Tolosa
El proyector del Leidor se confiesaIÑIGO ROYO ETXEZARRETA
Martes, 4 de noviembre 2025, 20:28
Has dado por hecho que todos te miran y nadie te ve. Te has creído segura, invisible, protegida por el brillo cegador de las imágenes ... tras las que te escondes. Pero las luces que reflejas, querida y blanca pantalla del Cine Leidor, conmigo no te han servido de escudo. Sin importar que estuvieras oculta tras los destellos centelleantes de una comedia de Hollywood o tras las brumosas oscuridades del blanco y negro de una película húngara, mi ojo ha sido solo para ti. Es natural, te conozco desde que llegaste, desde que nos colocaron frente a frente en un lejano día de septiembre de 1961.
Al principio la vanidad te pudo y te creíste el centro del universo. Era comprensible, al fin y al cabo todos en la sala –las butacas, el público, yo...– nos dirigíamos hacia ti. Te vi eufórica aquella primera vez que mi haz de luz se proyectó sobre tu blancura. Reflejabas el ensueño de una carrera de cuadrigas en la que un tal Judá Ben-Hur se hacía con la victoria. Viendo esa escena, tú y yo comprendimos que todo triunfo conlleva, en el extraño mundo de los humanos, un secreto fracaso. Y ese descubrimiento abrió en cada uno de nosotros la puerta a una decepción que el paso de los años ha hecho cada vez más honda. Aquel primer día fuiste también consciente de que nadie te miraba a ti realmente, que ellos deseaban que se apagaran las luces de la sala, se encendiera la mía y tu superficie desapareciera bajo la ilusión de los efímeros fantasmas que tú hacías visible. Quiero creer que, aunque todos ansiamos ser amados, el sinsabor que te provocó la certeza de que pasabas inadvertida no te afligió demasiado, que acabaste encontrando cierto placer en observar a aquellos que, mirándote, no te veían. Quiero pensar que no me has echado a mí la culpa de tu anonimato. Creo que yo siempre he sabido aceptar el mío.
Aunque nunca te han interesado demasiado las idas y venidas de los deshilachados personajillos cuya huidiza sustancia tú y yo hacemos posible, admite que has tenido tus debilidades. Por ejemplo, siempre te he notado otra tensión cuando he proyectado sobre ti alguna película musical. Te gustó 'West Side Story', darías un trozo de tu tela por ver de nuevo 'All That Jazz' de Bob Fosse... Y temblaste con la música de Gabriel Fauré en el documental que Thierry Frémaux realizó con las películas de los Lumière.
En estas últimas noches, querida pantalla, cuando el público se ha ido, mirándote con mi ojo de proyector en la penumbra de la sala vacía he comprendido que el desapego hacia las imágenes que sobre ti yo proyecto se ha vuelto glacial melancolía. Quizás es que ahora, que ya has cumplido sesenta y cuatro años, comienzas a vislumbrar el final de tus días. Tal vez atisbas que la pequeña y absurda pantalla electrónica que ahora todos sujetan entre sus manos no parece presagiar nada bueno. Acaso es que no ves ya un halo de inocencia en los ojos de quienes te miran sin verte. Acaso es que no encuentras una manera de esquivar mi mirada...
Pero mientras quede un hálito de luz en mi bombilla..., querida pantalla..., yo... Yo te seguiré amando.
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