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La identidadIÑIGO ROYO ETXEZARRETA
Martes, 7 de enero 2025, 20:17
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La identidadIÑIGO ROYO ETXEZARRETA
Martes, 7 de enero 2025, 20:17
Imagino que a ustedes no les pasa. Quiero creer que ustedes con el paso de los años han ido creándose una manera de ser, una ... identidad más o menos férrea con la que se sienten a gusto y que les ha servido para responderse de una manera apañada a ese momento tonto de la vida en que se han preguntado: ¿pero, quién soy yo? Quiero creer que cuando ustedes se levantan de la cama y se lavan la cara reconocen al sujeto que les mira en el espejo. Que no encuentran gran diferencia entre el individuo que dejaron antes del sueño y el que se han encontrado al día siguiente. Que si ustedes una mañana son monjas de clausura, esa misma tarde no van gritando por ahí que la religión es el opio del pueblo. Que si usted es hoy un irracional forofo de la Real Sociedad, mañana no lo es del Athletic.
No, esas cosas no pasan. Usted, sea lo que sea, y siendo que este sea sea algo, es lo que es. No sabe muy bien por qué pero usted es así. Y lo pregona donde haga falta y se jacta de ello con mucho orgullo. ¡Que no se trata de ir cambiando cada día de idiosincrasia! ¡Que nos tomen por personas serias! Y además, sería un lío. Imaginen por un instante que los judíos anunciaran que se han levantado esta mañana sintiéndose un poco palestinos. ¿Se dan cuenta del desastre? Igual hasta se acabarían las guerras. ¿Y quién quiere que se acaben las guerras? Nadie. Porque todo el mundo prefiere su identidad a la paz.
Les cuento esto porque eso que imagino que a ustedes no les pasa, a mí sí. Me pasa. Y de una manera muy rara. Desde hace meses vengo notando que mi identidad cambia en función del nombre de la calle de Tolosa por la que estoy caminando. ¿Que no me creen? Ya me gustaría verlos en mi situación. Salir de casa es un lío. Hay calles que ya ni piso. No me atrevo a acercarme a la calle Inpernu, menos aún a la calle Lechuga.
Esta mañana paseaba por la calle Jardines del Árbol de Gernika y de pronto he sentido un deseo irrefrenable de talar cualquier tronco que no perteneciera a un roble milenario. He cogido un hacha y he comenzado a derribar el ginkgo de esa calle. Estaba en la faena cuando algunos idiotas han empezado a increparme, he corrido hacia ellos para separarles el tronco de las extremidades y entonces, sin querer, he llegado al Paseo San Francisco. Allí, las cosas no han ido mejor porque nada más pisarlo me he transformado en una especie de juglar de Dios y a todo el que pasaba le he recitado citas de San Francisco de Asís. «Allí donde reinan la quietud y la meditación, no hay lugar para las preocupaciones ni para la disipación», le he dicho a una niña que pasaba comiéndose un helado. «Hemos sido llamados para curar las heridas, para unir lo que se ha venido abajo y para llevar a casa a los que han perdido su camino», le he susurrado a un señor que quería venderme unos calcetines. Estaba en esas cuando unos policías municipales me han dado el alto. Pero entonces ya estábamos pisando la calle Soldadu y ahí...
Ahí he cogido una trapito con colorines, me he identificado con una patria y he dado rienda suelta a una necesidad imperiosa de empezar a soltar hostias como panes.
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