perdón. Son demasiados aún los desmemoriados que, como en la película de Claude Lanzmann sobre el Holocausto, no quieren ver que bajo el verde de árboles y arbustos se ocultan en las entrañas del bosque los restos de cámaras de gas y de hornos crematorios que los verdugos destruyeron. Es decir, que bajo la aparente normalidad de la buena vida y la mejor gastronomía se ocultan el dolor y las heridas aún no curadas de cientos de víctimas. Esta fecha del 27 de junio es también una jornada contra los voluntariamente desmemoriados que existen entre nosotros.
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